Axel.
La noche antes del juicio decidí que era mejor no dormir, cada vez que cerraba los ojos veía a mi hermana. La veía corriendo y jugando con sus amigos en el parque hasta que un adolescente de quince años decidió que sería divertido llevársela y torturarla hasta la muerte. A ella también la violaron como a Astrid, pero a ella no le dieron la oportunidad de seguir viviendo y curarse, a ella la siguieron golpeando hasta que su pequeño cuerpo quedó desfigurado al completo y sus pulmones colapsaron. Solo tenía cinco años, tenía muchos sueños y nunca sabremos si los podría haber cumplido porque nos la arrebataron. Hay veces que me pongo a pensar en ello, en lo que podría haber sido de ella si siguiese viva, ¿se seguiría pareciendo a mí? ¿Cuando fuésemos mayores nos seguiríamos llevando bien? ¿En el futuro tendría hijos? ¿En el instituto sería la típica empollona o la popular buena? Nunca lo sabré. Y eso me parte el alma en dos porque apenas experimentó la vida. Por eso me obligo a creer que existen las reencarnaciones, porque ella merece una vida mejor que esta en un mundo mejor que este.
La alarma suena y la apago sintiendo los párpados más pesados que nunca. Tengo que ir a testificar otra vez en su contra... Y otra vez será en vano porque, al igual que yo, sigue siendo menor de edad. Lo mandarán dos años a un correccional y cuando salga volverá a matar.
Ni siquiera me molesto en arreglarme, me da igual dar una mala imagen. Estoy devastado y eso es lo que quiero que vean los jueces y los medios de comunicación. Quiero que vean que sus leyes dejan a familias destrozadas. Con diecisiete años eres muy consciente de lo que haces. Yo nunca podría hacerle lo que le hizo ese miserable a mi hermana ni a nadie, ni ahora ni hace dos años ni hace diez. Porque matar a alguien, da igual la edad que tenga la víctima, es de ser un cobarde desequilibrado mental y quien lo hace con quince, lo hace con veinte y lo vuelve a hacer con cincuenta.
Al salir me encuentro a mi madre que también está preparada para irse.
—¿Papá no viene?
Ella niega con la cabeza. No me sorprende, creo que a él fue al que más le afectó la muerte de mi hermana. Yo era el niño de mi madre y mi hermana la niña de mi padre. Pero ahora ya no queda nada de ella y por eso mi padre se pasa todo el día durmiendo o jugando a videojuegos, para no pensar en ella porque su mero pensamiento le provoca ganas de llorar o ir a por ese hijo de puta y reventarle la cara.
—¿Estás segura de que quieres venir? De todas formas, no creo que nosotros sirvamos de mucho. Harán lo que les dé la gana como la última vez.
Ella asiente, incapaz de hablar por el nudo que se ha formado en su garganta. Seguramente hasta esté afónica, estuve escuchándola llorar toda la noche.
Me reúno con Astrid en la puerta de su casa para ir a los juzgados. Me dijo que me acompañaría, pero me da miedo que se haya echado para atrás.
Gracias a Dios acaba saliendo pocos minutos después de que yo llegue.
Lo demás se me hace automático. Llegamos al juzgado y nos sentamos donde el público, luego me llaman para que cuente el caso de mi hermana y no consigo terminar sin que se me rompa la voz, vuelvo a sentarme y Astrid coge mi mano para que me tranquilice, pero no puedo. Veo a la familia de la chica, tenía siete años y un hermano mellizo que no para de llorar durante todo el juicio; sus padres también parecen devastados, me recuerdan a mí y a mis padres.
Y luego, cuando dan el veredicto final, no puedo soportarlo y acabo soltando todo lo que me he guardado durante tanto tiempo:
—¿¡Cuatro años en un correccional!? ¿¡En serio!? —Me mandan a callar, pero no lo hago. Estoy harto de esta mierda—: ¡Esta ley es una puta mierda! ¡Ese tío está desequilibrado, va a seguir matando! —El asesino se gira hacia mí y me sonríe de una manera que hace que se me erice la piel, hijo de puta—. ¡Tenemos la misma edad y puedo asegurar que cuando mató a mi hermana era muy consciente de lo que hacía! ¡Con quince años era consciente de que no solo estaba destrozando a una niña, también estaba matando a su familia entera! ¡Y con diecisiete años lo ha vuelto a hacer siendo más consciente del daño que hace! ¡Lo volverá a hacer y espero que os carcoma la culpa por dentro a todos!

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Amar tiene un precio.
RomanceEn un pequeño pueblo de Suecia, donde los estereotipos definen a las personas, Astrid se ha perdido a sí misma. Tras romper con su novio, conoce a Jan, un chico alemán de intercambio que despierta en ella sentimientos inesperados. Sin embargo, Jan n...