Parte/7Despedida

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Despedida.

Eustolia preparo los cuerpos con la ayuda de mi madre para el velorio, poco a poco empezó a llegar la gente a darme sus condolencias, se rezaban rosarios uno tras otro, por el eterno descanso de su alma, la voz de don Raymundo me volvió a la realidad.

Alejandro, tenemos que arreglar lo del entierro.

—Hasta en ese momento caí en la cuenta que tenía que comprar el cajón, afortunadamente vivíamos cerca de la ciudad, don Raimundo me llevo en su coche, ya que yo no tenía cabeza para nada. Yo no escatime en gastos ya que era lo último que les iba a dar.

Esa noche velamos a mi mujer y a mi hijita. Al siguiente día, llego la carroza, un coche negro y reluciente tirado por seis caballos con unas plumas en la cabeza, como era la usanza en esos años, conducido por dos cocheros vestidos de traje negro y sombrero alto. Salimos de la casa a media tarde, seguida por una multitud de parientes y amigos, llevando consigo las flores y coronas, estaba lloviznando al llegar al panteón llevamos cargando en hombros el cajón con los cuerpos de mi mujer y mi pequeña, el sacerdote rezo una plegaria, enseguida se abrió el cajón uno a uno fueron pasando los familiares y amigos a mirar por última vez a mi querida Lucia y mi niñita, después de eso los sepultureros empezaron su trabajo de darle cristiana sepultura a mis seres queridos, poco a poco la gente abandono el campo santo, yo me quede ahí, como anima en pena, todo vestido de negro alto y flaco como estaba en ese tiempo, el cielo estaba gris y amenazaba tormenta, pero no me importó.

Empezaron a caer gruesas gotas de lluvia, pero no la sentía, porque el dolor y la rabia me consumía, no podía despegar los ojos de la cruz con el nombre, la fecha de nacimiento, el día de su muerte y el epitafio de mi amada, "Su partida fue inesperada y dolorosa, pero su recuerdo vivirá en nuestros corazones por siempre"

Había pasado seis años de mi vida, viviendo para Lucia, soñando con Lucía, trabajando para Lucía, escribiendo poemas de amor para ella, deseándola, esperando el feliz nacimiento de nuestro hijo y al final, ni siquiera me quedaba el consuelo de verla más y ver crecer a mi hija, si, en ese momento, hubiese tenido una pistola en mis manos, hubiera acabado con mi vida para ser enterrado junto a ellas. Medite en los años que me faltaban por vivir y llegué a la conclusión que sin ellas no valía la pena vivir, porque nunca encontraría en todo el mundo una mujer tan hermosa como mi Lucía, pero si alguien me hubiera dicho que viviría más de cien años, no hubiera dudado ni tantito en pegarme un tiro.

La voz del velador del camposanto me sacó de mis cavilaciones.

Alejo ya vamos a cerrar.

Le contesté muy disgustado.

—¿Y qué te impide hacerlo Camilo? —Antes de que contestará le puse un dinero en la mano y le dije.

—Ten, cumple con su trabajo y olvídate que estoy aquí.

El hombre se marchó, afortunadamente para mí, había dejado de llover, permanecí toda la noche en la tumba de mi amada, oí unos pasos que se acercaban no hice caso, se pararon en la tumba la voz de mi madre me volvió a la realidad.

—Hijo es tiempo de volver, tienes que descansar.

No me atreví a desobedecer a mi madre y en silencio nos dirigimos a la casa. 

AlejandroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora