Sus ojos azules siguen reflejando desconcierto.
—Pero, Astrid, no tengo dinero para pagarte. Por eso estoy aquí.
—El dinero no me importa. Solo necesitaría que tú pagaras tu comedor, porque a mi el dinero no me sobra. Tal vez pueda ayudarte a encontrar algún trabajo...
Dejo de hablar cuando veo que niega con la cabeza varias veces. Venga, Jan, no me pongas tan difícil las cosas.
—No quiero suponerte una carga.
—¡No vas a ser una carga! Quiero ayudarte, de verdad. Eres mi amigo.
¿Amigo? ¿En serio, Astrid? Espero que no haya sonado muy precipitado, a lo mejor él no me considera una amiga... Pero mi inseguridad se desvanece al ver cómo sonríe y me permito relajarme.
—Gracias por la petición, pero la rechazo amablemente.
Suelto un suspiro con frustración. Yo quería hacer las cosas por las buenas, pero no me ha dejado otra.
—No es una petición, es una obligación. O nos vamos ahora mismo, o te aseguro que llamo a la policía inmediatamente.
Ahora es él quien suspira y entrecierra los ojos.
—Joder, vale. —Abre su mochila, y empieza a recoger su ropa, la cual tiene que hacer una bola para que quepa dentro. Luego, coge su almohada y la abraza como si fuera un niño pequeño, también observo cómo rebusca algo entre las toallas y acaba sacando un peluche con forma de Tiranosaurio.
Mierda, su comportamiento es tan infantil que resulta hasta adorable; pero su físico... uf. Su físico no es nada infantil.
—¿Ya está todo? —pregunto al ver cómo su mirada se queda clavada en el pequeño peluche. Debe de estar en un dejá vu, porque tengo que repetírselo tres veces.
Permanece callado durante todo el camino, es él el que me guía hasta el instituto, porque yo no sé salir del bosque, y a partir de ahí soy yo la que lidera la caminata hasta mi casa, que está relativamente cerca, a unos cinco minutos andando del centro escolar, aunque esos cinco minutos se convierten en diez debido a la nieve y a que Jan no parece estar muy acostumbrado a ella.
Vivo en una modesta y pequeña casa, de tan solo una planta, cuyo exterior está bastante descuidado: hace mucho que no pasa un pintor por aquí y también hace bastante que dejé de tener tiempo para cuidar el jardín o quitar las malas hierbas.
—Es preciosa —comenta, y aunque su tono está lleno de sinceridad, sé que solo lo dice por cortesía. Me da vergüenza que la gente venga a mi casa. A Axel y a Lars no les importaba cuando venían antes, pero Klara siempre me repite que la suya le da mil vueltas y que parece un basurero.
Atravesamos el jardín para llegar a la puerta principal y meto la llave en la cerradura. Tengo que pelearme con ella y darle un empujón para abrirla, pero al final lo consigo.
Agradezco que todo esté limpio y no huela a muerto. Supongo que hoy ha tenido más tiempo.
—¿Ya has llegado, Astrid? —Escucho la voz cantarina de Ewa seguida de sus pasos aproximándose. Lo primero que veo es su mano con el plumero, después su figura entera y su rostro perplejo. Le lanza una mirada asesina a Jan—. ¿Este es de fiar?
Jan arquea las cejas sin entender nada.
—Sí. —O eso creo...—. Es mi compañero de clases, tenemos que hacer un trabajo.
—¿Y no hay nada más entre vosotros?
—No —me apresuro a responder, sintiendo que mis mejillas adquieren un color similar al de un tomate.
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Amar tiene un precio.
RomanceEn un pequeño pueblo de Suecia, donde los estereotipos definen a las personas, Astrid se ha perdido a sí misma. Tras romper con su novio, conoce a Jan, un chico alemán de intercambio que despierta en ella sentimientos inesperados. Sin embargo, Jan n...