Capítulo 24

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Una vez llegados a este acuerdo, el resto de la tarde transcurrió de manera mucho más amena, con Eric y Victoria continuando su paseo por las calles de Ginebra, poniéndose al día sobre temas triviales de los que ya habrían discutido alguna vez por carta.

Sólo volvieron a la casa Frankenstein una vez ya se acercaba la hora de la cena pues, aunque Victoria de buena gana se habría quedado transitando por la urbe un rato más, saltándose la parte de tener que comer con sus parientes en un día en el que consideraba ya había convivido suficiente con ellos, Eric era de los que insistía en resultar puntual.

No valía escabullirse ni tampoco poner excusas para zafarse. Eric conocía bien esos trucos a base de vérselos realizar a Victoria y, de vez en cuando, a algún otro de sus hermanos. Así que tampoco tenía mucho sentido llevarle la contraria. 

Victoria, que ya se había desacostumbrado a pasar tantas horas seguidas con sus parientes, no le iba a desdecir: De todas formas sólo estaría en Ginebra un par de semanas más, y hoy era domingo. Lo que significaba que al día siguiente cada cual volvería a su rutina laboral y, si bien no sería como estar prácticamente a solas en un pequeño apartamento —¡diablos, si hasta había olvidado lo que era tener servicio!—, al menos sí gozaría de un poco más de libertad para estar a sus anchas.

Mucho después de la cena, una vez que ya todos se hubiesen retirado del comedor, la noche permanecía tranquila y despejada, sin una sola nube en el horizonte.

Quizás fuese este clima el que persuadió a la científica de rechazar la oferta de quedarse en torno al salón, escuchando los últimos cotilleos sobre la gente del barrio o echando la usual partida de cartas, y en su lugar se dirigiera a la azotea.

La azotea en cuestión resultaba un espacio pequeño en lo más alto del edificio, desde donde se podían divisar con bastante nitidez los tejados de las viviendas colindantes e inclusive más allá, llegando hasta a distinguir los árboles del mismo parque en el que Victoria estuvo con Eric horas antes, la catedral e incluso parte de la muralla que rodeaba la ciudad. La propiedad Frankenstein no era particularmente alta, pero eso no era impedimento para que gozara de ciertas vistas.

Victoria hacía mucho que no subía hasta esta parte de la casa: Recordaba que de pequeña solía venir aquí con Henry y sus hermanos a jugar, cuando alguno de ellos estaba castigado sin poder salir de casa. Y años más tarde, este era también su refugio cuando no le apetecía quedarse estudiando en su propia habitación, a sabiendas de que aquí arriba resultaría más improbable que la interrumpieran.

Pero ahora las cosas habían cambiado. No tenía ni un solo motivo para visitar esta parte del edificio, de modo que la excusa de ese día podría ser, sencillamente, que sus piernas la llevaron ahí sin darse cuenta.

Y sí, pensaba marcharse tan pronto hubiera comprobado que la azotea seguía en el mismo sitio que la recordaba, de no ser porque halló a una persona que no esperaba encontrarse.

—¿Qué haces aquí?

Évelyne pareció sobresaltarse al escuchar su voz, aunque sólo por un breve instante; no debía haber escuchado la puerta abrirse y por ende tampoco oyó a Victoria entrar a aquel espacio abierto hasta que ésta eligió hacer notar su presencia.

—Oh, nada en especial —repuso Évelyne ya en su tono más sosegado, dando a entender que la científica adivinó correctamente y su sobresalto se debió únicamente a que no esperaba tener compañía—. Me apetecía tomar un poco el aire, pero no quería salir a la calle a estas horas.

—¿Por qué no? —Victoria tomó asiento a su lado, en una banca situada a una distancia prudencial de la barandilla que las separaba de la cornisa.

—Si utilizo la puerta principal, alguien, ya sea tu padre o una persona del servicio, me va a preguntar a dónde voy y cuándo planeo regresar... Lo cual no es que esté mal, siendo su casa y todo eso. Pero no estoy acostumbrada.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora