La Promenada de la Treille era un amplio parque situado en el corazón de Ginebra, muy cerca de su catedral, cuyos amplios caminos y cuidada vegetación permitían que resultase el lugar idóneo para dar un paseo a caballo. Las vistas a la ciudad, desde este punto, eran ciertamente magníficas y, puesto que resultaba un lugar bastante concurrido para los habitantes de la zona, tampoco escaseaban los bancos donde sentarse para tomar un descanso ni los negocios que rodeaban el perímetro.
Victoria había pasado por aquí mil veces cuando era más pequeña. A veces en solitario, disfrutando de la queda compañía que podría ofrecerle este ínfimo espacio de la naturaleza en plena urbe. Otras, la mayoría, en compañía de sus amigos y hermanos.
Hoy Eric escogió venir a caballo, actividad que no era desconocida para la científica —si bien se sentía algo oxidada al respecto, pues no montaba desde su mudanza a Ingolstadt—. Pero muchas habían sido las veces, en el pasado, en las que acudieron a La Treille a pie, con intención de echar unas carreras por el recinto, realizar un picnic con su familia o pasar el día leyendo bajo la sombra de un árbol.
—Ya echaba esto de menos —había comentado Victoria, tras una primera vuelta de reconocimiento por aquellos parajes—. En Ingolstadt nunca puedo salir a este tipo de excursiones.
—¿Falta de terreno por el que pasar? —inquirió Eric, un tanto escéptico.
Él nunca había salido de Ginebra desde que los Frankenstein le trajeron, pero ello no implicaba que fuese un ignorante respecto a lo que podría encontrarse en otras villas cercanas.
—Falta de caballos y de un establo en el que mantenerlos.
—Podrías tener todo eso si quisieras —terció Eric, y no le faltaba razón; si de veras lo quisiera, nada le impedía tener sus propias caballerizas—. O, si no te apetece tener que encargarte y contratar servicio, el alquiler también existe.
—Alquilar sería lo mejor, y de hecho es lo que hago cuando me urge ir a algún sitio que está demasiado lejos como para ir caminando —confirmó Victoria, que si ya no le apetecía tener que ocuparse de un servicio en casa, todavía menos deseaba estar pendiente de un establo—. Pero tampoco es que haya pensado mucho sobre ello. Apenas tengo tiempo para dedicarlo al ocio, y tener caballo o carruaje propio tampoco es una de mis metas.
—¿Cuáles son ésas entonces?
Porque por mucho que Victoria extrañase Ginebra, no lo hacía suficiente como para querer volver a instalarse allí. Esa cuestión venía implícita en la pregunta de Eric, pese a no haberla expresado de una manera más directa. Y Victoria pensó que ya era hora de darle una respuesta.
—¿Recuerdas que te hablé de aquel amigo del profesor Waldman, el doctor Fuchs?
—¿Esa eminencia de la universidad de Berlín? ¡Como para no recordarlo! Hace años no hacías más que hablar de sus avances científicos e investigaciones, coleccionando recortes de periódico e insistiéndole a padre para que te dejara ir a alguna de sus conferencias.
—No era tan obsesiva —Pero, nada más protestar, Victoria recordó que sí lo era.
Al menos en ese periodo entre los once y los catorce años, cuando comenzó a interesarse por temas que, citando a los miembros más conservadores de su propia familia, "no son propios de una mujer" y por ende decidió empezar a leer todo lo posible al respecto.
Fuchs había sido uno de los pilares fundamentales en esa búsqueda de conocimiento. Ya no sólo por sus logros —de los cuales los medios se hacían eco cada vez que salía la más mínima novedad—, sino debido a que el susodicho era el tema del momento en esa época.
—Creo que, por peligroso que pudiese haber sido, padre hubiera preferido que llevases tu querencia por admirar gente ajena a algún chico del vecindario —comentó Eric, aunque había cierto tono de divertimento en su voz—. Pero de nuevo, y si pienso en todos esos libros y artículos que leías en ese momento, puedo llegar a entenderlo: En comparación con Fuchs, Volta o Fourier, los muchachos de nuestro barrio sí suenan un tanto aburridos.
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La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024
Historical Fiction-Tienes que crear un hombre para mí, con el que pueda vivir e intercambiar el afecto que tan necesario resulta para mi existir. Solo tú puedes hacerlo, y te lo exijo como un derecho que no debes negarme. El monstruo dijo esto con convicción, como si...