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Rin había preparado un bolso lleno de ropa. Luego de que sus padres le quitarán todo acceso a la comunicación, la chica no había dudado en escaparse.

—¡No te reconozco, Rin!—había dicho su madre bastante triste con su nueva actitud.

—Lo siento, mamá, pero ustedes no lo entienden. ¡Yo amo a Bankotsu!

—Pero ese muchacho no te ama a ti, ¿no has visto que ni siquiera ha venido a la casa para dar la cara?—cuestionó Izayoi, dolida. Su hija estaba tan ciega de amor que no se daba cuenta de las claras señales de desinterés que demostraba aquel muchacho.

Rin no la escucho y siguió pensando que el mundo estaba en su contra, hasta que un día su hermano la encaro:

—Escapándote lo único que conseguirás será perjudicarlo. ¿No dices que lo amas, Rin?—preguntó Sesshomaru sintiendo el chispazo de la rabia invadirlo—. Pues si dices amarlo, lo mejor sería que dejaras las cosas por la paz. Porque si no, nuestra familia no dudara en denunciarlo. Dime, ¿lo quieres ver en la cárcel?

La castaña negó repetidas veces.

—¡Por supuesto que no!

—Bien, entonces nos estamos entendiendo finalmente—dicho aquello Sesshomaru la dejo sola en su habitación.

Rin miro con odio la puerta por la que acababa de salir su hermano, en esos momentos sintió que lo odiaba con todas sus fuerzas.

Las semanas fueron pasando hasta que se convirtió en un mes entero. La castaña había bajado un poco de peso, debido a la depresión que estaba atravesando.

—Cariño, come un poco, por favor—pidió su madre, preocupada.

La comida era realmente apetitosa, pero Rin sentía repulsión hacia cualquier cosa que implicara comer. No quería comer, no quería vivir, no quería…

—Por favor, Rin, pon un poco más de tú parte. No queremos que enfermes—había dicho su padre con voz conciliadora.

La chica no pudo evitar hacer un sonido de descontento con su boca. Se sintió disgustada con todos los varones de su familia. Ellos se habían encargado de destruir su relación, porque, incluso Inuyasha, cuando se enteró había actuado como todo un energúmeno.

—Trataré, padre...—dijo finalmente la jovencita, llevándose un bocado de comida a la boca.

Ante aquella acción alguien se sintió satisfecho. Rin lo vio, se trataba de su hermano Sesshomaru que se encontraba sentado justo frente a ella. El hombre hizo un gesto con su mano invitándola a ingerir otro bocado, pero aquello provocó el efecto contrario. La muchacha lanzó la cuchara en la mesa y se levantó completamente enfurecida.

—¡Rin, ven aquí!—la llamo su padre, pero ella no obedeció.

Al llegar a su habitación gruño de ira. Sesshomaru era el principal culpable de todo lo que le estaba pasando, y, ahora quería actuar como si su bienestar le importara. Era una hipócrita de lo peor. No solamente la había expuesta de una manera vil ante sus padres haciéndole la vida imposible, sino que también se había metido con su exnovio.

Cuando finalmente llego el tan anhelado reencuentro, Bankotsu la trato con suma frialdad:

— ¿Qué haces en mi casa? Vete.

—Necesitaba hablar contigo, explicarte porque no había podido venir antes…

—No quiero escuchar tus excusas, Rin—la interrumpió fúrico, cuando ella trató de abrazarlo.

—¡Por favor, debes escucharme!—suplicó la chica perdiendo la poca dignidad que le quedaba.

—Entiéndelo que no me interesa—cortó el muchacho—. Vamos Rin, lo mejor será que te vayas. No quiero que vuelva a aparecer el psicópata de tu hermano a querer destruir mi casa.

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora