Capítulo 8

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Victoria se dio cuenta de que pasaban de las seis de la tarde cuando el personal de limpieza la distrajo de sus papeles, presumiblemente para avisarla de que estaban a punto de cerrar las instalaciones y sería lo propio que recogiese sus cosas y se retirase.

Aquello no era nada fuera de lo común; Victoria se había quedado en las dependencias de la universidad fuera del horario lectivo las veces suficientes como para que los empleados ya no se sorprendiesen de verla todavía cuando ya hacía rato que el sol se había puesto. Muchos profesores sabían de su empeño y labor científica, y estaban de acuerdo con que utilizara el laboratorio o sus oficinas durante tanto como le fuese necesario.

Honestamente, Victoria no era la única que hacía uso de la facultad una vez todas las clases y conferencias del día hubiesen terminado.

Pero quizás sí cabría destacar que, pese a que el perder la noción del tiempo mientras trabajaba en algo resultaba un patrón habitual en ella, hacía años que no le ocurría de manera tan seguida. Ésta era la tercera vez en una semana que acudía tarde a casa y genuinamente esperaba que ello no se convirtiera en su nueva rutina.

Victoria tenía tan pocas ganas de enfermar como Henry parecía tenerlas.

Así que en cuanto se la avisó de que pronto se cerrarían las puertas del edificio, se apresuró a dejar mínimamente ordenado su escritorio y marcharse por donde había venido, con su propio dosier de documentos que le quedaban por analizar. Ya terminaría en casa de hacer lo que le restaba, si acaso. Hoy no planeaba esforzarse más.

Su preocupación principal ahora mismo era que ya era noche cerrada y, como tal, la gran mayoría de tiendas ya estarían clausuradas. En otras palabras, que ya podía decir adiós al plan de comprar la cena en alguno de sus establecimientos usuales. O bien tocaría cocinar, o recurrir a su abundante despensa de comida enlatada.

Resultaba un engorro, pero Victoria creía que elegiría lo segundo. Estaba cansada y, de todos modos, sabía que Évelyne no se quejaría ante una cena ligera.

La científica, sin embargo, no tuvo mucho tiempo para considerar estos temas domésticos, pues pronto halló algo que la sacó de esa línea de pensamientos, debido a que, una vez hubo salido del edificio, se cercioró de que alguien la estaba esperando a apenas unos pasos de la verja principal.

Y no, no era solamente Henry. ¡Si sólo hubiese sido él, Victoria no habría sentido la necesidad de apurar su paso hasta alcanzar esa parte del campus! Y es que no era nada inusual que su amigo se apersonara en su facultad a cada tanto, ya fuese para hacerle una visita de cortesía o porque él mismo tenía asuntos que atender con algún profesor. Pero Évelyne... ¿Qué diablos hacía allí?

Victoria no le había prohibido salir del apartamento, al contrario, últimamente la estaba animando inclusive a salir más. Pero nunca jamás se le había ocurrido indicarle el punto exacto donde estudiaba, donde pasaba la mayor parte del día, y francamente tampoco estaba segura de que le gustase el hecho de que ahora la criatura lo supiese.

—Ah, Victoria, es bueno que hayas aparecido. Creímos que íbamos a tener que recorrernos una buena parte de los terrenos para dar contigo —había dicho Évelyne con una sonrisa, en cuanto su creadora estuvo lo suficientemente cerca como para escucharla—. Nos hemos pasado por una pastelería de camino, pensando que te apetecer...

Évelyne no llegó a terminar su frase, ni siquiera a ofrecerle el paquete que portaba en una de sus manos, puesto que Victoria eligió ese momento para dirigirse exclusivamente a Henry y recriminarle con cierta brusquedad:

—¿Por qué la has traído aquí?, ¿en qué estabas pensando?

Henry venía andando unos pasos por detrás de la criatura, habiéndose detenido al mismo tiempo que ella, al ver a Victoria. Y, en cuanto su amiga le abordó de tan repentina manera, por poco se le cayó al suelo el trozo de pastel de migas que él mismo se encontraba consumiendo.

La dama que se alzó de entre los muertos #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora