Capítulo 1 (parte 2)

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—¿Podemos...? —repito, sarcástica—. ¿Él viene incluido en esa conjugación de la primera persona del plural que has usado o todavía no dominas el idioma, novato? —bufo, señalando a Axel con el dedo índice de mi mano derecha.

El nuevo, en vez de interpretarlo como un ataque, me dedica una sonrisa cálida.

—Te odio, Astrid. —Mi querido sueco, Axel, me saca el dedo corazón; un acto que correspondo poniéndole una de mis mejores caras de asco.

—Llama al periódico. —Finjo sorpresa entreabriendo mis labios—. Por una vez sentimos lo mismo.

Abre la boca para replicarme, pero parece acordarse de algo y la vuelve a cerrar. Se gira hacia Klara evitando el contacto visual conmigo y noto que su enfado aumenta cuando mi amiga le dedica una sonrisa coqueta. De nuevo, sus ojos, más grises que nunca por el invierno, regresan a los míos.

—Podéis sentaros aquí —dice Klara con voz melosa. Mis ojos se abren de par en par al ser captadas estas palabras por mis oídos.

«No. No quiero compartir mesa con este imbécil», pienso, sin embargo, permanezco callada.

Las mesas, como he dicho antes, están diseñadas para cuatro personas por una razón: fomentar el compañerismo. Siempre me pareció buena idea —aunque siempre fui la última opción y al final, a pesar de creer que nos llevábamos bien, mis compañeros se cambiaban de sitio en cuanto podían—, pero ahora mi punto de vista es distinto. Con estas malditas mesas de cuatro personas están motivando un asesinato, el de Axel para ser exacta.

—No sé qué es peor: sentarme al lado tuya o enfrente —masculla a regañadientes el sueco mientras da varios pasos tambaleándose; parece un pato mareado tratando de elegir sitio.

Tras varios segundos acaba decantándose por la segunda opción, resoplando a la vez que toma asiento.

—Cállate, Svensson —gruño sin poder evitar un deje de diversión—. Vas a tener mejores vistas que cuando te miras en el espejo.

Noto que aprieta la mandíbula.

—Idiota. —Sus dientes rechinan tanto que soy capaz de oír el chirrido agudo y molesto que hacen.

—Imbécil —le devuelvo el insulto con una sonrisa burlona.

—Estúpi...

—¿Siempre estáis peleando? —interviene el nuevo en nuestra ronda de insultos mutuos, dejando a Axel con la palabra en la boca.

—No —replicamos ambos al unísono.

—Habitualmente ni nos miramos. —Mi mirada vuelve a encontrarse con la suya y, por un instante, siento que el tiempo se detiene y me pierdo en ella; sus ojos azules y vivaces parecen sacados de una película de ensueño—. Prefiero ahorrarme las arcadas —añado, recuperando la compostura tras salir del éxtasis.

—Vete a la mierda, Astrid. —Axel lo dice en un tono tan despectivo que si pudiera me escupiría las palabras para que me quedaran grabadas.

—No me molestes en pasarme la dirección de tu casa. Ya la sé.

Ignorando mi comentario se gira, indignado, hacia su amigo.

—Te dije que esto no sería buena idea, Jan. Vámonos.

El nuevo pestañea varias veces con desconcierto.

—Pero si ha sido tu... —No le da tiempo a acabar la frase, pues Axel le tapa la boca rápidamente con una mano. Este último hace el ademán de levantarse e irse cuando decido que mi diversión aún no acaba y, aunque quiero que desaparezca y no volver a verlo en el resto de mi vida, le digo:

Amar tiene un precio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora