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Conocí a mi padre la navidad en la que cumplí cinco años, el era un hombre bastante alto, de piel blanca con el cabello lleno de rulos castaños parecidos a los míos y con ojos azules

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Conocí a mi padre la navidad en la que cumplí cinco años, el era un hombre bastante alto, de piel blanca con el cabello lleno de rulos castaños parecidos a los míos y con ojos azules.

Si cierro los ojos aún puedo recordar todo, estábamos todos en casa de mis abuelos sentados frente al árbol decorado, de fondo se escuchaba la platica que mantenían mis tías con mi abuela en el comedor, mi abuelo conversaba con mis tíos y yo jugaba felizmente con mis primos enseñándoles mis regalos de cumpleaños.

De pronto sonó el timbre, todos parecían confundidos pues podría parecer que ya se encontraban ahí todos los invitados hasta que entro ese señor desconocido para mi a la casa, vistiendo un traje de vestir bástate formal y en las manos cargaba una pequeña caja envuelta en un desagradable color verde.

La estancia quedo en silencio absoluto y un enorme sentimiento de incomodidad lleno cada espacio del lugar.

Fue extraño para mi, los niños del colegio solían preguntar por mis padres y para ese momento yo ya me había acostumbrado a responder sobre el simple echo de que ellos no estaban. Ver a mi padre se sintió mal, como si todo lo que yo conociera no fuera real.

El me regalo una pequeña caja musical de madera blanca que al abrirlo mostraba una pequeña bailarina que daba vueltas sobre su pie izquierda con un vestido de color azul celeste, de fondo un espejo y debajo de este un par de cajones.

Esa navidad cenamos en un extraño e incómodo ambiente, con mi progenitor siendo ahogado por mis preguntas que solo tenían la intención de conocerlo.

Volví a ver a mi padre en mi cumpleaños número catorce, pero en ese lapso de nueve años el solía enviar cartas cada navidad deseándome un feliz cumpleaños.

Me hubiera gustado escuchar su voz, pero el me explicaba que en la zona de Buenos Aires que el habitaba no había una buena recepción telefónica por lo que no tenía caso darme el número de su casa y que él tenía demasiado trabajo lo que explicaba porque sería inútil darme el código para marcar a su celular personal.

Mi abuelo me ayudaba a ir hasta la oficina de correo a enviar mis cartas las cuales regularmente tenían dibujos mal echo que yo hacía y en otras ocasiones, cuando podía reunir algo de dinero, enviaba una fotografía tomada por mí.

-¿Es todo?- me preguntó mi ti interrumpiendo mis pensamientos mientras escuchaba la cajuela del automóvil ser cerrada con fuerza.

Yo asentí con la cabeza en silencio mientras caminaba rumbo a la parte trasera del coche, como mencioné el camino a la ciudad era bastante largo y la seriedad del auto junto a la ausencia de ruido volvía el trayecto mucho más inalcanzable, sumado al reciente miedo que había desarrollado por los transportes como este.

- ¿Recuerdas todo lo que te enseñaron mis suegros? Bueno, ahora debes de ponerlo en práctica, estas a punto de empezar una nueva vida Emilia- hablo el hombre viéndome desde el carro -Buenos Aires es mucho más grande que este pueblucho y debes de mantenerte responsables ¿entiendes? - Pelotudo.

ᴛᴇ ᴄᴏɴᴏᴄÍ ᴇɴ ʙᴜᴇɴᴏꜱ ᴀɪʀᴇꜱ.//ᴇꜱᴛᴇʙᴀɴ ᴋᴜᴋᴜʀɪᴄᴢᴋᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora