Si Évelyne no se hubiese dejado guiar por su mente racional, manteniendo siempre al frente lo que consideraba era lo correcto dado lo que acordaron en un inicio, habría podido jurar que Victoria no quería que se marchase.
No, ¿en qué estaba pensando? ¡Por supuesto que Victoria no quería que se fuera! Esto no era ningún delirio de Évelyne, orquestado por sus constantes ansias de ser aceptada, sino que resultaba tan claro como el agua: La científica era muy buena ocultando sus sentimientos, tenía incontables años de experiencia en ello inclusive. Pero últimamente las paredes de sus muros habían comenzado a tambalearse y ya era imposible no empezar a notar las grietas.
Victoria no dijo nada en contra de su idea de mudarse. Después de su sorpresa inicial, se había limitado constatar que confiaba en el criterio de Évelyne para hacer lo que considerase adecuado y, por tanto, la apoyaría sin importar qué decidiese al final.
Évelyne podría haber presionado un poco más o, por lo menos, tratado de averiguar el porqué del súbito cambio de parecer. Pero finalmente optó por permanecer callada, limitándose a constatar que lo de la mudanza era sólo una idea y que ni siquiera tenía por qué ocurrir.
Pensándolo ahora en frío, al día siguiente, Évelyne se daba cuenta de que no debería haber tenido ninguna necesidad de hacer aclaración tan obvia. Que, si no deseaba confrontar a Victoria sobre esto, perfectamente podría haberse callado y dejado morir el tema, como con tantos otros temas de debate en los que ambas diferían. Pero por algún motivo, al ver su reacción cuando mencionó la posibilidad de abandonar el apartamento, Évelyne sintió la necesidad de constatar igualmente que nada estaba escrito en piedra.
Todavía no tenía un plan fijo de qué quería hacer con su vida. Ni siquiera había hablado todavía con Georg —aunque lo haría en breve, de hecho, ahora mismo estaba de camino para reunirse con él—, así que mucho menos iba a empujar las cosas para perseguir una supuesta independencia que no necesitaba con tanta urgencia.
—¡Évelyne! —Henry se acercó desde la acera de enfrente logrando, por fin, que la susodicha detuviese sus pasos lo suficiente como para que él la alcanzara—. Te he estado llamando, ¿no me has oído?
—Ah, no, perdona —repuso ésta un tanto avergonzada; la calle por la que transitaba estaba bastante llena de transeúntes, pero el bullicio no era tal como para que alguien que gritaba su nombre pasase desapercibido—. Siento que tengo un poco la cabeza en otra parte últimamente.
—Te la habrás dejado en Ginebra, ¿quizás? Los Frankenstein tienen ese efecto, como les caigas en gracia, te van a tratar como a una más de la familia. Y luego, cuando te toque volver a tu preciada casita en solitario, vas a extrañar las atenciones.
¿Cómo explicarle a Henry que, por mucho que se hubiese divertido en esas semanas en Suiza, no era la atención de los Frankenstein en general sino de una sola en concreto la que buscaba? Obviamente, no iba a decirlo.
—Debe de ser eso, sí. Lo cierto es que me lo pasé mejor de lo que creí posible estando por esos lares.
—Eso es muy habitual cuando haces uno de esos viajes improvisados en los que vas con cualquier otro objetivo en mente que no sea, en específico, disfrutar de la travesía. Al final el universo siempre te acaba sorprendiendo —ponderó Henry, retomando con Évelyne su camino a paso tranquilo pero constante; el piso del mencionado estaba en la dirección a la que se dirigían, así que no era de extrañarse que ella se lo hubiese cruzado—. Cuando yo llegué por primera vez a Ingolstadt me sucedió algo similar.
—¿No había sido idea tuya venir?
—Qué va, no soy tan ambicioso. O sea, sí tenía planes de cursar mis estudios en una universidad, pero para estudiar literatura y al cabo de unos años hacerme profesor bien que podría haberme dejado estar en Ginebra, pues la universidad que tienen allí ofrece un programa para dicha carrera que nada tiene que envidiarles a las de este país.
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La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024
Fiction Historique-Tienes que crear un hombre para mí, con el que pueda vivir e intercambiar el afecto que tan necesario resulta para mi existir. Solo tú puedes hacerlo, y te lo exijo como un derecho que no debes negarme. El monstruo dijo esto con convicción, como si...