Por el bien mayor

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—¿Gobernarlos, Gellert? —preguntó Dumbledore, con una mezcla de temor y fascinación, como si aquella propuesta de Grindelwald se tratase de la idea más maravillosa del mundo.

—Exactamente. ¡Piensa en todas las posibilidades, Albus! Nuestra raza ha pasado los últimos trescientos o cuatrocientos años escondiéndose de los muggles, a pesar de que cada mago y bruja podría vencer a un ejército de ellos. ¡Nosotros somos más poderosos que los muggles, pero actuamos como si ellos lo fuesen!

Albus le escuchó.

—¿Y qué objeto tendría gobernarlos? Aparte del placer de manejar las vidas de millones de personas a nuestro antojo? —preguntó con interés, como quien espera escuchar buenas razones para dejarse seducir por alguna idea.

—El bienestar general, por supuesto.—respondió tranquilamente—. ¿Acaso crees que yo pienso como pienso por pura ambición? No, Albus, yo pienso en los millones de muggles cuyas vidas mejorarían tanto si pudiésemos ayudarlos con nuestra magia.

—¿Y que te hace pensar que los muggles necesitan nuestra ayuda? —cuestionó sonriendo ligeramente ante lo absurdo que parecía la idea.

—¿Realmente hace falta que te lo diga?, ¿Te parece que tienen éxito manejando las guerras, el hambre, las enfermedades? ¿Te parece que están dejando atrás sus prejuicios contra personas de diferente religión, raza, nacionalidad, género u orientación sexual, prejuicios que nosotros abandonamos hace siglos? Porque sinceramente yo no lo noto. En cambio, te diré lo que yo sí noto: los muggles se matan entre ellos como perros, y por los motivos más estúpidos. Imagina qué pasaría si en el próximo campo de batalla de la próxima guerra que estalle, cuando el emperador de Alemania o el emperador de Austria se levanten de mal humor irrumpiese una partida de Aurores, Aturdiese a todos los soldados muggles de uno y otro bando y pusiese fin al conflicto cortando por lo sano. O que utilizasen el Imperius para forzar a los líderes de las naciones beligerantes a firmar la paz de inmediato.

—Bueno…acepto que los muggles están más atrasados que nosotros, y que los magos y brujas podríamos ayudarlos. Pero, ¿no sería mejor dejar que ellos solucionen sus problemas por su cuenta? Es cierto, tardarán siglos y habrá muchas marchas y contramarchas, pero eventualmente lo lograrán. Nuestra intervención podría terminar siendo muy traumática.

—¡Pues que se traumen! —alzó la voz Grindelwald abruptamente, sorprendiéndolo,  pero de inmediato recuperó la calma.— Mira, entiendo tú punto perfectamente, Albus. Nuestra intervención sería traumática si fuese sólo eso, una intervención aislada. No podemos revelar nuestra existencia al mundo muggle metiéndonos en sus asuntos y luego intentar volver a los nuestros como si nada. Tiene que ser una intervención permanente, Albus. Por eso creo que lo mejor es que nosotros gobernemos.

—¿Y los muggles lo aceptarían?

—Cuando comprendan los verdaderos alcances de nuestro poder, se verán forzados a aceptar nuestra natural superioridad.

—Nuestra natural superioridad…—cuestionó Albus, dando énfasis a las palabras —Eso suena parecido a lo que dicen los fanáticos de la pureza de la sangre acerca de los hijos de muggles.

—Eso deberá ser erradicado —dijo Grindelwald rápidamente— No podemos librar al mundo muggle de sus prejuicios irracionales si no nos libramos primero de los nuestros. Es obvio que los magos de sangre pura no somos superiores o inferiores a los hijos de muggles. Pero los magos somos superiores a los muggles. Es un hecho.

—¿Entonces, qué son los muggles para ti? ¿Animales?— preguntó preocupado debido al afecto que ya crecía en él por el contrario. Aunque esto no fuera impedimento, sentía que una parte se cruzaba y volvía a reconstruir sobre la misma. Necesitaba saber con certeza lo que quería y comprender.

—Por supuesto que no! Son seres humanos, y sus vidas valen tanto como las nuestras. Pero su falta de poderes mágicos los coloca un escalón por debajo de nosotros. Lo mismo que un niño está un escalón debajo de un adulto. Y al igual que con los niños, nuestro deber es dirigir sus vidas en general. La diferencia es que un niño eventualmente se convierte en adulto, mientras que un muggle jamás se convierte en un mago, de modo que la tutela debe ser permanente.

Su respuesta le interesó. Albus después de un rato, donde se mantuvo escéptico, preguntó con interés:—¿Y cómo llevarías a cabo tu plan?

—¿Mi plan?—preguntó Grindelwald, aparentemente halagado—. No sé si definirlo como un plan, Albus. Es simplemente una idea.

—Pero, ¿acaso las ideas no pueden llevarse a la práctica?
—Sí, es cierto… Bueno, si tuviese el poder para llevar a cabo mi idea, lo primero que haría sería buscar asumir el liderazgo del mundo mágico.

—¿Cómo un ministro de la Magia?

—No, algo muy por encima. Alguien a quien las comunidades mágicas de Europa siguiesen y apoyasen en todo.

—No es nada fácil, Gellert. Los magos y brujas no somos la clase de gente que simplemente siga a ciegas a un Líder.

—Por eso es que dije “si tuviese el poder”. No hay duda de que el mago o bruja que ejerciese ese liderazgo supranacional tendría que ser el más poderoso del mundo, o al menos del continente. Muchos magos, por ambición, le darían su respaldo, y muchos otros, por temor o por prudencia, elegirían mantenerse al margen.

—¿Y si decidiesen resistirse?

—Lo  ideal sería que pudiese persuadírselos. Pero si se resistiesen, habría que doblegarlos.

—¿Matándolos?

—No necesariamente. Bastaría con neutralizarlos. Quitarles la varita, condenarlos a arresto domiciliario, desterrarlos, encarcelarlos si su resistencia es demasiado violenta… Todo lo menos cruento posible.—escuchó decir Albus, quien de inmediato ejecutó un resoplido, insatisfecho.

—No me agrada mucho esa idea, Gellert. Emplear la coerción es muy peligroso.

-— A mí tampoco, pero sería lo necesario en esas circunstancias. Más tarde, cuando la situación mejorase, los rebeldes comprenderían su error por la fuerza de los hechos y depondrían su actitud de buena gana.

—Lo  haríamos por el bien mayor, ¿verdad Gellert? —preguntó dando por hecho que quería seguirle, .y  Grindelwald tampoco pareció pasarlo por alto, pues esbozó una sonrisa mucho más amplia que todas las anteriores cuando dijo:

—Sí, Albus, es una buena frase. Por el bien mayor.

Los Secretos de DumbledoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora