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Capítulo setenta y uno
Exponencialmente mayor

Faltaban tres meses para la llegada de los androides

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Faltaban tres meses para la llegada de los androides.

Faltaban tres meses para entrenar y prepararse para la batalla que, en el futuro, morirían los guerreros más poderosos de la Tierra. Todos, a excepción de Gohan. Tres meses no parecía mucho tiempo después de pasar por el entrenamiento más duro que alguno de los Guerreros Z conocía. Tres meses de anticipación a la llegada de los androides hicieron que aquel lapsus de tiempo pareciera trivial. La aprensión crecía en los corazones de todos los que sabían de lo que estaba por venir, incluido Vegeta.

Únicamente, sólo podían esperar.

Era por la noche cuando Vegeta regresó a la Corporación Cápsula después de un día de entrenamiento con Goku, cuya fuerza no le había impresionado

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Era por la noche cuando Vegeta regresó a la Corporación Cápsula después de un día de entrenamiento con Goku, cuya fuerza no le había impresionado. Era mucho más fuerte, tanto en Súper Saiyajin como en su estado base. Había regresado al complejo con aire engreído, confiado en su capacidad para derrotar a los androides sin la ayuda de nadie. Pensó que, tal vez, si el payaso de tercera clase no hubiera perdido el tiempo entrenando con su mocoso y el namekiano, habría obtenido mejores ganancias con su propia fuerza.

Pero eso ahora era irrelevante.

Vegeta sabía que así debían de ser las cosas: más poderoso que Kakarot.

Pero a pesar de su confianza, todavía existía el riesgo de luchar contra los androides. Como lo había reflexionado otras muchas veces, se preguntó si en la otra línea de tiempo también alcanzó el estado legendario. Si fue un Súper Saiyajin, ¿cómo se comparaba su fuerza con la que tenía ahora? ¿Realmente tenía una oportunidad o se estaba engañando a sí mismo? La incertidumbre era inquebrantable. Simplemente, no había forma de saber qué tan fuertes eran sin haber luchado contra ellos.

Limpiándose un poco de sangre seca del labio, Vegeta subió las escaleras y entró en su habitación. No había visto a Reya desde la hora del desayuno, y aunque no lo admitiría en voz alta, la había echado muchísimo de menos durante todo el día. La vio acurrucado en el nido, y por la fluctuación pacífica de su ki, supo que estaba dormida. Entró en su cuarto y cerró la puerta de tras de sí, quitándose posteriormente las zapatillas y los pantalones de entrenamiento. Cruzó la habitación para tumbarse junto a ella, pasando el brazo sobre su cuerpo y aproximándola a él. Le acarició el cuello con la nariz para después aspirar su aroma tropical.

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