Capítulo 25

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Évelyne quería marcharse de Ginebra.

Éste fue un pensamiento abrupto, puramente egoísta, que se le ocurrió esa segunda noche que pasó en la ciudad. Pensamiento que no tenía nada que ver con cómo la recibieron los Frankenstein, sino con la súbita certeza de que sí había alguien que le gustaba lo suficiente como para estar dispuesta a perseguir una relación romántica.

Si se ponía a analizarlo, se daba cuenta de que aquellos sentimientos no eran nuevos. Que, desde hacía semanas, había sido más propensa a complacer a Victoria en lo que pudiera, siempre esforzándose en completar más tareas de las que le correspondían en casa, echándole más horas a sus estudios para que la científica no tuviese que desechar horas de descanso aclarándole términos cuya explicación ya venía en los propios volúmenes que leía, e incluso cocinando los platos que, Évelyne se había fijado, eran los preferidos de Victoria.

Évelyne no le había dado importancia al asunto; le agradaba provocar en Victoria una reacción positiva, siendo que ésta no solía sonreír tan a menudo. Y, puesto que su relación se tornó a una curiosa amistad mediante la que ya estaban permitidas ciertas confianzas, nunca se cuestionó en demasía por qué sus prioridades habían cambiado, pasando de chantajear a su creadora para que produjese a otro ser a su semejanza, a contentarse con que la alianza entre ambas continuase como hasta la fecha.

O no, no como hasta la fecha.

Resultaba irónico el que Évelyne estuviese tan decidida a rechazar la pedida de mano de Georg cuando, si bien no estaba segura sobre lo del casamiento, no le hubiese importado tener algo más con Victoria.

Aunque no, la respuesta era total y absolutamente no, a la hora de considerar decirle algo a la susodicha. Puede que los sentimientos de Évelyne se estuviesen haciendo cada día más claros, que según pasara el tiempo menos dudas tuviese acerca de lo que realmente quería —ya no sólo de Victoria, sino, en general, para su propia existencia—, pero no tenía intención alguna de pasarle ese dilema a ella.

No ahora, como mínimo.

Victoria iba a comunicarle a su padre sobre su decisión de poner fin al enlace y, aunque Eric estuviese de acuerdo y se hubiese ofrecido el primero para apoyarla, esto todavía debía ser causa de preocupación para Victoria.

Évelyne no quería distraerla de sus prioridades; esto es, de su familia. Y sabía bien que, sin importar cómo el Sr. Frankenstein se tomase la noticia, Victoria todavía querría pasar el resto de sus cortas vacaciones allí, estando en buenos términos con ellos. Lo último que necesitaba sería el tener que considerar otros asuntos que nada tenían que ver con sus parientes.

Luego, cuando regresaran a Ingolstadt... Bueno, primero que nada, Évelyne necesitaba aclarar las cosas con Georg. Después de eso ya vería qué hacer pues, de nuevo, no quería imponer. Y sabía a la perfección que las preocupaciones de Victoria no se reducían únicamente a lo que se pudieran haber encontrado en Ginebra.

Es más, Évelyne sentía que ya había impuesto demasiado al hacer que la científica la acogiese bajo su propio techo —no importaba que la idea hubiera surgido de la propia Victoria—, no quería que esa especie de obligación continuase extendiéndose más de lo necesario.

—¿Todo bien?

Évelyne se sobresaltó al escuchar la voz de Eric, quien había aparecido de improvisto, mientras ella se encontraba a solas en el salón de la casa, con un libro en las manos pero tan perdida en estos pensamientos, que llevaba como diez minutos en la misma página, sin haber avanzado un solo renglón.

—Ah, sí. Sí, perfectamente —repuso ésta con rapidez.

Habían pasado un par de días desde su conversación con Victoria en la azotea y hoy parecía ser una de esas tardes donde buena parte de la familia, incluida la científica, se había visto ocupada fuera del hogar familiar con diferentes quehaceres.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora