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En la penumbra del restaurante, el ingenio de Matías desata risas auténticas que iluminan la mesa, creando una conexión única en este rincón de la noche. Cada chiste suyo proyecta sombras en el rostro sereno de Enzo, cuyos ojos meticulosos analizan cada gesto, cada risa compartida, como si intentara descifrar un enigma incómodo.

A medida que la complicidad se profundiza, la tensión en el semblante de Enzo se incrementa. Su gesto serio delata la lucha interna al presenciar esta conexión emergente. Mientras Amanda trata de acercarse, Enzo apenas la percibe, sumido en la inquietud que provoca la creciente amistad en esta mesa.

La risa, como una melodía compartida, se convierte en un eco de celos que se entrelaza con la escena. Cada carcajada desata una tormenta en los ojos del pelinegro, quien no puede apartar su mirada de la danza silenciosa entre nosotros. La satisfacción me embarga al notar que mis acciones tienen un impacto profundo en alguien tan reservado como Enzo.

Así, en esta mesa donde la risa y las miradas tejen una narrativa compleja, los celos se suman a la historia. La noche avanza, y cada intercambio se convierte en un capítulo en el tapiz de emociones y relaciones entrelazadas que envuelven esta singular velada.

A medida que la conversación fluye en esa penumbra compartida, los temas emergen como destellos fugaces. Amanda, en su afán por desentrañar nuestras vidas, introduce el espinoso terreno de los signos, desencadenando un cambio en la dinámica de la mesa. La mención de cumpleaños y edades se convierte en un instante de revelación incómoda.

El tema se posa sobre la mesa como una sombra inoportuna, y en ese mismo momento, siento un nudo en el estómago. La idea de revelar mi edad se convierte en un peso, una carga que amenaza con socavar la imagen que intento proyectar. No es que me avergüence de mi edad, pero la percepción social que conlleva pronunciarla se convierte en un obstáculo.

Quisiera desvanecerme, escapar de la conversación, mientras un impulso momentáneo de fumar se apodera de mí. No es que mi edad sea un secreto celosamente guardado, pero pronunciarla parece despojar a mis palabras de un valor que he construido con esfuerzo. Siento que se le quita madurez a mi expresión, como si la cifra fuera un estigma que desencadena juicios instantáneos.

𝗦𝗛𝗘 | ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄ [𝐏𝐀𝐔𝐒𝐀𝐃𝐀]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora