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Con una última ojeada en el espejo, Rin decidió que estaba lista.

Su hermano, Inuyasha, la esperaba malhumorado en la entrada de la casa. A la más joven no le importaba aquella cuestión, puesto que estaba más concentrada en pasar una noche agradable.

—¡Vayan con cuidado!—despidió su madre con una sonrisa.

Una vez en el vehículo, Inuyasha soltó toda su frustración:

—¿En serio no podías quedarte en casa?—preguntó con un tono de voz que dejaba mucho que decir.

—No sigas, Inuyasha, ya lo acordamos con mamá.

—¡Eres una verdadera molestia!

Dicho aquello, el auto se puso en marcha con un sonoro chirrido.

La más joven comprendió que su hermano estaba realmente enojado, aunque no entendía el porqué de su molestia. No pasó mucho tiempo para que Rin finalmente entendiera la razón.

Ambos habían llegado a un apartado complejo urbanístico, en el cual una joven morena parecía esperar a que alguien la recogiera. Efectivamente, su hermano hizo tocar la bocina y la chica reaccionó, corriendo hacia el vehículo.

—Córrete para allá—ordenó su hermano apuntándole con el dedo el asiento trasero.

La menor tardó en comprender qué era lo que quería, hasta que vio a la hermosa joven intentando abrir la puerta donde ella permanecía. No había mucho que deducir, estaba más claro que el agua. Inuyasha tenía todo preparado para pasar una velada romántica al lado de aquella chica, y ella simplemente estaba estorbando.

Rin bajó del auto con la boca fruncida, no le importaba la mirada de sorpresa que le dedicó aquella desconocida, la cual obviamente no esperaba que alguien saliera del asiento que pensaba ocupar.

—Ella es mi hermanita, Rin—presentó Inuyasha cuando todos ocupaban sus respectivos lugares.

—Mucho gusto, me llamo Kagome—se giró la muchacha hacia el asiento trasero, dónde Rin permanecía con sus brazos cruzados.

—Igual—respondió la menor desviando la vista.

«Odiaba a su hermano. Odiaba a sus dos hermanos, en realidad», pensó.

Sin poderlo evitar recordó la cena en su casa y la manera en que Sesshomaru se mostró tan caballeroso con la fulana Sarah. La diferencia era que ver a Inuyasha actuar de la misma forma con esa chica, no le revolvía el estómago como en aquel momento.

En ese instante, se sintió más molesta por el actuar déspota de su hermano. ¿No podía simplemente ser más amable con ella?

Rin prefiero no seguir refunfuñando al respecto, se concentró en la carretera y en la noche que estaba a punto de pasar. Le hacía ilusión conocer a un chico más grande, a un hombre mayor. Esa vez no quería nada de niños en su vida…

—No te separas de mí—advirtió Inuyasha cuando estaban ingresando en aquel club nocturno.

En el ambiente podía percibirse una serie de olores mezclados: alcohol, nicotina y algo más. Las personas bailaban, reían, y se mostraban bastantes entusiastas en aquel ambiente, que para cualquiera podría parecer de perdición y, en realidad, lo era.

—¡Quiero beber!—pidió Rin con una ligera sonrisa.

Su hermano rodó los ojos.

«¡Cielos,¿Por qué me traje a esta niña?», se reprochaba mentalmente.

—Bien—accedió caminando hacia la barra.

—Un martini.

El bartender sirvió la bebida con maestría y la puso ante los ojos de la chica. Rin la tomó con manos apresuradas y se dispuso a dar un gran sorbo.

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora