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Se escucha un ruido en la puerta que indica que mis viejos volvieron del kiosco, Enzo levanta sus labios de mi espalda y se pone de pie para vestirse rápido. Yo lo imito, arrepintiendome instantáneamente de haberlo traído para hablar y que hayamos terminado teniendo relaciones.

Me gustaría pensar que mis amigas me cagarían a pedos por esto y es verdad, lo harían, pero en el fondo siempre bancaron mi relación con Enzo.

—Pasame una remera del ropero —le pido poniéndome el pantalón de un pijama que tenía hoy a la mañana.

—¿No te da para quedarte así, maricona? —se ríe, acatando mi pedido.

Le pongo los ojos en blanco, buscando un corpiño entre mi ropa interior. Cuando me lo estoy abrochando escucho voces del otro lado de la puerta, pero hay una de más que no es de mis viejos.

Lo miro a Enzo con el ceño fruncido, llevandome el dedo índice a los labios para indicarle que haga silencio. Esa voz...

¡Lisandro!

Lo miro a Enzo aterrada, antes de acercarme a él me aseguro de que la puerta tiene la llave puesta.

—Tenés que salir por la ventana ya —le ordeno empujándolo hasta esta.

Me hace montoncito. —¿Qué pasó? ¿Quién vino?

Antes de que le responda alguien golpea la puerta, cierro los ojos y suspiro, esperando que mis viejos no le hayan mencionado la presencia de Enzo en mi habitación. No quiero que lo vea acá porque me sentaría mal que piense que yo estuve de acuerdo en terminar porque quería estar con Enzo. Antes quería eso, muy en el fondo, pero después salió la noticia de que él se comprometió y yo quedé como una ridícula ilusionada. Además, no quiero que se crucen fuera de su lugar de trabajo porque se van a cagar a piñas con la bronca que todavía se tienen.

—No hagas ruido —le pido acercandome a la puerta para entreabrila apenas.

Es un alivio total ver a mi mamá del otro lado.

—Vino Lisandro, está en la mesa tomando mates —me dice abriendo los ojos cual desquiciada.

Asiento. —Sí, ahí voy, pero espera que saco a este de acá —lo señalo y cierro la puerta para arreglar el quilombo este.

—Vino Lisandro —confieso acercandome a él nuevamente para despacharlo por la ventana.

Se suelta de mi agarre y se cruza de brazos, mientras con la mano hace montoncito.

—¿Y cuál hay? ¿por qué me tengo que ir?

Lo miro mal, no le puede costar tanto.

—No quiero que hagan quilombo en mi casa, menos enfrente de mis viejos.

Chasquea la lengua. —Y andá a ver que quiere, yo me quedo acá. Yo llegué primero —se encoje de hombros.

Dios, es peor que un nene, me cae mal.

—Dale, tomatela, después volvés, no sé, pero andá —intento empujarlo para acercarlo a la ventana pero se queda duro en su lugar.

—Dale, Cande, va a pensar que no lo querés ver —me muestra el reloj de su muñeca y se ríe, esa sonrisa de egocéntrico y soberbio que tiene.

Me termino resignando porque sé que no se va a rendir, así que ahogo un grito y mil puteadas para tratar de tranquilizarme y salir por la puerta. No sin antes amenazarlo de muerte por si se le cruza por la cabeza salir de acá mientras dure la visita de Lisandro.

Cierro la puerta detrás de mí intentando arreglarme un poco antes de salir al comedor. Cuando llego lo veo sentado charlando y tomando mates re tranqui, incluso sonríe al verme.

Lado a Lado | Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora