42

195 35 9
                                    

Luego del incidente, la rutina volvió a tomar el control de su vida. Día a día, Rin asistía a la universidad y luego a su trabajo. No había nada de extraordinario en todo eso, era simplemente más de lo mismo.

—Hola, cariño, ¿qué tal estuvo tu día?—su madre solía llamarla todas las noches, de una manera casi religiosa.

—Bien, mamá. Un poco cansado.

—Me imagino, cariño. ¿Cuándo vendrás a visitarnos?

La idea de ir a la casa de sus padres no le causo ninguna gracia. Las cosas con Toga Taisho seguían siendo muy tensas, el hombre amoroso que alguna vez fue desapareció por completo, para dejar en su lugar a un sujeto amargado y vicioso.

Su madre había tratado de llevar a su marido a un centro de rehabilitación, pero el hombre tan terco como siempre se rehusó completamente. A su parecer, se encontraba en perfectas condiciones y su esposa únicamente exageraba.

—Eh, no sé, mamá. Estamos en exámenes finales, ya sabes cómo son esas cosas—se negó nuevamente.

Izayoi suspiró ante la negativa. De alguna forma se la esperaba, después de todo, Toga se portaba bastante mal cuando Rin iba de visita.

—Entiendo, cariño. Será entonces en otra ocasión. Pero, dime, ¿si tendrás tiempo para que yo te visite en unos días?

—Por supuesto, mamá. Puedes venir cuando quieras—dicho aquello colgó la llamada.

Izayoi pasó esa semana por el departamento de su hija. La mujer llevó un pequeño arreglo bonsái, para darle color al lugar. Su hija, por lo general, no se preocupaba mucho por la decoración, por lo que ella no perdía oportunidad de llevar cosas nuevas como regalo.

—Está hermoso, mamá. Muchas gracias.

—De nada, pequeña. Cuéntame, ¿te has sentido bien últimamente?

—Sí, todo está de maravilla—el semblante de Rin decayó un poco al dar esa respuesta. La realidad era que no estaba siendo del todo sincera, es decir, mantenerse ocupada le ayudaba a que su mente no se concentrara tanto en la ausencia de Sesshomaru, pero no aminoraba la sensación de vacío y soledad que aquello le causaba.

—¿Y no has sabido nada de él?—preguntó Izayoi, leyéndola bastante bien.

—No, solamente lo que sabe todo el mundo. Que está al lado de su madre, a la cabeza del complejo hotelero en Madrid.

—¿Pero no has intentado comunicarte?

—No, mamá. Él tampoco lo ha hecho—admitió dolida.

Ella no tenía ni la menor idea de cuál sería su número allá en Madrid o de qué forma contactarse con él, sin embargo, Sesshomaru tenía el número de todos los miembros de su familia y, aun así, no había movido un dedo para mandarle algún recado.

—Tu padre también ha intentado comunicarse, me parece—confesó Izayoi, con un semblante pensativo—. Por lo visto, Irasue estaba bloqueandole muy bien cualquier tipo de comunicación con su hijo.

—¿Irasue?

—Sí, es decir, la última vez tu padre y ella tuvieron una discusión bastante acalorada por teléfono.

—¿Por lo de la denuncia?

—Exacto. Irasue le dijo que no iba a perdonarle una cosa como esa y que se olvidara por completo de su hijo.

—Oh.

Rin se quedó pensando en la posibilidad de que fuese la madre de Sesshomaru la que impidiera que se diera un reencuentro, pero a la vez, desecho el pensamiento cayendo en cuenta de que él ya no era un niño que debía pedirle permiso a su progenitora para eso.

[…]

Los meses siguieron transcurriendo a una velocidad cegadora. Su cumpleaños número veintidós estaba demasiado cerca.

—¿Qué piensas hacer en tu cumpleaños, Rin?—pregunto su amiga Rion.

—No lo sé, es viernes y tengo trabajo.

—¿Y no puedes pedir el día libre?

—Supongo que sí, pero no me apetece—hizo saber con el desánimo presente en cada una de sus palabras.

—¡Rin, oye! Es un día especial, no seas aguafiestas—la regaño su amiga con jovialidad.

En realidad, lo que le pasaba no era un asunto de ser aburrida, simplemente se sentía deprimida. Cada año para su cumpleaños, Sesshomaru estaba con ella y, si no lo estaba, al menos le enviaba un regalo y le dejaba una llamada. Este sería el cuarto cumpleaños en donde no recibiría nada de eso, en donde su ausencia se cernería sobre ella como una sombra que amenazaba con aplastarla. No quería sentirse así, odiaba ese sentimiento de añoranza.

—Vamos a un bar, te presentaré a alguien.

—Está bien—acepto luego de tanta insistencia.

[…]

El día viernes, llego con demasiada premura, sus más cercanos amigos se congregaron junto a ella en una pequeña reunión improvisada.

—Él es Matías, un compañero de mi carrera—presento Rion a un moreno de buen aspecto.

—Un placer, Matías. Me llamo Rin.

Matías pintaba a ser un chico agradable, era muy conversador e incluso chistoso. No podía negar que de todos los reunidos se la paso mejor con él.

Cuando llego la hora de despedirse, se sintió un poco sobrecogida, la idea de regresar a su departamento sola la desesperaba, así que estuvo a punto de invitar a su nuevo amigo, pero al recordar su fallido intento de tener relaciones con un hombre, lo desecho por completo.

—Vamos, te llevaré a tu casa—se ofreció él de manera amable, no parecía tener dobles intenciones.

—Gracias.

Rin fue llevada a su casa y al momento de bajar no quería hacerlo, realmente la idea de estar sola no le gustaba, pero termino haciéndolo. Podía sentir un vacío instalándose en su pecho a medida que se adentraba al edificio, todos los días era lo mismo, ni siquiera en ese día que se suponía era especial, aquello cambiaba.

Los ojos de la joven se fueron humedeciendo a medida que subía los escalones. Era simplemente agonizante el dolor que estaba sintiendo: tristeza, soledad, una ausencia que dolía de una manera insoportable.

La chica se limpió las lágrimas en cuanto hubo llegado a su piso, alzo su mirada para ver la puerta de su departamento, pero lo que encontró la dejo completamente sorprendida.

Sesshomaru se hallaba de pie en la misma, con lo que parecía ser un ramo de flores. Una sonrisa apareció en ese rostro tan varonil suyo y, lo único que alcanzo a hacer ante aquella imagen tan bella, fue llorar como una niña…

El placer de lo prohibido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora