O C H O

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Las clases llevaban veinte minutos de haber comenzado, cuando la puerta del salón "B" se abrió. Steve levantó la mirada al oír el ruido, y quiso sonreír al ver a Tony.

Nunca dejaría de darle gracia su uniforme de trabajo.

—Hey, hola.

—Hola de nuevo, Steve. —Respondió rápido el de ojos miel, sentándose en la banca de cemento junto al rubio. —Necesito un favor.

Ambos se miraron. Steve apoyó sus manos junto a sus piernas sobre el asiento.

—Supongo que para eso vine el día de hoy, ¿no?

—Vaya, aprendes rápido. —Anthony sonrió, dejando de mirar al rubio. — En fin, la verdad me sorprende que hayas llegado una hora antes de la que te cité, así que, una vez los niños salgan al patio tú entras al salón sin dejar que nadie más lo haga, ¿está bien?, se supone que es un cumpleaños sorpresa.

—Me parece una invitación algo particular.

—¿De qué hablas?

Preguntó el castaño cuando escuchó el tono divertido del más alto, así que fijó su vista en él.

Ahora se veía su mandíbula más definida, sus labios más rojos y su cuerpo masculino más llamativo sin usar ese uniforme militar. Una camisa, y pantalones eran todo lo que le hacían justicia a su escultural anatomía.

—¿Seguimos hablando del cumpleaños de niños o me estás invitado a que estemos ambos solos en una habitación?

Tony lo miró con sorpresa para luego reírse incrédulo, levantándose del asiento.

—Voy a volver a clases.

Steve rió junto a Tony, pero el último le dio un leve golpe en su brazo antes de irse. Era extraño, pero el maestro a veces sentía esas interacciones como coqueteos indirectos.

El rubio, a veces no se daba cuenta de lo que decía.

[...]

—Ahí, ahí, ahí.

Reclamó Tony algo frustrado mientras Steve estaba moviendo el cartel de "feliz cumpleaños" de un lugar a otro porque ninguno convencía al maestro.

—Dios, Tony, van a pensar que estamos haciendo algo extraño.

—Deja de bromear.

Bufó, aunque quería reírse bastante.

—No dije nada malo. —Steve curiosamente se olvidaba del mundo cuando estaba con el castaño. Molestarlo era un panorama que le gustaba. —¿Ya te gusta?

Preguntó una vez el cartel estuvo encima de la pizarra, porque sus brazos ya se cansaban.

—Umh, creo que ahí queda bien.

Asintió con la cabeza, poniendo su mano en su barbilla y evitando mirar de más como había hecho los últimos diez minutos.

—Gracias al Señor.

Al menos el ambiente entre ambos era grato, no como al principio cuando se conocieron. Ya no era tenso, al menos, no era tensión mala.

—Bien, ahora tienes que juntar las mesitas mientras yo recorto las guirnaldas.

—Está bien.

Tony sonrió mientras veía al rubio mover las cosas dentro del salón, dejando de observarlo para centrarse en su trabajo.

Los minutos pasaron y el rubio había terminado su trabajo. Ambos hombres pusieron manteles, servilletas, platos y vasos plásticos. Estaba casi todo listo.

—Bien, ayúdame.

—¿No debería ponerlo yo?

El castaño le dio una mirada indignada a Steve.

—No, tú sostén la silla. —Respondió el más bajo. —Las madres creen que no puedo hacerlo, pero lo hago siempre en los cumpleaños de mis niños.

El militar sabía que era una pésima idea, que sólo se estaba dejando llevar por su orgullo, sin embargo, obedeció y apoyó sus manos en la silla donde luego el castaño se subió, apoyándose en los hombros del contrario.

—Bien, tú eres el maestro.

Habló Steve, intentando no mirar el cuerpo a pocos centímetros del suyo y a una altura en la que perfectamente podría hacer algunas cosas que... no.

Tragó saliva, desviando la mirada mientras se reclamaba a sí mismo. Bueno, había pasado largo tiempo sin compañía, no podían culparlo.

—Steve, dame el globo.

Tony estaba de puntitas en la silla de un momento a otro, estirándose para pegar el globo que se cayó al suelo para terminar la decoración.

—Tony, no creo que...

—¡Dame el globo!

Steve hizo caso, entonces Tony ya no tenía un soporte. Le entregó el globo como dijo, el maestro lo pegó, la silla se volteó y justo antes de que cayera al piso, Steve lo tomó entre sus brazos.

Como un abrazo, Tony quedó pegado al pecho de Steve, con sus manos temblado por la cercanía y porque casi se parte la cabeza contra el suelo.

—Mierda.

—Lenguaje. —Dijo el rubio, sin soltar su agarre ni hacer nada por alejarlo una vez los pies del castaño tocaron piso firme. —Estamos en un jardín de niños.

—Lo siento. —Tony se separó con su corazón latiendo a mil. —Dios, gracias por salvarme, Steve.

Murmuró Tony, aún algo shockeado.

—No es nada.

—Gracias a tus buenos reflejos, en realidad.

—Pudiste haberte quedado así un rato más.

Steve se encogió de hombros, pero Tony no le había escuchado porque la puerta se abrió, entrando al salón Sharon y Laura Barton, llevando el pastel.

En ese momento, el globo que recién habían pegado, se cayó al suelo.

Nuevas Oportunidades - [Stony]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora