Capítulo 10

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Los días ya estaban refrescando pero, en jornadas como la de hoy, en la que no había ni una nube en el cielo, uno todavía podía encontrarse a gusto donde diera la luz del sol.

Era el día libre de Victoria y, puesto que el clima acompañaba, ésta le había sugerido a la criatura acompañarla en un paseo por la ciudad. Quizás hacer unos cuantos recados de camino pero, en su mayoría, para cumplir con el simple objetivo de continuar acostumbrando a Évelyne a su nuevo entorno.

Nada tenía que ver esta súbita petición de dar un paseo con el hecho de que a Victoria no le hiciese gracia que Henry se hubiese ofrecido anteriormente a hacerle de guía a Évelyne. Eso hubiera sido absurdo. Porque, bueno, su amigo podía proceder como quisiera en ese sentido —y bien consciente era de que la criatura ya le había aceptado la oferta—, ¿pero cómo quedaría ella si, como su creadora que era, no realizaba el esfuerzo de pasar más tiempo juntas fuera de casa?

El miedo que le tenía a la criatura se había estado disolviendo de a poco, percatándose con cada gesto y acción de la susodicha que no poseía ni el más leve instinto asesino, muy a pesar de las amenazas que realizó las primeras veces que se encontraron.

Victoria no pondría la mano al fuego por ella, pero sí se fiaba lo suficiente como para saber que estaría a salvo con la criatura en cualquier situación normal de la vida diaria. Que podría hasta echarse a dormir en la misma estancia que Évelyne y, horas después, despertar ilesa.

Por eso, entre otras cosas, es que decidió aventurarse a las calles en su compañía.

Ésta no era la primera vez que ambas caminaron la una junto a la otra a través del núcleo urbano, pero sí resultaba una novedad que lo hiciesen por las meras ganas de salir del apartamento y pasar un buen rato en compañía, no por la necesidad imperiosa de tener que comprar provisiones o dar con un traje nuevo para sustituir las desgarbadas vestimentas de Évelyne.

No, esa etapa ya la habían pasado. Y Victoria se había dado cuenta, tras el incidente con Henry, de que realmente debería dejar de estar tan a la defensiva cuando se trataba de su criatura y comenzar a cumplir con su deber moral como era debido.

Ofrecerle un piso donde quedarse, comida y estudios a Évelyne no era suficiente. No podía serlo. Resultaba un buen progreso, desde luego, y la criatura no se había quejado del arreglo —al contrario, semejaba bastante agradecida por todo, una vez el enojo inicial se le pasó—. Sin embargo, entregarle todas estas cosas y simplemente dejarla a su aire, para que hiciera lo que pudiera con ellas, no sentaba del todo correcto con Victoria.

Se estaba escondiendo y ella misma lo notaba.

Se escondía y, ¿no lo hacía acaso, en vano? Porque en una sola tarde, con Henry, Évelyne había parecido más relajada que con ella en toda una semana. Y resultaba evidente por qué Victoria no había conseguido el mismo resultado en tan corto plazo: La criatura y ella ya tenían un historial de desconfianza mutua. La relación entre Henry y Évelyne, en cambio, era como un lienzo en blanco. Quizás la criatura pudiera tener sus reservas al saber que él era amigo de Victoria, pero Henry no tenía absolutamente ningún prejuicio contra ella.

Victoria no podría, por mucho que le gustara la idea, olvidar de dónde había salido Évelyne. Pero sí le resultaba factible el pretender que los eventos traumáticos de hacía dos años no habían sucedido. Que, al menos por el tiempo en el que ambas se hallasen en mutua compañía, podrían comportarse como viejas amigas que se conocieron en circunstancias perfectamente normales.

Tal vez ello fuese echarle mucha imaginación, mas valía la pena intentarlo.

Esto ya no se trataba de un experimento para ver cómo podría comportarse la criatura en sociedad, estando expuesta a determinadas situaciones o viéndose tratada en según qué forma. La científica quería saber si existía la posibilidad de redención, no solamente para Évelyne, sino para sí misma.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora