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Efectivamente, Toga no se acobardó al momento de denunciar a su primogénito. Sesshomaru fue arrestado en medio de una acusación muy grave: abuso sexual a una menor. Aquella acusación no solamente amenazaba con acabar con su reputación para siempre, sino que además estaba a punto de destruir su vida laboral en todos los sentidos.

“Sesshomaru Taisho señalado por abuso sexual en contra de su hermana”, aquel era uno de los titulares que se extendía por todos los periódicos.

Sus estudios en Harvard parecían estar a punto de ser lanzados a la basura. Aquella carrera que le costó sudor y lágrimas, perdía valor ante lo que pretendía ser un escándalo de grandes proporciones. Pero este era el costo a pagar por haber querido algo que le era prohibido, nunca debió dejarse sumergir en ese juego de clandestinidad. Rin no era para él, nunca lo había sido…

—¿Pero qué tenemos aquí? ¿No es este el niño prodigio?—pregunto un hombre de aspecto malicioso a su grupo.

Sesshomaru había sido trasladado a la penitenciaria, mientras el juicio tomaba lugar. Podía ser condenado a más de cinco años de cárcel, si el jurado así lo decidía, pero el hombre sabía que no le había puesto una mano encima a Rin, al menos no de la forma en que ellos creían. Así que esperaba que todo aquel asunto se aclarara a la brevedad, aunque haber sido su propio padre quien pusiera la denuncia era un factor de gran peso para las autoridades en ese momento.

—¡Graduado en Harvard!—se mofó otro—. Eres igual que nosotros, una basura—lo empujo sin dudar.

Sesshomaru respiró profundamente, mientras era rodeado por aquel grupo de malhechores. Todos ellos estaban llenos de tatuajes y su aspecto era demasiado desalentador.

—¿Qué les parece, muchachos? ¿Le damos la bienvenida?

—¡Sí!—coreo el resto.

No hubo nada que Sesshomaru pudiese hacer, cuando dos hombres lo sujetaron cada uno de un brazo. Trato de soltarse, pero en el proceso de liberación, un puñetazo fue dado directo a su estómago sacándole por completo el aire. El hombre fue lanzado al suelo, mientras recibía patadas de todas direcciones. De esa manera, se inauguró su primer día en ese infierno…

[…]       
               
—Rin, cariño, por favor come un poco—suplico su madre.

—No quiero.

—Vas a enfermarte si sigues así.

—¡Eso es lo que quiero!—exploto la chica.      
    
Se sentía sumamente deprimida desde que se habían llevado a Sesshomaru detenido. «¿Qué podía hacer para ayudarlo?», se preguntó por enésima vez. Se sentía de manos atadas, encerrada en esa habitación, sin acceso siquiera a la comunicación. Su padre se había encargado de hacerla sentir una prisionera, le había prohibido las visitas y no podía estar al tanto de la situación de su amado, porque había mandado a retirar su teléfono y su computador de la habitación.

—¡Por lo único que debes preocuparte, es por volver a caminar!—le grito Sesshomaru, la última vez en que lo había visto.

—Necesitas fuerza, Rin, sino no podrás recuperarte. Dime, ¿quieres ayudar a Sesshomaru?

—¡Claro que quiero! ¡Pero, mírame, qué puedo hacer en esta maldita silla de ruedas!

La frustración de la joven era evidente.

—Nada—contestó Izayoi con sinceridad—, pero si vuelves a caminar seguramente podrías ayudarlo mucho, además de que lo harías muy feliz.

—Como si fuera tan fácil—resoplo la joven.

—Lo es, si así lo quieres. Todo está aquí—señalo a su cerebro.

Rin no dijo nada más. Su madre podía tener algo de razón, pero aun así una recuperación como la suya le tomaría meses, y no podía permitir que Sesshomaru pasara tanto tiempo encerrado en prisión.

—¡Quiero declarar!—pidió a su madre, como si aquella idea le hubiese llegado como una revelación divina.

—¿Declarar?

—Sí, se supone que yo soy la víctima en todo esto, ¿no? Exijo declarar y que me hagan las pruebas necesarias para probar la inocencia de Sesshomaru.

—¿Él nunca…?

—¡No, él nunca me puso una mano encima, madre! Es inocente—lo defendió con convicción—. Nuestro único pecado fue amarnos a escondidas.

—Rin, pero es tu hermano.

—¡No, no lo es! ¡Él y yo no llevamos la misma sangre, ni siquiera nos criamos juntos! Lo único que tenemos en común son dos padres que decidieron casarse.

—Pero…

A Izayoi le costaba mucho procesar todo aquello, su hija era tan joven, apenas estaba empezando a vivir, pero decía sentir un amor tan fuerte. No sabía si aquello se debía a alguna influencia por parte de Sesshomaru, o si realmente ese sentimiento era tan intenso como lo expresaba.

—Está bien, hablaré con tu padre sobre tu declaración—prometió la mujer.

[…]

Era de noche cuando Izayoi vio nuevamente a su esposo. El hombre no se había presentado para cenar y había salido muy temprano esa mañana.

—Toga, es casi media noche, ¿dónde estabas?

—¿Eso qué importa?—le respondió de aquella forma atrevida.

—Claro que importa, soy tu esposa, ¿o se te olvida?

—Izayoi, me duele la cabeza, no tengo interés en mantener discusiones absurdas.

—¿Para ti es absurdo nuestro matrimonio?

—¡Maldición, mujer! Entiende que no es un buen momento para mí…

—Toga, estás siendo injusto con Sesshomaru. Él nunca le puso una mano encima a Rin.

—¡Da igual!—se encogió de hombros el hombre—. Hizo algo imperdonable, puso sus ojos en su hermana.

—Pero sabes que ellos no son verdaderamente hermanos…

—¡Para mí lo son!

—Pero ellos no lo ven así, Toga. Sesshomaru y Rin se aman, por muy descabellado que eso pueda escucharse.

—¡Dios, ya te lleno esa niña la cabeza de tonterías!

Toga se dirigió a la puerta de la recámara para salir, le dolía la cabeza y no estaba de humor para seguir escuchando más del mismo asunto.

—No, yo puedo darme cuenta de lo que ocurre aquí. Ellos se quieren, realmente lo hacen.

—¡Basta, Izayoi!

—Rin quiere declarar y voy a ayudarla. Tu hijo no merece estar en una cárcel, por culpa de una acusación injusta como la que has hecho.

—¡Haz lo que quieras!

El hombre salió de la habitación dando un portazo, realmente no lograba reconocer a ese sujeto que decía ser su esposo, era un completo extraño…

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora