Victoria Frankenstein era una persona extraña. Posiblemente, la más extraña de todos aquellos humanos que Évelyne había observado en estos dos años de peregrinaje en solitario a través del mundo.
Científica o no, no cabía duda de que se trataba de una persona ocupada, pues todos los días salía de casa poco después del amanecer, portando consigo un cúmulo de carpetas y documentos que la criatura tenía prohibido siquiera respirarle encima, y ya no regresaba hasta que el sol comenzaba a ponerse.
¿Qué es lo que Victoria hacía fuera del apartamento, durante todas aquellas horas de ausencia? Évelyne suponía que la mayor parte del tiempo se la pasaba en ese campus que le era tan familiar, no sólo porque su propia creadora lo hubiese mencionado alguna que otra vez, sino debido a que en las propias cartas y documentos que sí había llegado a atisbar, Évelyne pudo distinguir el nombre y el sello de la universidad de Ingolstadt.
¿Y qué habría allí que resultase de tamaño interés para Victoria? Bueno, la teoría principal de la criatura es que el lugar estaría plagado de individuos como ella, gente de cuestionables principios que, por pura ambición, no dudarían en vender su propia alma al diablo con tal de obtener éxito en cualesquiera que fueran los experimentos en los que estuviesen trabajando.
Évelyne se imaginaba las instalaciones universitarias como un conjunto de laboratorios privados gobernados por sociópatas que, por mucho que presumiesen de intachable moralidad, no tenían ninguna buena intención.
Sobraba decir que la criatura no tenía ni idea acerca de la gestión de este tipo de instituciones, mucho menos de que era más de una única disciplina la que se podía impartir ahí. Ella, quizás por el sesgo que la dividía con Victoria, prefería quedarse con su versión alterada de los hechos y no tratar de pensar más allá, esparciendo así su rencor hacia el resto de la comunidad científica.
Tal vez, Évelyne hubiera querido quejarse, soltar algún comentario afilado más con intención de picar a Victoria para instigarla a hablar de las novísimas perversiones que debía de estar fraguando dentro de su alma máter, que porque de veras lo estuviese pasando mal.
Pero, en última instancia, no tuvo corazón para hacerlo: Habían pasado ya casi tres semanas desde que ambas se instalaron juntas en ese extremo de la ciudad y, aunque era cierto que Victoria podría haber sido un poco más amable y cercana como compañera de piso, no estaba maltratando a su criatura.
Para cuando Évelyne se levantaba por las mañanas, Victoria ya hacía rato que había abandonado el apartamento. Así que, tras un breve desayuno, solía utilizar la mañana para estudiar los libros que ésta última solía dejarle, sorprendiéndose de cada nimia cosa que le llamaba la atención y anotando en un papel aparte cada una de las preguntas que aquellos textos la hacían cuestionarse pero no alcanzaban a dar respuesta, con intención de presentárselas después a Victoria para que fuese ella quien le sacase de dudas.
Évelyne también almorzaba sola y, por las tardes, o bien volvía a sus novelas de ficción —un gusto culpable por el que últimamente se había aficionado— o se ponía a limpiar la casa, ya no sólo por cumplir su parte de tareas en el hogar, sino porque le resultaba una buena distracción para no quedarse pegada a un manuscrito durante todo el día.
Con las llaves del piso bien guardadas en uno de sus bolsillos, sin separarse nunca de ellas, Évelyne sabía que tenía permiso para salir e ir a donde quisiese. Sin trampa ni consecuencia por parte de su creadora.
Se suponía que la criatura podía salir a dar largas caminatas hasta la otra punta de Ingolstadt, entrar en establecimientos y consumir lo que se le antojara —Victoria hasta se había molestado en entregarle algo de dinero, por si alguna vez quería comprar algo por su cuenta—, hacer algo tan rutinario como tener una conversación trivial con un desconocido por las calles...
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La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024
Historical Fiction-Tienes que crear un hombre para mí, con el que pueda vivir e intercambiar el afecto que tan necesario resulta para mi existir. Solo tú puedes hacerlo, y te lo exijo como un derecho que no debes negarme. El monstruo dijo esto con convicción, como si...