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Efectivamente, Sesshomaru se encontraba furioso por todo lo sucedido. Exponer a su hermanita de esa forma tan vil era algo imperdonable, así que Kohaku descubriría las consecuencias de sus actos por sus propias manos.

—No lo dejes huir—dijo Toga al notar cómo el muchacho intentaba zafarse del agarre de su hijo.

—Te creíste muy valiente por publicar esas fotos, ¿no?—preguntó Sesshomaru completamente fuera de sí.

—Ella se lo buscó—fue lo único que pudo alegar a su favor el chico.

—¿Cómo dices?

Kohaku cayó al suelo al recibir un puñetazo directo en el rostro. Aquello era simplemente insólito, ¿cómo se atrevía a insinuar que Rin era la culpable de dicha situación?

—Pienso denunciarte, mocoso de papi y mami.

Toga también sintió la cólera fluir por su sistema al escuchar aquellas palabras tan cobardes.

—¡Pues no pueden hacerme nada, porque no tienen ninguna prueba que pueda incriminarme!

Aun desde el suelo, Kohaku no dejaba de demostrar su naturaleza podrida.

—¿Quién dice que no las tenemos?

Los ojos dorados de Sesshomaru relucieron como dos cuásares muy brillantes. En la profundidad de su mirada podía apreciarse un tinte de malicia.

De esa manera, el joven sacó de su bolsillo su teléfono móvil, el cual se podía apreciar estaba en modo de grabación de voz. Cada palabra dicha por Kohaku había quedado grabada como evidencia de su cobardía y el acoso perpetrado a una menor de edad.

Toga se sintió orgulloso de su hijo, ni a él se le hubiese ocurrido hacer algo tan brillante. Sin duda, Sesshomaru era su orgullo más grande.

Ese día Kohaku recibió la paliza de su vida y también recibió una citación para presentarse en un tribunal.

—Esto no se va a quedar así—fueron las últimas palabras de Toga y, efectivamente, el hombre cumplió con su amenaza.

Por su parte, Rin se sintió sin fuerzas ni energías, únicamente se encerró en su habitación. No podía olvidar la humillación recibida en su escuela, y como todos sus compañeros la habían visto prácticamente desnuda.

—¡Rin!—alguien había llamado a su puerta. Ella rápidamente reconoció esa voz.

Rin no sabía qué hacer, la verdad era que se sentía muy disgustada con Sesshomaru. Su hermano la había abandonado en el momento en que más necesitaba de su ayuda, y eso era algo imperdonable a su parecer.

—¡Vete!—gritó en respuesta la chica.

—¡Ábreme, necesito hablar contigo!

—¡He dicho que te vayas!

—¡O me abres, o tumbo la puerta!—sentenció el hombre con voz fría.

Rin pudo darse cuenta de que estaba molesto.

—Uno, dos,…—comenzó a contar y la chica se apresuró antes de que cumpliera con su amenaza de destruir su puerta.

—¿Qué quieres?—abrió al fin.

Sesshomaru la miró fijamente por incontables segundos, haciendo que la muchacha contuviera por completo el aliento.

«Cielos, seguramente ya sabía todo lo que había pasado», pensó Rin, sintiendo vergüenza ante la presencia de su hermano.

—¿Qué significa esto?—preguntó él enseñándole las fotografías que se había tomado.

La joven palideció y su primer impulso fue intentar arrebatarle el teléfono.

—¡Quita eso!—exigió.

El hecho de que su hermano la estuviese observando con tan poca ropa la hacía sentir extraña.

—No estás en condiciones de exigir nada—las palabras de su hermano carecían de cualquier tipo de emoción—. Quiero que me expliques, ¡¿por qué carajo te tomaste estas fotos?!

Rin notó de inmediato que Sesshomaru no estaba en sus cabales, pero eso no le impidió enfrentarlo con coraje:

—¡Porque quise!

El rostro del hombre se desfiguró y en menos de un segundo, la mano de Sesshomaru la sostenía fuertemente del brazo.

—Entonces no eres más que una…

—Sí, ¿y qué?—Rin no conocía la prudencia—. Pero ese no es tu problema, porque mejor no te vas a tu casita, ¿eh?—inquirió la muchacha sin poder ocultar su ataque de celos.

Sesshomaru no entendió a qué se refería así que ignoró su comentario y la presionó más fuerte del brazo.

—Entonces, ¿quieres decir que te sientes orgullosa de haberte tomado estas fotografías?

—¡Si!

En menos de un parpadeo su hermano la había pegado de la pared más cercana, provocando que soltara un gritito de la impresión.

—No me parece chistoso lo que estás haciendo, Rin—murmuró él entre dientes.

—¡Y a mí qué me importa si te parece chistoso o no!—explotó la chica finalmente—. ¡Te llamé, imbécil! ¡Te llamé!

Sesshomaru reaccionó al ver como su hermana comenzaba a llorar repentinamente.

—No te importo lo que tenía para decir, ¿cierto?—preguntó ella entre sollozos—. Claro, no te importo, porque estabas con esa—escupió la chica la última palabra.

Entonces el hombre recordó aquella noche en la que su hermana lo había llamado y lo mal que la había tratado. ¿Acaso había querido pedirle ayuda? Sesshomaru se sintió fatal al instante.

—Lo siento, Rin, yo no...

La muchacha lo apartó bruscamente cuando quiso acariciarle el rostro. Simplemente, no lo quería tener cerca, se sentía muy molesta y decepcionada.

Él se sintió muy mal tras ese gesto, ¿en qué momento habían llegado a eso? Ellos no eran así, no tenían una relación tan pésima como esta.

—Nunca fue mi intención abandonarte—le explicó con voz suave, el arrepentimiento estaba presente en cada una de sus palabras.

—Pero lo hiciste.

Rin lo miró directamente a los ojos, acusándolo, juzgándolo por tener a otra en su corazón y haberla dejado sola en el momento en que más lo necesito. Sin embargo, al detallar aquellos ojos dorados tan hermosos, se sintió tonta. ¿Qué quería hacer? ¿Seguir alejándolo?

La muchachita negó con convicción. De ninguna manera permitiría que otra se robe a su hermano.

Sesshomaru percibió el cambio en su mirada avellana, pero jamás se imaginó lo que venía a continuación.

Fue un movimiento que pudo percibir prácticamente en cámara lenta, Rin se alzó en puntilla y beso sus labios. Se quedó completamente inmóvil, mientras sentía como los labios de su hermanita trataban de hacerse espacio entre los suyos. Algo en su cuerpo quería responder a su arrebato, quería dejarse llevar también, embriagarse de su saliva y experimentar algo que en lo oculto había deseado con locura.

Sesshomaru habría respondido al beso de Rin, de no ser por Izayoi a quien se le había ocurrido en ese justo instante llamar a su hija…

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora