Capítulo 35

82 6 2
                                    


Punto Muerto


Es difícil hablar de tiempo cuando tú mismo no te fijas en la manera en la que transcurre. Puede pasar rápido o puede pasar lento, pero me he dado cuenta de que siempre será rápido si estás disfrutando, y lento cuando las cosas no son precisamente agradables. Me encontraba en la segunda sección en ese momento, pero como dije, muy poco me fijaba ello.

Sí, en cuanto al tiempo todo había ido mucho más despacio de lo que me hubiera gustado, pues las semanas transcurridas desde el ultimo suceso me habían resultado como meses. Creo que no fueron tan pesadas gracias a la compañía que había recibido de parte de quienes eran los más cercanos a mí, aunque el que pasaran tanto tiempo conmigo no me había hecho alejarme del hospital por más de cinco horas.

Mi sueño en esos días había sido muy escaso, había comido casi por obligación y mi insistencia había hecho que el Doctor me diera permiso de ser la única persona que pudiera entrar libremente a su habitación. Porque desafortunadamente, en esos catorce días transcurridos ella aún no había despertado.

Hay muchas cosas difíciles de aceptar en cuanto a tener a una persona que es importante en tu vida en un estado de coma: el que no puedas hablarle, que no te mire o no te escuche... todo eso te angustia y te desespera, aunque no lo quieras. Ella no despertaba, y yo no podía hacer otra cosa más que mirarle y comparar la manera en la que dormía en esos momentos, y la forma en que dormía antes, en los tiempos en los que aún desconocíamos la verdad y que ella estaba a mi lado y a salvo.

Sus pestañas permanecían rozando la piel de sus pómulos, señalando el pacífico sueño en el que se encontraba; pero esa forma de dormir, definitivamente era diferente a la que yo siempre había observado.

Cuando despertaba junto a mí en las mañanas, por lo general la hallaba acurrucada abrazando una almohada o mi cuerpo, con el cabello alborotado y su angelical expresión de comodidad en su rostro. Sus piernas terminaban recogidas casi todas las mañanas, y de alguna manera hallaba las formas más complicadas de acabar enredada en las sábanas. Escuchaba su respiración profunda escapar de sus labios ligeramente abiertos, y si tenía suerte inclusive me tocaba escucharla murmurando mi maldito nombre en sueños.

Pero ésta distinta forma de dormir lucía como lo que era: un coma. Permanecía tiesa en la cama, de la misma manera en que la había visto al llegar, con sus brazos y piernas rígidas en una sola posición, su semblante sereno pero inexpresivo, y su pecho apenas subiendo y bajando por el constante y perezoso trabajo de sus pulmones asistidos por aquella máquina fría.

No sé cómo se suponía que aquella imagen no me golpeara como lo hacía.

«¡Me la destrozo!».

Nada cambiaba en aquella imperturbable habitación, podía parecer que era el mismo día que hace dos, cinco o incluso nueve días atrás. Todo intacto, monótono, exacto. Las máquinas seguían funcionando, Emma seguía en su sitio, e incluso las cosas que no había notado al entrar la primera vez continuaban sin ser alteradas.

Había un gran vidrio rectangular en la pared de la habitación, de manera que enfermeras y doctores pudieran supervisar al paciente o que conocidos pudieran asomarse a verla sin la necesidad de perturbar su descanso. Supongo que con eso se habían conformado mis compañeros las veces en que yo había caído dormido sobre un borde de su cama, y agradecí mucho el que me hubieran dejado permanecer ahí, aun tomando su mano durante el séptimo sueño. Era lo que más necesitaba en esos momentos. Tenerla cerca.

Otra cosa que no había notado y que llegué a preguntarme es en dónde estarían sus ropas, y si debía pedirlas en algún lado o si ya las habrían tirado por el terrible estado en que debían haber quedado. No creía que tuvieran mucho remedio, a decir verdad.

Pasión Homicida (ilemma) TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora