Parte/28/Grato encuentro

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Grato encuentro

Después de unos meses de arduo trabajo, todos los documentos estaban en orden. Yo le entregué el trabajo al señor Mark, ese mismo día conoció a Eva y a Braulio.

―Le presento a mis hijos señor. No me pasó desapercibido que el hombre quedo gratamente sorprendido con la presencia de Eva, pero supo disimularlo muy bien.

―Mucho gusto Eva, Bruno, los felicito hicieron un magnífico trabajo.

Gracias señor. Y si no hay nada más que tratar nos despedimos―. En ese momento habló Bruno.

―Espera papá, ¿Sr. Mark me permite unas palabras?

―Claro que sí, adelante.

Más bien quisiera pedirle que me acepte como aprendiz, yo quiero ser como usted.

Yo intervine.

―Pero hijo que cosas dices, para llegar a ser como el señor necesitas estudiar.

―Tiene razón tu padre, lo que puedo hacer es recomendarte para que trabajes en el periódico el informador, claro está, que vas a empezar desde abajo, te he observado y me doy cuenta que tienes lo que se necesita para llegar a tu meta, solo que hay un inconveniente, tienes que trasladarte a vivir a la ciudad.

―Ese problema déjemelo a mí, yo me encargo de buscarle acomodo a mi hijo.

Está bien, cuando Bruno este instalado en la ciudad me avisan y de lo demás yo me encargo

―Nos dijo el señor Mark.

Al siguiente día a primera hora salí a la ciudad, al llegar me dirigí a la casa de la señora Celia, quería verla desde la muerte de mi hijo Alfonsino no la había vuelto a ver, cuando estuve frente a la puerta sentí el corazón desbocado sentía que se me iba a salir del pecho, cuando se apaciguó, golpeé la puerta el rostro sonriente de Cantalicia me recibió, era una de las criadas que siempre iba a la hacienda con la familia.

―¡Don Alejandro! ¿es usted?

―El mismito que viste y calza― le contesté

―Que milagro creí que ya ni se acoraba de nosotros.

―Vaya usted a creer, claro que no, yo siempre las tengo en cuenta.

―Pero pásele, ahorita mismo le aviso a la señora Celia, o viene a ver al patrón, porque desde ahorita le digo que no está, en caridad de Dios.

―Miré lo que son las cosas, vine arreglar un asunto con él, pero de paso a saludar a doña Celia y a usted por supuesto―. Yo le dije eso para que no pensará mal.

―En ese caso, espéreme tantito ahorita se la mando―Se adentró en la casa, poco después apareció doña Celia, sus ojos resplandecían, me saludo amablemente me invito a pasar.

―¿Me acompañaría a desayunar?

No me pude negar, después pasamos a un saloncito, le conté el motivo de mi visita a la ciudad, ella me escucho atentamente, cuando termine de exponer el problema me dijo― Permítame―Poco después regreso me dio un papel.

―Esta es la dirección de la casa donde van a recibir a su hijo Bruno, lo único que tiene que hacer es seguir las reglas de la casa Y ahora cuénteme ¿Dónde vive? ...

Le conté todo lo que había pasado en mi vida desde que nos dejamos de ver y ella hizo lo mismo.

Don Silvestre fue uno de los primeros en recuperar su hacienda, la casona estaba integra, hasta el último metro cuadrado, hacía casi dos años que estaba esperando ese momento. Rabioso como un perro del mal. Llevado por la rabia que lo consumía se fue a su propiedad con cuatro matones a sueldo, quería vengarse de los campesinos que se pusieron en contra de él, pensaba una y otra vez. Les voy a enseñar a toda esta bola de imbéciles que al patrón nadie lo desafía y a quitarles todo lo que le pertenecía. Llegaron a la hacienda un lunes por la mañana, entraron a la casona la cual estaba habitada por antiguos trabajadores de la hacienda. El patrón gritaba como desposeído. Los cinco hombres se metieron por todos lados sacando a la gente a gritos, golpes y patadas, no importaba que fueran hombres mujeres y niños, luego fueron a las casitas las rociaron con gasolina y les prendieron fuego con todo lo que había dentro, la gente salió corriendo sin saber que era lo que estaba pasando. Esas casitas que antes habían sido el orgullo del patrón, mataron a los pocos animales que había, caballos, vacas y aves de corral a balazos, quemaron los arados, las carretas, los gallineros, el viejo Silvestres reía como loco al ver su obra, corrió a todos los que estaban invadiendo su propiedad advirtiéndoles que, si los volvía a ver rondando por su propiedad, esta vez las balas iban a ser dirigidas a ellos, Espero hasta que salieron de sus dominios más pobres de lo que ya eran en una larga y triste procesión arrastrando a los niños, a sus viejos y los pocos perros que se salvaron del tiroteo y alguna gallina salvada del incendio, arrastrando los pies por el camino, que los alejaba de la tierra que los había visto nacer, atrás quedaban sus muertos, los recuerdos de varias generaciones, ahí, en los campos de sembradíos que ya no pertenecían al patrón, quedaban a la intemperie un grupo de gente miserable.

Doña Celia se enteró de la crueldad de su marido por boca de uno de sus hijos, nos despedimos con un apretón de manos, haciéndome prometer que la visitara más seguido.

AlejandroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora