Capítulo 31

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Desde que se la recriminó por haber puesto un pie en el campus, Évelyne había estado evadiendo la facultad como si hubiese un círculo de fuego que la previniese de siquiera acceder a la verja de entrada a sus jardines.

Esto no tenía nada que ver con algo que Victoria le hubiese dicho o advertido pues, tras disculparse de su arrebato inicial varios meses atrás, su prohibición de pasarse por el lugar fue retirada y, lo que es más, la científica siempre se mostró agradecida cada vez que Évelyne la esperaba a la salida del edificio para volver a casa, una vez sus clases remataban.

Ahora bien, una cosa era sentarse a esperar en algún banco cercano a la universidad, manteniendo una distancia prudente de la misma, y otra muy distinta era atravesar sus puertas, con un destino ya en mente.

Évelyne había sentido el peso de la responsabilidad sobre sus hombros y, quizás, había aceptado demasiado aprisa la posibilidad que le ofreció Victoria de hacerle ese recado. Pero no había podido evitarlo: Ella vio la oportunidad de hacer algo por Victoria, que la propia científica todavía no se había atrevido a hacer, y la tomó sin apenas pensarlo.

¿No era que se mantuvo alejada de este lugar porque tenía miedo de que la capturasen para experimentar en ella? No, eso lo pensó al principio, antes de ser aceptaba por la vasta mayoría de gentes que habitaban en Ingolstadt. ¿Era entonces que no deseaba cruzarse con ningún conocido de Victoria que trabajase en el mismo campo? ¿O tal vez evitar los laboratorios a causa de un trauma que probablemente nunca terminaría de resolver?

Ni la propia Évelyne estaba segura de a qué se debía su aversión; lo que sí tenía claro es que su entrada a la facultad no debería haber resultado tan sencilla como finalmente fue.

Évelyne entró, vio el mostrador de información, entregó la carta a quien se suponía debía entregarla, y con las mismas se dio la vuelta y salió del edificio para, ahora sí, ya nunca volver entrar. No hubo paseos sin rumbo por laberínticos pasillos, ni encontronazos con profesores y alumnos que la mirasen con curiosidad, exigiéndole saber qué estaba haciendo allí. No hubo nada de eso y, el recado en sí, no duró más de tres minutos de reloj una vez dentro.

—¿He de entender que no planeas volver allí? —había inquirido Franziska esa tarde, tras escuchar la historia.

Évelyne había acudido de visita a su apartamento. Era, de hecho, la primera vez que se atrevía a aceptar una invitación allí, siendo que hasta entonces todos sus encuentros se habían concentrado en el parque al que estaban habituadas o, desde más recientemente, a la cafetería donde Évelyne se hallaba trabajando algunos turnos.

Restándole importancia a la anécdota, el plan de Évelyne era contarle primero a Victoria sobre el éxito de su misión. Pero Victoria todavía estaba ausente, asistiendo a sus propias clases y, habiéndose dado la casualidad de toparse con su anciana amiga de camino a casa, pensó que podría aprovechar.

Tal vez, Évelyne estaba más nerviosa de lo que le gustaría admitir, tratando de procesar todavía el subidón de adrenalina por haber incursionado en territorio enemigo sin ninguna consecuencia negativa.

—Volveré —sentenció, despacio, sosteniendo su taza de té con mano firme, quizás porque todavía se sentía un tanto inestable después de haber logrado lo que para ella era una hazaña—. Pero sólo para lo usual que ya he hecho más veces; esperar a Victoria fuera de las aulas.

—Fuera, ¿en los jardines? —adivinó Franziska con una sonrisa que a todas luces decía que lo hubiera supuesto incluso sin confirmación alguna.

—Quizás ahora que sé que no supondría un problema, si es que un día llegase a llover fuerte, me quedase esperando dentro del edificio en lugar de buscar cobijo a la intemperie, bajo algún toldo cercano. Pero eso es todo.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora