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Cuando la puerta de su habitación fue tocada, la chica no tardó en levantarse y abrir.

—Tardaste—dijo la jovencita al ver a su hermano.

—Rin, no sé qué es lo que quieres, pero…

—Pasa.

La muchacha lo hizo entrar y cerró la puerta con seguro. Sesshomaru percibió todo aquello como una mala señal, pero no hizo nada al respecto. Cuando el hombre pretendía girarse para encararla se encontró con una sorpresa abrumadora, Rin había hecho caer su vestido quedándose únicamente en ropa interior.

—¿Qué haces?

Sesshomaru se volteó para no tener que verla.

—Dime una cosa, ¿no te gusta lo que ves?—se posicionó la chica frente a él.

—¡¿Pero qué locuras estás diciendo?!—se ofendió su hermano.

—¡¿Dime?!

Aquello no se trataba de gustar o no, sino que era un asunto prohibido. Algo que Rin no estaba comprendiendo.

—¡Vístete!—demandó Sesshomaru dirigiéndose hacia la salida.

Rin no pretendía que aquello terminara de esa forma, así que la chica se acercó a él y lo abrazó por la espalda.

—No te vayas, escúchame primero, por favor.

—Rin, ve lo que estás haciendo—dijo el hombre bajando la voz, aquello ya no era un regaño sino algo que tristemente no podía ser.

—Mírame—suplicó la chica.

Su hermano se giró para mirarla, cosa que fue un grave error. Cuando los ojos dorados se posaron en el rostro de la jovencita, no pudo evitar detallar su mirada anhelante, sus labios entreabiertos y el inicio de sus pechos.

Rin vio como Sesshomaru apartaba la mirada al instante y se decidió por sostener su rostro entre sus manos.

Aquel fue un tacto suave, las manos de la joven estaban frías, percibió el hombre al contacto. De alguna manera quiso brindarle calor, así que posicionó sus manos encima de las suyas y las frotó lentamente.

La chica sonrió cuando notó aquella respuesta afirmativa, Rin se alzó de puntilla y alcanzó sus labios. Aquel roce duró apenas un par de segundos, tiempo suficiente para que Sesshomaru cerrara sus ojos y se entregará a cualquier cosa que ella quisiera brindarle.

En aquellos besos fugaces, era únicamente Rin quien tenía la iniciativa, el hombre permanecía de pie como una estatua disfrutando de su cercanía. Pero había algo que estaba comenzando a salirse de control, y Sesshomaru lo percibió en su zona baja.

La joven cada segundo se alzaba más, rozaba su pequeño cuerpo, pegaba sus pechos a su torso mientras sus labios no dejaban de tentarlo, hasta que llegó al punto dónde todo aquello se volvió insoportable.

Sesshomaru la tomó firmemente de la barbilla y la trajo hacia su boca para poder devorar sus labios. Aquel beso transmitió una oleada de calor a la más joven, la cual sintió una humedad extenderse en su zona íntima.

Aunque las manos del hombre querían participar más activamente, no se lo permitía. Sesshomaru sabía que no debería estar haciendo eso, así que quería descontrolarse lo menos posible.

¿Pero cómo hacerlo cuando podía escucharla gemir tan débilmente?

Aquel sonido parecía convertirse en una dolorosa tortura para su entrepierna, la cual no pudo seguir resistiendo por mucho más tiempo.

Sesshomaru posó su mano en la espalda de Rin y la trajo más hacia él, las curvas de la chica se amoldaron a su cuerpo, pero sintió aquello sin ser suficiente. Perdiendo cualquier tipo de cordura la empujó, haciendo que cayera de espalda a la cama.

Una vez la espalda de Rin chocó contra aquella superficie acolchada se subió sobre ella y comenzó a acariciar cada rincón de su diminuto cuerpo.

En ese punto todo estaba saliendo bastante mal, pero su mente no tenía espacio para el arrepentimiento. Necesitaba sentir más de Rin, acariciar más su cuerpo, embriagarse más de su olor, del sabor de sus labios.

—Rin—murmuró con voz entrecortada completamente excitado.

La jovencita gimió en respuesta porque aquello era más de lo que hubiera imaginado.

De esa manera, siguieron un rato más besándose y acariciándose de aquella forma que nada tenía que ver con la fraternidad. Hasta que algo en la mente del mayor comenzó a reaccionar.

«¿Qué estás haciendo, Sesshomaru?», aquella pregunta surgió con la voz de su padre.

El hombre se apartó de un salto y completamente perturbado murmuró aquellas palabras:

—Esto no puede ser, Rin. No vuelvas a buscarme.

Dicho aquello se dio la vuelta y se marchó de aquella habitación, dejando a una chica semidesnuda sobre la cama.

Al cerrar la puerta, el hombre respiraba agitadamente, en su pantalón podía verse la clara evidencia de su mal comportamiento.

Del otro lado, Rin no comprendía nada de lo que había pasado.

«¿Por qué?», se preguntaba.

Todo parecía estar perfectamente bien y, de repente, él decía cosas como esas y se marchaba. La jovencita simplemente no entendía nada. Pero, en vista de que aquello no iría a ninguna parte, tomó una decisión. Una decisión que realmente no quería tener que tomar, puesto que empezaba a sentir cosas muy fuertes por Sesshomaru. Sin embargo, comprendía que aquello nunca podría ser por diversos factores: su familia, los lazos que compartían.

Rin decidió olvidarlo, decidió enterrar ese amor que comenzaba a crecer a pasos agigantados. Aunque le pesará verlo con otra, tal vez era lo mejor, de esa manera no habría forma de que la tentación ganará la batalla.

A la mañana siguiente, en medio del desayuno la jovencita se enteró de que su hermano Inuyasha asistiría a una fiesta y vio en aquello una oportunidad.

—Es el cumpleaños de uno de mis amigos—dijo el joven con una sonrisa.

La idea de irse de parranda, parecía ser motivo suficiente para desbordarse en felicidad.

—¿Puedo ir contigo?—preguntó la muchacha de inmediato.

La sonrisa de Inuyasha se borró como si hubiera dicho una aberración.

—¡Ni de chiste!

—¿Por qué no?

—Porque eres menor de edad, porque no te gusta obedecer, porque tienes tarea que hacer,...—comenzó a enumerar el chico todas las razones por las que consideraba que su hermanita no debía asistir.

—¡Eso es mentira! Además, tú puedes cuidarme—se defendió, Rin—. Mamá, por favor, déjame ir—pidió a su madre.

Izayoi, quien estaba presente en la mesa, asintió en forma afirmativa.

—Inuyasha, lleva a tu hermana contigo—accedió la mujer.

—¡¿Qué?! ¿Pero se han vuelto locos todos en esta casa?

Aunque Inuyasha no dejó de protestar por la recién impuesta tarea, no hubo forma de que se librase de la responsabilidad de llevar consigo a su hermanita.

Aquel fin de semana pintaba a ser bastante interesante para la menor de la familia Taisho… La muchacha solamente esperaba poder encontrarse con un tipo guapo, y luego restregárselo en la cara al idiota de su hermano Sesshomaru. O, al menos, ese era el objetivo…

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora