Parte/34/Gran favor.

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Eduardo,  contaba veintitrés años, los revolucionarios acamparon a la orilla del río que pasaba por la propiedad de su padre, Eduardo se encontraba de vacaciones. Unos hombres llegaron hasta la hacienda, don Erasmo y su hijo los atendieron.

―Señores pueden disponer de todo lo que hay en la hacienda, solo les pido que no me asusten a la gente ni hagan destrozos―. Les dijo don Erasmo.

―Señor no se preocupe, ya nos dijeron que usted es un buen patrón, al que necesitamos es a su hijo el doctorcito, traemos al coronel Castrejón con una bala en el pecho.

―Llévenme en donde lo tienen y veremos que se puede hacer.

Don Erasmo quiso protestar, pero la mirada de determinación de su hijo lo detuvo, Eduardo tomó su maletín y se fue con los hombres, volviendo poco después con el herido lo condujeron hasta una de las tantas habitaciones de la hacienda y el joven dispuso todo para sacar la bala del cuerpo del herido auxiliado por una joven lo más parecido a una enfermera, afortunadamente la bala no afectó a ningún órgano interno, tres días más tarde el coronel Castrejón estaba lo suficientemente restablecido para seguir su camino antes de marcharse le ordenó a Eduardo.

―Joven usted se viene con nosotros.

―No señor, yo no puedo irme, me falta un año para graduarme de doctor.

―Mire joven, usted es más doctorcito que muchos de los que yo conozco, así que mejor vengase conmigo le aseguro que aquí en la bola, va a aprender más de lo que le enseñaron en la escuelita, mire que mis hombres se han portado muy bien con su familia y con los trabajadores y...

―No hay necesidad de que amenace a mi familia.

Solo se despidió de su padre, le falto el valor para despedirse de su madre, sabía muy bien que podría acabar muerto y sabrá Dios donde quedarían sus restos, pero al mismo tiempo sabía que si se negaba a ir podría terminar muertos toda su familia, no pasó mucho tiempo para el primer encuentro entre uno y otro bando, un poco alejado de donde se estaba generando la contienda, unos hombres levantaron el campamento donde resguardaron a los niños y armaron un mini hospital ambulante, en el campo de batalla los hombres luchaban sin cesar, los revolucionarios pusieron en las vías una carga de pólvora y al momento que pasó el tren la hicieron estallar, Eduardo escuchó el estruendo salió de la tienda en el preciso momento que el tren volaba por los aíres y los soldados que venían a auxiliar a sus compañeros. Algunos sobrevivientes corrieron entre los fogonazos, se arrastraban por el suelo cubiertos de lodo, la tierra quedo tinta en sangre, Eduardo estaba listo para recibir a los sobrevivientes.

Tal como se lo dijo el coronel, en ese tempo que anduvo en la bola, adquirió más experiencia que los años que había pasado de interno en el hospital civil de Guadalajara. Saco balas, amputo miembros, curo heridas profundas etc. Afortunadamente solo fueron dos años, salvo a muchos hombres, mujeres y niños, ayudo a traer al mundo a varios infantes, cuando termino la contienda regreso a la hacienda sano y salvo y con el agradecimiento del coronel Castrejón y de los sobrevivientes. Cuando dio fin la revolución Eduardo tenía veintiocho años, fue admitido en la facultad de medicina nuevamente y a sus veintinueve años ya tenía su título, también volvió a su antiguo trabajo en el hospital de la Trinidad.  

AlejandroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora