Capítulo 13

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La iglesia de St. Maurice se ubicaba en el corazón de la ciudad, a un extremo de la plaza, y se trataba de un edificio imponente de varios pisos de altura y un par de torreones —en uno de los cuales se ubicaba el campanario—. Su fachada estaba repleta de arcos apuntados y bóvedas de crucería, cosa que, según Georg explicó, resultaba característico del estilo gótico que su arquitecto trató de conseguir una vez le fue encargado el diseño del edificio.

Acercándose un poco más a la iglesia, Évelyne pudo apreciar mejor las gárgolas y vidrieras que decoraban cada cornisa y ventanal. Y si bien Ingolstadt no era precisamente una urbe en la que faltase la distinción en cuando a la manera en la que sus casas estaban diseñadas, la criatura pronto decidió que este lugar en concreto poseía mayor belleza que cualquier otro en el que hubiera estado con anterioridad.

Una vez dentro de la iglesia, los dos visitantes fueron recibidos por más estatuas de ángeles y otras figuras religiosas. Un largo pasillo recorría toda la nave central, desde la puerta por la que habían entrado, pasando por el área donde los feligreses se reunían para el culto, hasta el altar. Un altar situado ante extensas vidrieras por las que se colaba la luz del sol, y que disponía de un bien cuidado retablo con dorados detalles que no hacía sino representar con infinita viveza imágenes de la vida de Cristo, a base de pinturas y esculturas con el mismo nivel de detalle que las vistas en el exterior del sacro edificio.

Évelyne también llegó a fijarse en el púlpito y en el espacio para el coro que se cernía a un lado de la nave. ¡Hasta un órgano había allí apostatado! Y no pudo por más que hacerse mil preguntas sobre el dueño de aquella iglesia, por qué habría mandado construir semejante templo y, más importante todavía, cuál era la razón de que el sitio no estuviese lleno de gente.

—Impresionante, ¿verdad? —inquirió Georg, en voz baja.

Pese a que el sitio no estaba a rebosar de personas que acudían a mostrar su pleitesía a Dios, sí que había por lo menos una docena de feligreses repartidos por los bancos y otras zonas de la capilla, ya fuese rezando o realizando la misma labor de apreciación que la propia Évelyne estaba haciendo. Y, ella estaba aprendiendo esto, dentro de una iglesia era necesario guardar silencio para no incomodar al resto de la congregación.

—Es muy bonita —afirmó la criatura, por tanto, en el mismo tono—. Nunca antes había venido.

—¿No? Suele ser de las primeras cosas que los turistas vienen a observar, incluso los menos devotos.

—Puedo entender por qué.

En verdad, a Évelyne nunca se le ocurrió acudir a ésta o a cualquier otra iglesia antes porque, bueno, ¡ni siquiera sabía de su existencia o para qué servían! No hasta que Victoria se lo explicó, según dijo, porque era un conocimiento básico que habría de necesitar algún día. Independientemente de cuáles acabasen siendo sus creencias en materia espiritual.

Luego, respecto a si Évelyne conocía o no St. Maurice de antes... Había visto de lejos sus torreones, cuando daba sus paseos por el parque y las calles aledañas a su propio barrio. Y recordaba haber pensado, impresionada como se halló entonces, que dichas torres debían pertenecer a un edificio increíblemente alto. Pero eso era todo. No tenía ni idea de que ello pertenecía a una iglesia, de que dicha iglesia era St. Maurice y, con sus otras preocupaciones en la cabeza, tampoco se le ocurrió nunca acercarse a echar un vistazo.

No hasta que Georg la invitó.

—¿A quién se le ocurrió construir este lugar? —terminó preguntando Évelyne, admiración evidente en su tono.

Había visto algún que otro santuario o iglesia perdida en los montes, durante aquellos dos años en los que estuvo vagando sin rumbo. Pero nada que se asemejase en tamaño y opulencia a esto.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora