Capítulo 5

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La criatura se detuvo en el umbral de la puerta que daba al salón, una vez el tour por el apartamento de Victoria hubo concluido, mientras echaba un vistazo a su alrededor. Por fin habían arribado al hogar de la científica en Ingolstadt pero, aunque ya llevaban ahí más de media hora, la susodicha parecía que todavía no se terminaba de creer el lugar en el que estaba parada.

La verdad, y pese a que a Évelyne se mantuvo en silencio la mayor parte del tiempo, tan intenso escrutinio estaba comenzando a poner nerviosa a Victoria.

—No recordaba que vivieras... —comenzó Évelyne finalmente, mas no llegó a terminar su frase, pues enseguida fue interrumpida.

—No, antes vivía en una casa situada en un barrio diferente. Pero al final, por una cosa u otra, decidí cambiar de domicilio —Tras una pequeña pausa, adivinando que el monstruo querría saber de los motivos, agregó—. Es más conveniente. Este apartamento se sitúa en pleno centro, así que se puede ir caminando a cualquier parte. Sea a la universidad o al trabajo, o incluso a cualquier tienda que se te ocurra por más víveres.

Sí, ese era en definitiva uno de los motivos por los que había elegido el lugar, pero no el único ni mucho menos el primero.

Dos años atrás, después de que su creación se desvaneciera y ella sufriese una crisis ansiosa que perduró por meses, descubrió que ya no podía seguir habitando la misma casa. No es que la vivienda en sí fuese un problema, sino el sótano en el que tenía montado su laboratorio. ¡Cuántas pesadillas no habría tenido, en ese mismo escenario, desde que su experimento culminó con éxito!

Cuando se sintió con fuerzas para dejar la cama, pensó que lo más prudente sería despejar el lugar. No pensaba volver a dedicarse a la ciencia... O, al menos, no a la parte concerniente a crear otro ser humano.

Pero se encontró con que no podía poner un pie en el sótano sin volver a sentir la misma angustia que la había tenido paralizada por semanas. No, no podía desmontar el laboratorio que tenía armado. Y tampoco podía pedirle a Henry que lo hiciera, por temor a que encontrase algo comprometedor que hubiese dejado ahí en un despiste y luego se viera obligada a confesarlo todo.

¡Si tan sólo pudiera quemar el habitáculo y dejar que todo fuese consumido por las llamas...! Pero al igual que en el apartamento, aquí también estaba de alquiler. No podía dañar nada, de manera que al final terminó por pagarles a un puñado de vagabundos para que fuesen ellos quienes se deshiciesen de todo el material. Una tarea que ellos realizaron de buena gana al enterarse de que, si querían, podían quedarse con los objetos que más les gustasen. Pues, una vez fuera de su sótano, a Victoria le daba igual dónde acabasen.

De todas formas, y descontando lo que les sirviese para dormir o tuviese potencial para revender en la feria local, la mayoría de esas cosas acabarían en un vertedero. O desmontadas pieza por pieza, con vistas a colocárselas a algún fabricante de cualquier cosa que nada tenía que ver con el uso original para el que se creó.

Sea como sea, poco después de vaciar su sótano y coincidiendo con la sugerencia de Henry para hacer un par de viajes para despejarse tras haberse recuperado de su enfermedad, Victoria pagó lo que le restaba de alquiler y devolvió sus llaves para no volver.

La siguiente vez que arribó a Ingolstadt fue para quedarse en el mismo piso en el que ahora se hallaban.

—¿Ya no tienes un laboratorio? —inquirió Évelyne.

La respuesta debería ser obvia, incluso sin conocer el contexto anteriormente mencionado, ya que habían recorrido la totalidad del apartamento y no se vio ni un solo habitáculo que correspondiese mínimamente con la idea que cualquiera tendría de laboratorio.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora