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El baño, mi santuario de transformación, se convertía en el escenario donde cada detalle era una pieza clave de mi metamorfosis. Las gotas de agua resbalaban por mi piel, llevándose consigo la tensión del día. Me envolví en una toalla, sintiendo la suavidad del algodón acariciar mi cuerpo mientras el vapor impregnaba el aire.
Al abrir la puerta del armario, un abanico de posibilidades se desplegó ante mis ojos. Mi elección recayó sobre un vestido negro, no solo como un atuendo, sino como un pacto con la noche. Este vestido, más ajustado y seductor que los anteriores, se aferró a cada curva, como si fuera una extensión de mi piel. Las texanas negras, elegidas con cuidado, añadieron un toque de rebeldía a mi andar.
La elección del vestuario marcó el inicio de una danza con el espejo. Mis dedos hábiles peinaron mi cabello, desenredando los nudos que la jornada había tejido. La planchita se deslizó con precisión, creando ondas que susurraban historias de noches anteriores y promesas por cumplir.
Sentada ante la vanidad, el ritual del maquillaje comenzó. La luz tenue del baño resaltaba cada trazo de eyeliner y cada brochazo de sombra, como si estuviera pintando una obra de arte en mi rostro. Un fijador mágico selló mi creación, asegurando que cada detalle resistiera las horas venideras.
Mis pestañas, curvadas con destreza, se alzaron como cortinas revelando la profundidad de mis ojos. Incluso, coquetamente, añadí pestañas postizas para intensificar la mirada. Los labios, inicialmente embriagados en un rojo ardiente, cedieron ante la indecisión y adoptaron un tono de rosa oscuro más sutil, como un secreto susurrado al viento.
La satisfacción, mi fiel compañera, se reflejó en el espejo al finalizar mi rutina de belleza. Sin embargo, los minutos invertidos, consciente de mi abundante melena, resonaban en mi conciencia. Aunque el resultado valía la pena, el tiempo se tornaba un tributo pagado en la búsqueda de la perfección.
Así, adornada con mi mejor versión, salí del baño como una diosa contemporánea lista para desafiarme. Cada paso resonó en el pasillo, y mi imagen captó la atención de Enzo, quien estaba sumido en la vorágine digital. Sus dedos danzaban sobre el teclado con una urgencia palpable, como si estuviera desentrañando los enigmas del universo desde la comodidad de nuestro sofá. La luz azulada de la pantalla pintaba un reflejo parpadeante en sus ojos, resaltando la intensidad de su concentración.
Mi entrada al salón no pasó desapercibida. La expresión de Enzo cambió de la frenética búsqueda en Google a una pausa desconcertada. Dejó de teclear, y sus ojos se levantaron para encontrarse con mi figura transformada. Un rápido escaneo de arriba abajo, como si buscara respuestas en cada pliegue del vestido negro, seguido por un leve levantamiento de cejas hacia mi dirección.
Una sonrisa juguetona se formó en mis labios ante su reacción. Pero Enzo, con su maestría en el arte de ocultar emociones, volvió rápidamente a su tarea, como si mi cambio no hubiera perturbado la cotidianidad de su noche. Era como si el halo de misterio que envolvía mi figura no le afectara, aunque sus ojos, entretejidos con una mezcla de curiosidad y desconcierto, contaban una historia diferente.
Me dirigí hacia la cocina, dejando mi cartera con desenfado y abriendo la heladera como si buscara algo más que simplemente calmar la sed. Mientras me servía un vaso de agua y dejaba que las gotas resbalaran por el cristal, noté que Enzo, desde su rincón, se había dado la vuelta y caminado hasta la cocina mientras sus ojos ahora seguían mis movimientos.
La confrontación fue inevitable cuando, entre sorbos lentos, Enzo rompió su silencio virtual para dirigirme unas preguntas.
—¿Salís?— Preguntó, y mi asentimiento apenas logró desviar su atención de nuevo a la pantalla de su computadora que había traído con él. Pero la inquisición no cesó ahí. —¿Con quién?— Inquirió con un dejo de desinterés mal disimulado.
Mis respuestas, sin profundizar en detalles, desencadenaron un rápido intercambio. La mención de Juani, un recién llegado a mi círculo, generó un atisbo de confusión en Enzo. —¿Desde cuándo son amigos?—Cuestionó, y en mi respuesta, el eco del encuentro en el restaurante resonó entre nosotros.
La tensión aumentó cuando nombré a Juani y Enzo, en un intento de aparentar indiferencia, lanzó su último anzuelo: —¿Quienes más van?—. La verdad estaba en las sombras, y Enzo, entre susurros digitales y miradas fugaces, se sumió en un mar de pensamientos que escapaban a mi comprensión.
La noche se volvía más intrigante con cada palabra no dicha, cada gesto contenido. En el vaivén de nuestras interacciones, las sombras de la incertidumbre se proyectaban sobre nosotros, creando una atmósfera donde las preguntas sin respuesta eran el combustible de un fuego latente. Y así, con la incógnita flotando en el aire, nos sumergimos más profundamente en la noche, cada uno cargando consigo sus propios secretos.
Mi teléfono, como un interruptor en este juego de miradas y prejuicios, vibró, devolviéndonos a la realidad. Atiendo rápidamente al ver el nombre de Matías parpadeando en la pantalla. "Hola", digo, mi voz resonando con una nota de incertidumbre. "China, estamos abajo", dice Matías, y cierro los ojos instintivamente al darme cuenta de que el teléfono está en altavoz. Enzo, con una expresión que delata su reconocimiento, percibe la voz de Matías.
Una mueca de indignación se posa en el rostro de Enzo, seguida de un gesto de resignación. Puede que haya escuchado más de lo que deseaba. Aprieta los puños y se retira hacia el living, regresando a su refugio digital. "Ya bajo", le respondo a Matías. "Banquenme un toque", añado, sabiendo que el impulso de mis amigos no conoce la paciencia.
"Bueno, apúrate", grita alguien al fondo, probablemente Blas. Sonrío, intentando ocultar la tensión que flota en el ambiente. Decido ignorar las miradas y comentarios no dichos de Enzo. "Ahí bajo, espérenme", le corto a Matías antes de tomar mi cartera y dirigirme hacia la puerta.
Firme, sin mirar a Enzo, me despido. —En unas horas vuelvo.— Le digo, recibiendo un silencio que pesa más que cualquier palabra. Salgo del departamento, de mi departamento, dejándolo solo en su propio mundo de pensamientos y preguntas sin respuesta.
El vaivén de emociones me acompaña en el descenso del ascensor. La incertidumbre y la esperanza bailan en mi interior. Solo deseo que esta noche, envuelta en misterios y decisiones, sea el capítulo que ansío en este relato de intrigas y secretos.
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𝗦𝗛𝗘 | ᴇɴᴢᴏ ᴠᴏɢʀɪɴᴄɪᴄ [𝐏𝐀𝐔𝐒𝐀𝐃𝐀]
Fanfiction𝐄𝐧 𝐞𝐥 𝐟𝐫𝐞𝐧𝐞́𝐭𝐢𝐜𝐨 𝐦𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐝𝐞𝐥 𝐜𝐢𝐧𝐞 𝐚𝐫𝐠𝐞𝐧𝐭𝐢𝐧𝐨, 𝐅𝐥𝐨𝐫𝐞𝐧𝐜𝐢𝐚, 𝐮𝐧𝐚 𝐭𝐚𝐥𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬𝐚 𝐚𝐜𝐭𝐫𝐢𝐳 𝐝𝐞 𝟏𝟖 𝐚𝐧̃𝐨𝐬, 𝐬𝐞 𝐞𝐦𝐛𝐚𝐫𝐜𝐚 𝐞𝐧 𝐮𝐧 𝐝𝐞𝐬𝐚𝐟𝐢́𝐨 𝐢𝐧𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐝𝐨 𝐚𝐥 𝐜𝐨𝐧𝐬𝐞𝐠𝐮𝐢𝐫 �...