Georg Schwarz resultó ser otro estudiante de humanidades en la universidad de Ingolstadt. Aunque, a diferencia de Henry que estudiaba literatura, éste se hallaba enfrascado en la rama de filosofía, como no tardó en explicar tan pronto surgió el tema, una vez concluidas las presentaciones formales.
Victoria creía haberle visto antes, de lejos y en alguna ocasión aislada. Lo cierto es que nunca prestó mucha atención al círculo de amigos de Henry; sabía que el susodicho era alguien amigable, que hallaba placer en estar entre personas que le eran gratas, pero como ella misma se consideraba lo opuesto —y por tanto podría hasta admitir que sus hábitos eran un tanto ermitaños en ese sentido—, nunca se molestó en pedirle que la incluyera en esos grupos.
La científica prefería tener una o dos amistades que fuesen buenas y duraderas. No una muchedumbre de personas que, si bien le caían estupendamente, no les confiaría todos y cada uno de sus secretos.
Por supuesto, esto no implicaba que admirase menos a Henry por tener ese don para hacer alianzas y conservarlas. Todo lo contrario, más bien, ¡de cuántos problemas se habría librado Victoria si ella supiera hacer lo mismo! O bueno, quizás no se habría librado de tantos. O siquiera de uno solo.
Bien era sabido, y todavía pesaba en su conciencia, que después de dos años ni siquiera había sido capaz de confesarle a Henry sobre los orígenes de Évelyne.
—Creo que no está yendo nada mal —había comentado Henry, poniéndose a su altura, mientras caminaban por las empedradas calles de la ciudad—. Nuestra querida Évelyne parecía nerviosa al inicio, pero yo diría que ahora mismo ya está cogiendo el ritmo.
No tenía ni que decirlo, era evidente que la criatura ya había comenzado a soltarse, sintiéndose más cómoda entre amigos. Ella y Victoria se habían encontrado con Henry y con Georg unos quince minutos atrás, en una plaza que no distaba mucho del centro de la ciudad. De ahí habían decidido ir a dar un paseo hacia las orillas del río, disfrutando del paisaje, con el objetivo de pasar un día tranquilo conociéndose mejor.
Ahora, habiendo puesto rumbo a su destino, Évelyne y Georg caminaban juntos unos cuantos pasos por delante, mientras que los otros dos se habían quedado rezagados por unos cuantos metros; los suficientes como para no poder oír la conversación que se estaba fraguando entre aquella pareja, pero sí como para poder observar que ambos se reían por momentos y continuaban hablando sin descanso, como si fuesen viejos amigos.
—Aprende rápido —confirmó Victoria, sin querer mojarse en demasía.
Henry asintió.
—No entiendo muy bien de qué te estabas preocupando, no todo el mundo va a ser tan torpe como tú a la hora de interactuar, y Évelyne claramente no va a ser de esas personas a las que les cueste esta materia... Cosa que para mí, al menos, no es ninguna sorpresa: Algo noté ya la vez que la llevé a tu universidad.
—Yo nunca dije que Évelyne fuera incapaz, ni nada por el estilo.
"Siempre le tuve confianza", hubiera querido añadir. Pero eso sí hubiese sido una mentira flagrante, aunque Henry no la captase.
La realidad es que Victoria, pese a no negarle su permiso a Évelyne para lo que considerase correcto en el momento, sí estuvo siempre temerosa de sus interacciones con el resto del mundo. Al principio porque temía que la criatura fuese a propasarse con alguien, a recurrir a la violencia en según qué situación. Después, cuando se cercioró de que no había ni un ápice de violencia en su carácter, la preocupación se centró en lo que otros menos considerados con el prójimo podrían hacerle a Évelyne si bajaba la guardia.
—El problema de Évelyne, si me preguntas a mí —continuó Henry—, no tiene nada que ver con su carácter sino con cierta persona con la que comparte apartamento.
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La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024
Historical Fiction-Tienes que crear un hombre para mí, con el que pueda vivir e intercambiar el afecto que tan necesario resulta para mi existir. Solo tú puedes hacerlo, y te lo exijo como un derecho que no debes negarme. El monstruo dijo esto con convicción, como si...