Capítulo 1

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Un viento frío se hizo notar desde las profundidades del valle, extendiéndose como un manto helado por la totalidad de la pradera. Las primeras nevadas del invierno no tardarían en llegar, no cabía duda. Nubes grises ya amenazaban con descargar su furia sobre los campos aledaños a la pequeña ciudad de Ginebra, provocando una tormenta que impediría a las gentes salir de sus casas en las próximas horas.

No había ni un alma en todo el trayecto que iba desde la carretera principal hasta los bosques. Victoria, que pasó la última media hora recorriendo unos campos que le eran bien conocidos desde su infancia, era bien consciente de ello.

El único sonido que se podía distinguir con claridad era el del chocar del feroz viento contra un follaje que se mecía sin parar, como si en cualquier instante fuese a alzar el vuelo.

¿No sería mejor marcharse y volver otro día? La idea se le ocurrió en un segundo pero, al siguiente, la rechazó.

Un carruaje la había traído hasta aquella pradera aunque, en cuanto se bajó, le dijo al cochero que no necesitaba esperarla. Y, por tanto, éste se había ido. Por supuesto, no es que para regresar hubiera que realizar una larga caminata, serían de hecho apenas un par de kilómetros a pie. Pero la cuestión es que Victoria prefirió acudir sola a estos parajes, entre otras cosas, porque no sabía cuánto tiempo tardaría en hallar lo que buscaba. Y, ahora que estaba aquí, tampoco tenía mucho sentido echarse atrás.

De ahí que se armase de valor y con renovadas energías decidiera encaminarse a paso ligero hacia los escarpados peñascos que se cernían ante ella.

Hasta entonces había estado abriéndose paso a través de unos desolados campos, siguiendo hasta cierto punto un camino de tierra que más o menos marcaba un recorrido a seguir. Pero, en cuando la pendiente comenzó a pronunciarse, la vegetación a sus pies se hizo más abundante, lo cual la obligó a tener el doble de cuidado al pisar.

No tenía un destino claro, sólo sabía que debía subir la montaña.

Esto no era debido a ningún instinto primario que le decía que estaba en el rumbo adecuado. No, se trataba de algo mucho más racional. Y es que todavía recordaba el encuentro que había tenido escasos días atrás en esa misma zona: En ese entonces no se había atrevido a realizar el ascenso, más bien todo lo contrario. Al percatarse de que alguien la observaba a lo lejos, desde las alturas, se había marchado corriendo después de verse sometida al correspondiente shock que la mantuvo plantada en el mismo sitio durante un minuto al completo.

No habló con nadie del tema, ni siquiera al regresar con los suyos, pese a que sabía que era su deber solventar las cosas.

Estaba buscando a un monstruo..., a una criatura, mejor dicho. Un ser que ella misma creó dos años atrás y que, ahora lo veía claro, había descuidado por demasiado tiempo.

Un par de jornadas antes, cuando paseaba por la zona, le pareció divisarla entre los peñascos. Fue una casualidad terrorífica o, vaya, así se lo pareció en el momento, cuando el pánico y los recuerdos de sus experimentos pasados se apoderaron de ella. Horas después, ya en el apartamento donde pasaba las vacaciones con su familia, comenzó a ver todo aquello como una oportunidad para enmendar el desastre forjado por su mala praxis.

De acuerdo, no podía volver atrás e impedir que su yo del pasado le diese vida a ese ser. Pero, ¿y si se ocupaba de ella ahora? No podía matarla, pues iba en contra de sus principios. Tampoco se veía capaz de llevársela consigo y presentarla ante sus conocidos como su mayor experimento hasta la fecha.

¿Entonces qué?, ¿mostrársela a la comunidad científica y dejar que otro idiota se llevase el crédito por su logro? A pesar de que contase con el favor de varios de sus profesores, todavía estaba mal visto que una mujer se dedicase a la investigación. Y Victoria tenía su orgullo. Si no podía disfrutar de una fama que ella misma se ganó, prefería que nadie supiera de sus andanzas en el laboratorio.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora