18 Matthew

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Cierro los ojos y respiro hondo varías veces. Joder, ¡qué tenso estoy!

Sé que la llamada de un tal Hao que he recibido desde el teléfono de mi hermano no depara nada bueno. Tengo claro que me voy a encontrar una vez más con lo que no deseo, pero soy consciente de que debo ir en su ayuda. No puedo abandonar a Hanbin.

Cuando paramos en un semáforo Jiwoong me mira con seriedad y pide:

Dame la dirección del sitio al que vamos.

Asiento. La tengo en la memoria. Se la indico y con agilidad Jiwoong introduce la dirección en el GPS, una vez que este marca el lugar, murmura con gesto serio:

¡Qué maravilla de sitio!

Suspiro. Se que vamos a la zona cero, un sitio nada recomendable, y no digo más.

Minutos después, en cuanto entramos en Guryong, me fijo en los camiones de limpieza que rocian agua a presión con desinfectante sobre el pavimento. Hace tiempo lei que hacían eso para evitar brotes de tuberculosis y hepatitis. Estoy mirando por la ventanilla cuando oigo que se activa el bloqueo de las puertas. Me vuelvo hacia Jiwoong,

Aqui toda prudencia es poca — señala.

Afirmo con la cabeza. No puedo decir que no.

Vuelvo a mirar por la ventanilla y veo montones y montones de tiendas de campaña en las calles, donde vive la gente, hasta que de pronto exclamo:

¡Ahí está! ¡Para! ¡Para! ¡Para! Joder!

Jiwoong aminora la velocidad, pero yo, histérico, antes de que detenga el coche, me deshago del cinturón, quito el bloqueo de la puerta y me tiro.

¡Matthew! —oigo que grita él aterrado.

Ruedo por el suelo. Se cómo tirarme para no hacerme daño. Al levantarme corro hacia mi hermano sin que me importen todas las personas con mala pinta que hay a mi alrededor y que me observan. Mis botas brilli-brilli no me permiten pasar inadvertido, pero me da igual. Mi hermano está sentado en el bordillo de la acera junto a un chico.

-Hanbin—digo al llegar junto a él.
Mi hermano levanta la cabeza y me mira.

¡Madre mía...., madre mía! Si mi madre lo ve se me muere del susto.

Tiene sangre en el rostro, en la camisa, en las manos...

-¡Joder, Binbin! —murmuro horrorizado.

Mi hermano asiente. Intuyo que sabe lo que pienso. Y oigo que dice:

Estoy limpio.

¡binbin, no me jodas!

Te lo juro —insiste.

No lo creo. No puedo creerlo. Tiene una pinta desastrosa.

¿En qué lio se habrá metido ahora?

Me fijo en cómo se sujeta el brazo y, cuando voy a hablar, dice con gesto asustado:

Hao dice que no está roto.

«¿Quién narices es el tal Hao?»
Al entender que se refiere al chico oriental que está a su lado, murmuro con desagrado fijándome en su rostro sucio:

Tu amiguito tiene pinta de saber mucho de medicina....

Pues mi amiguito, el solito, ha conseguido espantar a los que me pegaban.

Miro al chico sorprendido, pues es bastante menudo e intuyo que también es omega.

No puede estar roto... No..., no. ¡Ahora no, joder! —exclama entonces mi hermano.

Si hay que perder el miedo a algo, que sea al miedo. MATTWOONG Donde viven las historias. Descúbrelo ahora