Capítulo 30

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Una multitud de gente, iluminada con antorchas y armada hasta los dientes con utensilios de todo tipo, desde cubertería barata hasta auténticas pistolas, se aglomeraba a las puertas de su edificio clamando venganza. 

Victoria se había asomado con cautela a una ventana, apartando la cortina sólo lo suficiente como para poder echar un rápido vistazo al exterior. Y es así es como había divisado el peligro que se les echaba encima: Desde su posición en la cama, apenas unos minutos antes, podría haber asumido que el conjunto de individuos que transitaban por las calles eran un pequeño grupo de no más de una decena de borrachos. Pero ahora, teniendo una vista panorámica de media calle, se daba cuenta de que lo que se dirigía a su apartamento era una turba furiosa de más de un centenar de vecinos.

—¿Qué está pasando? —inquirió Évelyne, apareciendo en el umbral de la habitación, y haciendo referencia a unos disturbios que sin duda también llegaron a despertarla debido a su volumen—. Me ha parecido escuchar...

—Nada, no es nada —Al verla, Victoria se apresuró a cerrar la cortina, confiando en que la oscuridad imperante hubiese ayudado a que Évelyne no hubiese alcanzado a divisar lo que se les venía encima—. Vuelve a la cama, es muy tarde.

No debían ser ni las dos de la mañana. De hecho, ambas se hallaban descalzas y en camisón, habiendo salido de la cama de improviso.

Pudiera ser, si uno lo pensaba con frialdad, que todas esas personas que habían decidido armar una huelga en plena noche, lo hubiesen hecho por algún motivo que nada tuviese que ver con Victoria. Tal vez por alguna injusticia en la fábrica donde trabajaban, o por alguna ley que el gobierno hubiese aprobado sin consultarles, pero la científica tenía la intuición de que pensar eso sólo sería negar la evidencia. Que, por mucho que le pesara, toda esa gente en realidad estaba ahí por ella, por lo que había hecho.

Y estuvo a punto de insistirle a Évelyne que lo ignorase todo y regresara a su cuarto cuando la puerta de entrada se hizo oír, el sonido retumbando por todo el apartamento, como si alguien hubiese llamado con más fuerza de lo que sería correcto.

—¿Quién puede ser? Es una hora demasiado extraña para hacer visitas —murmuró Évelyne, volviéndose hacia el salón—. Iré a mirar.

—No, espera, ya lo hago yo —se apresuró a decir Victoria, pasando de largo en dirección a la entrada—. Tú quédate ahí y no te muevas.

Realmente no quería abrir esa puerta, pero todavía menos deseaba que fuese Évelyne quien tuviese que hacerlo. Y, siendo realistas, tampoco existía la opción de mantener esa última barrera hacia el mundo exterior cerrada. Pues, de nuevo, la intuición le decía que estas personas no tendrían reparos en echar la puerta abajo si es que se les negaba la entrada.

Y si ellos venían aquí para llevarse a Victoria, para hacerla pagar por sus crímenes, que así fuera. No era necesario crearle un trauma innecesario a Évelyne a base de entrar en el apartamento por la fuerza.

De ahí que, sin poder evitar temblar de pura ansiedad ante lo que se avecinaba, Victoria desatrancó la puerta.

En el corredor del edificio, al menos una veintena de vecinos se apelotonaban, llegando hasta alcanzar las escaleras. Quien había llevado la delantera, llamando a su apartamento, era un individuo de mediana edad y ropas comunes y corrientes. Victoria no le reconocía pero, en verdad, tampoco podía decir que conociese a cualquiera de las otras personas que le acompañaban. Podría ser cualquier vecino, en definitiva.

—¿Algún problema?

—Sabemos de tus experimentos —espetó el hombre, de manera acusatoria—, de que hace unos años creaste un ser contra natura que ahora habita contigo en este apartamento.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora