Epílogo: Y por siempre.

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Observo a mi valija deslizarse sobre la cinta hasta llegar a mi lugar, es la única que traje así que en cuanto la tengo en la mano me dirijo a la salida del aeropuerto. En el transcurso me aseguro de que Enzo no me escribió, como desde ayer que le avisé que ya subía al avión. Me revuelve el estómago pensar en por qué no me escribió porque, además de que él me tenía que esperar para llevarme a San Martín, hace días está distante. Resoplo y me lleno de valor antes de cruzar las puertas pues, aunque no me haya respondido, estoy segura de que me está esperando. Él jamás me dejaría tirada.

Una vez afuera me dirijo al estacionamiento en fila frente a la entrada, buscándolo con la mirada sin buenos resultados hasta que veo a un chico de espaldas con camiseta de River, visera plana para atrás y short de la selección.

―Es Enzo ―me digo a mí misma, ensanchando mi sonrisa casi al instante. Hace una semana no nos vemos y lo extrañé.

Camino hasta Enzo con la valija detrás de mí, cuando lo tengo enfrente le clavo el dedo en la costilla y le sonrío. Aunque cuando se da vuelta, mi sonrisa se va borrando cada vez más.

―¿Qué pasa, mami? ¿querés un viajecito? ―me sonríe, mordiéndose el labio inferior mientras va bajando por mi escote y señala el taxi estacionado a nuestro lado.

―Disculpá, pensé que eras alguien... ―niego con la cabeza deseando que me trague la tierra.

Desvío la vista hacia el montón de gente acumulada del otro lado, esperando encontrar a mi novio. El sinfín de gente caminando de un lado al otro me termina mareando, más cuando parece ser que busco a alguien que claramente no está.

―¡Cande! ―una voz detrás de mí logra que me gire, veo a mi mejor amiga sonriente colgada por la ventanilla y haciéndome todo tipo de señas con la mano para que me acerque. ―Vení, amiga.

Me acerco un poco desorientada, no esperaba que ella viniera a buscarme porque lo había acordado con Enzo.

―¿Qué haces acá? ―le sonrío confundida, ladeando la cabeza para ver detrás de ella a Paulo en el asiento de piloto, saludándome con la mano.

―Subí y hablamos antes de que alguien nos reconozca ―me señala el asiento de atrás.

Le hago caso un poco negada a la situación, dejo la valija en el otro asiento y me subo al medio. No quiero maquinarme la cabeza, pero no me queda otra. Que Enzo no me responda ni haya venido a buscarme me deja helada, quizás debí suponer que pasaba algo desde que me dijo que se venía una semana antes a Argentina cuando el viaje lo organizamos para venir los dos juntos.

―¿Y Enzo? ―pregunto ni bien entrar. ―Él me iba a venir a buscar.

―Ni idea, amiga, nos pidió si podíamos venir porque él estaba ocupado ―Ori me mira sobre su hombro. ―Nosotros llegamos ayer y nos lo cruzamos en el chino que está cerca de casa. No entendíamos nada porque pensamos que ustedes venían juntos a Argentina, como habíamos organizado ir a la costa y todo eso.

Su respuesta me desconcierta, quiero decir, Enzo tuvo tiempo para agarrar su celular, escribirle a Ori y encima pedirle que me venga a buscar, ¿pero no se le cayó ningún mensaje para mí?

―No puedo creer que les pidió que me vengan a buscar y a mi no me responde los mensajes ni por casualidad ―me quejo, asomándome entre las dos butacas de enfrente. ―Y sí, se supone que íbamos a venir juntos, pero hace una semana me cayó con el pasaje y me dijo que iba a venir antes para no perder días en Mánchester, ¿viste que te conté que a mi me daban vacaciones esta semana recién?

―¿Pero andan peleados? ―me pregunta Paulo con la vista al frente, las calles de Buenos Aires están repletas de autos que van y vienen a las apuradas.

Lado a Lado | Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora