33: Para siempre.

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Enzo nunca pensó que ver la puerta de su casa, en la que vivió la mitad de su vida, podría despertarle todas las sensaciones que recorren su cuerpo en este instante. O quizás, aunque él intente verlo de otra manera, es miedo lo que siente. Miedo de enfrentarse a lo que evitó por años.

Como desde que llegó, duda varias veces más de si debe girar la llave o no, inseguro de lo que puede llegar a pasar. Lo que lo termina de convencer es una vecina, demasiado curiosa, que se acerca con una escoba en la mano. No puede permitirse que lo reconozcan porque va a caer todo el barrio a su casa y, aunque amaría saludarlos a todos, no tiene suficiente tiempo.

Varias sensaciones le recorren el cuerpo, parece ver todo desde otra perspectiva, una más consciente. Lo único que ve exactamente igual a las otras veces son los fantasmas de aquella charla que tuvo con su viejo, la charla en la que decidió qué quería para su futuro, la misma que también lo atormenta bastante seguido.

Lo primero que ve es a su padre sentado en la silla de la esquina de la mesa, tomando mates y mirando el noticiero, tal cual cuando era chiquito y se levantaba a hacerle compañía antes de que él se fuese a trabajar. Pensar en eso logra que sus vellos se ericen, nunca disfrutó verlo alejarse por la ventana, pero ese recuerdo fue parte de su energía para cumplir sus metas.

—Buenas, Pa —lo saluda una vez que Ricardo decide mirarlo.

Su padre lo mira confundido, la sorpresa es evidente pues contaba con que Enzo esté en Londres. Si hubiera respondido una de las miles llamadas perdidas de su hijo se habría enterado, pero desde que vio por las noticias que se separó de Valentina tomó una notoria distancia.

—Enzo —frunce el ceño, levantándose para darle un corto abrazo. —No te esperábamos, ¿no arranca la temporada dentro de poco?

El morocho deja las llaves sobre la mesa y se sienta en una de las sillas, imitando a su padre que sigue con los mates.

—Sí, pero me dieron vacaciones antes de arrancar —le comenta. —¿Y mi vieja?

Ricardo le ceba un mate y se lo da, sin importar la incomodidad creciente de la situación.

—Ah, Mariela está en el chino de la vuelta, fue a comprar para la cena —le explica sin muchas ganas. —¿Vos te quedás a cenar?

—No, no. Voy a estar un rato nomás —asiente sorbiendo el mate.

Un silencio los termina invadiendo, el único ruido es el de las noticias en la televisión, pareciera que ambos están esperando a que el otro atine a decir algo para poder arrancar.

—Bah, vine a hablar, en realidad —agrega, devolviéndole el mate.

Ricardo no dice nada, indicador suficiente para que Enzo empiece a dudar de lo que está haciendo. Está harto de pelear con una de las personas que más ama en el mundo, pero el hartazgo del intento constante que hacen por manejarle la vida parece pesar más.

—¿De qué querés hablar? —pregunta al sentir el silencio de su hijo.

—Y de todo lo que viene pasando, desde lo de Valentina no me hablaste más —eleva los hombros levemente.

Ese nombre parece ser suficiente mecha para el mayor, que apoya el termo en la mesa y mira fijamente a su hijo.

—Pero no entiendo qué querías que haga si encima me enteré por televisión, no fuiste capaz de venir a decírmelo acá —eleva ese tono calmo que lo caracterizó al principio de la charla, demostrando que su molestia creció.

—Fue antes de ayer todo esto, Pa. Si me dabas unos minutos para llegar acá y explicarte todo capaz era otra la historia —Enzo también eleva el tono.

Lado a Lado | Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora