—Por favor, Izayoi, escúchame. Yo no quise que nada de esto pasara.
Mabel no dejaba de pedir disculpas, la culpabilidad que se cernía sobre ella, era demasiado pesada. ¿Su hija no podría volver a caminar? No, no podía perdonarse semejante cosa.
—¿Por qué fuiste a presionarla?—la encaro Izayoi con sus ojos rojos de cólera—. Teníamos un trato, Mabel, te di mi palabra de que te dejaría conocerla. Sin embargo, se te ocurrió la brillante idea de exponerla delante de todos sus compañeros. ¡¿Acaso no te das cuenta de lo estúpido que fue eso?!
—Lo sé, fue una completa estupidez, la peor que he podido cometer—la castaña estaba al borde de las lágrimas, solamente buscaba un poco de compresión.
Habían sido tantos años de espera, tantos años de imaginar que había perdido a su hija para siempre, necesitaba recuperar el tiempo perdido, necesitaba que su hija le diera una oportunidad, pero termino ocurriendo todo lo contrario. Ahora, por su culpa, su pequeña estaba postrada en una camilla de hospital.
—Estoy demasiado arrepentida de verdad, nunca hubiera querido que las cosas terminaran de esta forma.
—Por favor, márchate y no vuelvas a aparecer delante de Rin. De lo contrario, te denunciaré, y me encargaré de poner una orden de restricción en tu contra.
—¿Qué está pasando, Izayoi?
Sesshomaru se sorprendió al ver a su dulce y pacífica madrastra, amenazando a alguien. Aquello no era algo propio de ella, pero lo que más llamo su atención fue que el tema de conversación, era nada más ni nada menos que Rin.
—No es nada, solamente…
—¿Quién es esta mujer?
Mabel bajo la mirada al ser el centro de atención de aquel muchacho. Conocía la historia de cómo había sido encontrada su pequeña niña, sabía que había sido ese chico quien la había rescatado del basurero donde la había dejado. ¿Cómo decirle que fue ella la mujer que la abandonó? El odio de aquel joven, estaba prácticamente garantizado.
—Ella…
—Está bien, merezco su desprecio—la voz de Mabel se alzó—. Yo soy la madre biológica de Rin y la causa de su actual estado.
—Usted…
Sesshomaru sintió una furia instantánea. Ayame había relatado como surgieron las cosas: contó de la extraña mujer que se había presentado con arreglo floral en mano, contó que aquella desconocida no dejaba de pronunciar el nombre de Rin, al punto de hacerla sentir acosada. Ella era la culpable de que la jovencita hubiera intentado huir de aquella forma…
—¡Váyase, inmediatamente!—su voz sonó fría, amenazadora—. Le juro que yo no tendré contemplaciones, si no desaparece de mi vista en este preciso instante, tendré que...
—Está bien, no tiene que amenazarme.
Mabel sabía perfectamente que merecía todas aquellas palabras, sabía que esa familia no iba a aceptarla luego de aquel garrafal error.
—No vuelva a aparecer por aquí. ¿Entendió?—pero a pesar de su estado de sumisión, Sesshomaru no se sintió conforme. Quería ver sufrir a esa mujer, quería verla pagar por todo el daño que le había causado a Rin. La había abandonado y luego aparecía años después, haciendo como si nada hubiera pasado, era una completa descarada.
—Lo lamento—fue lo último que murmuro la castaña antes de irse corriendo.
—Sesshomaru, fuiste un poco duro—comentó Izayoi.
—¿Yo? Me pareció escucharte amenazarla antes de que llegara. Para esa mujer no hay contemplaciones, Izayoi, por su culpa, Rin está como está. No quiero volver a verla merodeando por aquí y ni se te ocurre presentársela a Rin. Esa mujer no lo merece—sentencio el joven, dándose la vuelta para regresar a la habitación de la chica, de la cual recién acababa de salir en busca de un café.
[...]
Mabel llegó a su casa, se trataba de una vivienda humilde ubicada en Vercelli. En cuanto cruzo la puerta de entrada, hubo un sonido proveniente de una de las habitaciones, aquel era un sonido gutural, no era una voz exactamente, pero lo asemejaba.
—Disculpa, cariño. ¿Me esperaste mucho?—preguntó la mujer a su hija menor, una joven con una discapacidad motora e intelectual.
Luego de haber perdido a Rin, había quedado nuevamente embarazada de aquel hombre que por tantos años la maltrato. Esta vez estaba decidida a abandonarlo antes de que llegara a término su embarazo, desafortunadamente, él la había descubierto escapando. “¿A dónde crees que vas?”, fueron sus palabras, antes de lanzarse sobre ella para agredirla en su estado. En ese entonces, tenía tan solo seis meses de embarazo, un puñetazo en la barriga fue la razón por la que su bebé nació con una discapacidad.
Mabel se repitió a lo largo de los años que ese era su castigo. Ella no merecía ser madre, después de todo no era más que una persona que no había sabido tomar decisiones certeras en su vida. Abandono a una niña siendo apenas una recién nacida, y, luego, se embarazó nuevamente del mismo hombre.
Tomás había sido recluido en una cárcel y pasó muchos años en la misma, ella se cambió de ciudad y trato de pasar desapercibida. Su vida fue realmente difícil, no volvió a enamorarse, no volvió a pensar como mujer; lo único que hacía constantemente era trabajar, cargar con su niña y tratar de salir adelante. Pero en su corazón siempre estuvo aquel otro dolor, su pequeña Rin, ¿dónde estaría?, ¿la tratarían bien?
Necesitaba recibir su perdón, necesitaba decirle que siempre la había amado y que nunca la olvido. Fue por eso que, aquella mañana, pensó que aquel detalle le agradaría, pensó que la escucharía, que la dejaría acercarse y darle una explicación. Había tenido tantas ganas de abrazarla en cuanto la vio, era tan hermosa. Su cabello castaño se asemejaba mucho al suyo, su mirada era del mismo color, podría decirse que era una copia suya y que, afortunadamente, no conservaba ningún rasgo de su padre…
Annie, su otra pequeña, no había corrido con la misma suerte, era la viva imagen de aquel hombre malo que la había dejado en ese estado. Cada vez que Mabel miraba a los ojos de su pequeña niña, veía a Tomás, veía sus años de agonía junto a él, veía el maltrato. Pero esa era su cruz, la cruz por no haberse ido antes, por no haber pensado en Rin cuando la estaba esperando...

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El placer de lo prohibido
FanfictionEl amor no siempre es aceptado, en algunas ocasiones, se convierte en algo prohibido que no debe ser experimento, sin embargo, el placer que se consigue en esas prohibiciones hace del amor algo mucho más intenso. Las circunstancias los convirtieron...