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Izayoi se presentó a primera hora en la casa de su hijastro, su esposo Toga se encontraba a su lado.

—Tranquila, cariño—la alentó el hombre al momento de tocar la puerta, el nerviosismo en la mujer era prácticamente palpable.

Unos segundos después de tocar a la puerta, Sesshomaru apareció dándoles acceso a la casa.

—Sigue dormida, pero se encuentra más calmada—informó.

—Sesshomaru, gracias por todo lo que has hecho—la mujer no pudo evitar estrecharlo entre sus brazos, su ayuda había sido de vital importancia, para ella la situación se había salido completamente de las manos.

—No hay nada que agradecer.

—Hijo, te ves un poco cansado. ¿Dormiste bien?

—Sí, algo.

La realidad era que Sesshomaru había pasado una noche un poco inquietante, la imagen de Rin en el lago no dejaba de repetirse en su mente cada vez que sus ojos se cerraban.

La pesadilla se hacía más constante a medida que las horas pasaban y aunque había tratado de evitar dormir en un mismo espacio, se encontró de madrugada subiéndose a la cama para poder acogerla entre sus brazos. Necesitaba sentir su calor, su presencia, y saber que nada malo le había pasado.

Luego de preparar una taza de té para los invitados, Rin apareció en el umbral de la cocina con los ojos adormilados.

Izayoi soltó inmediatamente la bebida para correr a abrazarla, pero la reacción de la menor la hizo sentirse terrible.

La joven dio un paso atrás en cuanto reconoció la figura de sus padres, ambos la miraban con una devoción que no habían mostrado antes. Era extraño. Se sintió tan extraña, era como si de pronto no logrará encajar en aquel cuadro familiar.

—Rin...

Izayoi susurró su nombre, de la manera en que solía llamarla cuando era niña. Era un tono dulce y amoroso, que buscaba traer de vuelta esa conexión que siempre habían mantenido.

Los ojos avellanas de la muchacha vieron fijamente a la mujer, antes de asentir en una respuesta afirmativa. Izayoi sonrió y se acercó nuevamente, siendo esta vez bien recibida.

—Mamá—dijo Rin aquella palabra de cuatro letras, pero de un enorme significado.

La sola mención hizo que el corazón de Izayoi se regocijara, había temido tanto que su hija no volviese a utilizar esa palabra, que escucharla nuevamente salir de sus labios, provocó que se desbordaran las lágrimas.

Rin regresó a casa con sus padres, sin embargo, las cosas para ella seguían sintiéndose extrañas. Luego de haber vivido en una mentira durante tantos años, mirar la realidad tal cual era, generaba en ella un sentimiento de desconocimiento total.

Izayoi no estaba dispuesta a qué su pequeña niña entrará en una especie de depresión, así que rápidamente contactó con un psicólogo y agendo una cita a la cual, Rin comenzó a asistir con regularidad. Pero, a pesar de sus esfuerzos, las cosas fueron cambiando de forma irremediable.

Las notas de la jovencita bajaron, y sus maestros alegaban que solía salirse de clase sin autorización. Cuando un docente llamó su atención, ella respondió en el acto con una serie de palabras cargadas de atrevimiento: "¡Qué le importa!" "¡No es su problema, no se entrometa!" E incluso en los baños había cometido algunos actos de vandalismo. Con pintura de labios, la chica dibujaba protestas, se mostraba rebelde y no dejaba de intimidar a todos los que pasaban por el sitio.

—¡No sé qué le sucede!

Izayoi había acudido una vez más a la única persona que podía ayudarla con este comportamiento inusual.

Sesshomaru había sido ignorado por Rin todo lo que llevaba de mes, él también estaba siendo víctima de esa actitud desatada.

—Veré que puedo hacer—respondió a su madrastra, aunque realmente no tenía idea de cómo tratar con una jovencita rebelde.

La situación empeoró cuando un día Mabel se presentó en la entrada de su colegio. La mujer llevaba en su mano un ramo de globos y un arreglo floral, el cual tenía un título bastante llamativo: "Siempre te he amado, hija".

Rin se topó de frente con la susodicha, pero trato de ignorarla. «Eso no podía ser para ella, ¿o sí?», surgió en su mente la pregunta, antes de que la desconocida se lo confirmase.

—Rin—la llamo y el cuerpo de la chica se congeló en su caminata.

—Rin, creo que te están llamando—señaló su amiga Ayame a la mujer que sostenía aquel arreglo tan llamativo.

—No, debe ser a alguien más—negó la castaña tratando de apresurarse.

—¡Rin, hija, por favor, escúchame!

Pero Rin comenzó a caminar más rápido y al darse cuenta ya estaba corriendo de forma desesperada.

«¡No podía ser verdad! Aquello debía tratarse de una pesadilla», pensó la chica, instantes antes de que un auto la atropellara.

El cuerpo de la joven fue arrojado a unos metros de distancia por el impacto, mientras se escuchaban gritos por todo el lugar.

Mabel salió corriendo al ver lo que le había sucedido a su hija, sintiéndose culpable de inmediato por aquel inesperado desenlace.

—¡Rin!—gritó llegando hasta ella, pero la chica estaba inconsciente, mientras un pequeño charco de sangre se formaba a su alrededor.

Izayoi se encontraba preparándose para salir a realizar algunas compras domésticas, para cuando su teléfono comenzó a sonar. La llamada venía de un agente policiaco, el cual le informaba, con palabras técnicas y maquilladas, que su hija había sido arrollada. Aquello hizo que el corazón de la mujer pareciera detenerse por un instante, el shock que generaron aquellas palabras hizo que Izayoi soltara el teléfono.

El aparato cayó con un estrépito al suelo, mientras su hijo Inuyasha se acercaba para saber qué había pasado.

—Mamá, ¿qué pasa?

Pero la mujer lo único que hacía era negar, mientras las lágrimas se formaban en sus ojos.

Su hijo se preocupó de inmediato y recogió el teléfono del suelo, afortunadamente la llamada seguía en curso y el oficial le explico que era lo que había pasado.

—No puede ser—murmuró Inuyasha, negándose a creer aquella información tan devastadora para la familia Taisho.

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora