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“Rin quiere verte”

La emoción que la embargo tras escuchar esas palabras fue indescriptible. Su hija mayor había accedido a verla… ¿Cómo era eso posible?

Mabel no lo entendía, pero no quería darle más vueltas al asunto, necesitaba sacar todo aquello que había estado guardando durante tanto tiempo.

—Annie, volveré pronto—le dijo a su hija menor—. Por favor, no salgas de casa ni le abras la puerta a nadie, ¿entendido?

La jovencita, de quince años, asintió. No era la primera vez que se quedaba sola en casa, de hecho, su madre solía dejarla por horas cuando no le permitían llevarla a su trabajo.

Mabel cerró la puerta con seguro y se marchó a paso acelerado. Ese día, todo parecía tener un sentido distinto, ya no veía las calles con la misma monotonía ni tampoco pensaba que el resto de los transeúntes eran personas desoladas como ella, no, en ese día las cosas tenían un color mucho más optimista.

—Adelante, la están esperando—anunció la empleada doméstica de aquella bonita casa.

Los pasos de la mujer fueron lentos, estando a tan solo segundos de ver y hablar con su hija, los nervios se apoderaron de su cuerpo.

«¿Entendería Rin sus razones para abandonarla? ¿Podría perdonarla después de escucharla?», las dudas aparecieron rápidamente.

—Es aquí.

—Gracias.

Mabel miró la puerta amaderada que la separaba de su primogénita, al abrirla, finalmente podría…

— ¿Qué hace? ¿No piensa entrar?—una voz masculina la hizo congelarse en su lugar—. Entre, ella la está esperando—ordeno el mismo joven que la había amenazado la última vez.

Sesshomaru abrió la puerta y Mabel entró primero.

Rin se encontraba en su silla de ruedas, junto a la ventana de su habitación. Su mirada parecía perdida en el exterior, ni siquiera se giró suponiendo que la persona que entraba era Sesshomaru.

— ¿Y? ¿Aún no llega?—la chica también se sentía muy nerviosa por la visita que le haría su madre biológica.

—Rin—Sesshomaru la llamó—, ya ​​está aquí—anunció.

El corazón de la castaña se aceleró inesperadamente. Por alguna razón, sus músculos parecieron volverse más pesados… luego de varios segundos que se sintieron como horas, la chica finalmente hizo rodar su silla de ruedas.

De frente, muy cercana a la puerta, se encontraba una mujer de cabellos castaños tan similares a los suyos, su piel blanca, y su mirada triste le confirmó que ella era su verdadera madre.

Sesshomaru caminó hacia su gran amor, se posicionó a su lado y presionó su hombro para darle fuerzas. Él la conocía perfectamente, sabía que la presencia de esa mujer la afectaba de un sinfín de maneras.

—Rin…

La voz de Mabel surgió débil.

¿Qué decir? ¿Cómo empezar?

—Lo siento tanto, yo nunca quise…

—Entonces, ¿usted es mi madre biológica?—la interrumpió la joven.

Mabel asintió sin apartar sus ojos tristes de la muchacha.

—¿Y por qué decidió aparecer luego de tantos años?

Rin necesitaba saber sus razones, necesitaba entender qué hacía ahí, por qué había aparecido para desestabilizar su mundo luego de tanto tiempo.

—Nunca pude olvidarte—confeso con dolor aquella madre—. Cada día, cada instante, tu recuerdo estuvo presente dentro de mí. No tienes idea de lo mucho que me arrepentí durante todos estos años, haberte dejado en ese horrible lugar fue la peor decisión que pude haber tomado en toda mi vida.

—Pero aún así la tomaste…—los ojos de la joven esquivaron los de la mujer.

De alguna forma, había rencor en su corazón, un sentimiento insano del cual quería liberarse.

—No, no quise hacerlo—las lágrimas acudieron a aquella incomprendida madre—. Tu padre era un mal hombre, él me lastimó. Amenazó con hacerte daño, yo no… no podía permitir que eso pasara.

— ¿Entonces él no me quiso?

—Rin…

Sesshomaru pronunció su nombre con dulzura, buscando mantenerla firme. ¿Qué importaba si esas personas no la quisieron? No eran más que unos extraños, no eran más que un par de sujetos que donaron su esperma y óvulos para crear a una hermosa criatura como ella… pero no eran nadie, nadie por los cuales debería sentirse triste o desanimada.

—Estoy bien—sonrió la chica al hombre.

—Te busqué durante muchos años—continuo la mujer—. Yo nunca quise abandonarte, solamente te dejé por un momento. Mi intención era buscarte, que huyéramos juntas de ese hombre miserable. ¡No sabes cuánto lo lamento! No hice nada. Luego de perderte, regrese a él y tuve otra hija. Rin tienes una hermana menor—confesó esto último dejando a la muchacha estupefacta.

—¿Una hermana?

—Sí—confirmo—. No merezco tu perdón, lo sé. Pero agradezco al cielo que hubiese puesto a personas buenas en tu camino, que pudiste crecer en un lugar hermoso, rodeada de amor, rodeada de todo lo que yo no hubiese podido darte—los ojos de Mabel se posaron en Sesshomaru—. Y a usted, joven, le debo tanto. Gracias. Gracias por haber encontrado a mi hija en aquel día, gracias por haberla rescatado.

Sesshomaru no dijo nada, pero asintió en respuesta.

—Está bien, lo entiendo. Supongo que las cosas pasaron como tenían que hacerlo.

La madurez en la voz de Rin los sorprendió a ambos. No se mostraba como una chica débil que se sintiera poco querida, hablaba como una persona que podía entender que a veces las cosas resultaban de maneras insospechadas.

—Gracias—fue lo único que pudo decir Mabel después de esas palabras.

—Reconozco que quiero odiarte, que de alguna forma hay resentimiento en mi corazón. No es bonito enterarse de que tu madre biológica te abandono, pero, ¿sabes? No quiero vivir con ese sentimiento, no quiero sentirme miserable por algo que paso hace tanto tiempo. Después de todo, la vida me recompenso con personas maravillosas y estoy feliz de haberlos conocido a cada uno de ellos. Así que supongo, que debo agradecerte también. Gracias, Mabel, gracias a ti, soy una Taisho y estoy orgullosa de serlo.

Mabel dejó que las lágrimas corrieran libremente, sabía que su hija ya no era suya. El corazón de Rin pertenecía a Izayoi y a todas esas personas que la habían criado desde que era una niña.

—Por favor, acércate.

La solicitud fue inesperada para la mujer, pero no dudo en cruzar la distancia con pasos trémulos. Una vez frente a ella, se dejó caer en el suelo y acaricio las manos de su hija, las cuales se encontraban posadas sobre su regazo.

—Perdóname, mi niña.

—Te perdono—dijo la joven, alzando el rostro de la mujer y retirando las lágrimas de sus ojos.

Con esa acción, no solamente borró todo rastro de tristeza, sino que también pareció quitar una pesada carga que aquella madre llevaba durante tanto tiempo.

El perdón llegó a la vida de Mabel, liberando a su corazón del dolor y la incertidumbre. Finalmente, podía respirar de una manera plena, podía sentir que las ataduras de la culpa la soltaban para siempre. Sus primeros pasos en libertad, fueron envolver a su hija entre sus brazos, sentir la calidez de su cuerpo y besar su frente.

Rin cerro sus ojos y se permitió recibir esa caricia. En su corazón, algo había cambiado para siempre…

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora