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Sesshomaru no logró comprender qué era lo que había sucedido. Recordaba haber cerrado los ojos y haberse entregado a un sueño que se acercaba apacible. La compañía de Rin le había brindado cierta tranquilidad la cual tenía años sin sentir.

Luego, minutos más tardes o tal vez horas, se había despertado con la sensación de estar en otro lugar, con una persona diferente o quizás con ella misma, pero en una situación demasiado calurosa.

«¿Se había tratado de un sueño?», se preguntó.

Minutos después la respuesta llegó nítida a su mente: sí. No podía existir otra explicación más que esa, había sido un sueño el culpable del súbito aumento en su libido. Su hermanita no tenía nada que ver.

Sesshomaru decidió que debía disculparse, así que, cuando el sol salió se dirigió rápidamente a su habitación. Al llegar frente a la recámara de su hermanita se quedó de pie un instante contemplando la puerta amaderada con cierto aire de nostalgia, los dibujos que Rin antes pegaba le llegaron de imprevisto a su memoria, de esas obras de arte ya no quedaba ninguna, dándole a entender que esa etapa ya no existía en su vida. Rin se había convertido en una jovencita risueña. «¿Cómo fue que sus verdaderos padres pudieron abandonarla?» no pudo evitar preguntarse el hombre.

Lo cierto era que Rin desconocía esa gran verdad. Izayoi no le había querido contar que era adoptada. Para la mujer, la muchacha era su hija y nada más, Rin no tenía por qué saber que una mujer desnaturalizada la había abandonado un día en un basurero. Aquello era demasiado traumático, para que una niña pequeña tuviese conocimiento.

Sesshomaru desecho esos pensamientos y dio un ligero toque a la puerta, esperando que Rin ya estuviese despierta. Luego de unos incesantes segundos de espera, pudo percibir como unos pasos se acercaban con pereza.

Rin abrió la puerta de su habitación, sintiendo como su corazón se disparaba al hacerlo. Su hermano estaba de pie, viéndola con aquellos ojos dorados tan cálidos como intensos. De pronto, tuvo el impulso de huir, mientras bajaba la mirada y le permitía el acceso.

Aquella no era su hermanita, notó inmediatamente Sesshomaru. Su hermana no podia ser esa chica de mirada apagada, él la recordaba de otra forma, sonriendole siempre.

El hombre tomó delicadamente del mentón a aquella jovencita cabizbaja, haciendo que lo mirara directamente a los ojos. Unos ojos avellanas cristalizados se conectaron con los suyos y, al verlos a punto de desbordarse, tuvo el impulso de pasar su pulgar por todo el contorno para impedir que las lágrimas cayeran en su cauce.

—No llores, Rin.

El silencio reinó, mientras aquellas miradas no dejaban de conectarse. La sensación era extraña, diferente, existía una magia entre esas dos miradas que no dejaban de entrelazarse.

Entonces, Sesshomaru no lo pudo resistir más y la jalo por un brazo atrayéndola hacia él, la abrazó con todas sus fuerzas queriendo disipar todo lo ocurrido el día de ayer.

—Lo siento, no quise hablarte de esa manera—se disculpó procediendo a enterrar su nariz en su pelo.

Los cabellos de Rin eran como pequeñas olas del mar, el aroma que desprendían era exquisito y no sabía que los había extrañado tanto como en ese momento.

En su arrepentimiento solamente quería refugiarse en ella, en su cercanía la cual era capaz de reconfortarlo de una manera inexplicable. «¿Estaba bien necesitarla tanto? ¿Estaba bien sentirse de esa forma?» se preguntó en el silencio de aquel abrazo que no quería que de ninguna manera terminara.

Rin no pudo contenerse más y se dejó llevar por el mar de emociones que se arremolinaban en su pecho. Sus ojos se desbordaron y apretó con todas sus fuerzas a su adorado hermano.

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora