Ni siquiera me molesto en avisar a mi madre de que saldré unos minutos, voy directo al garaje y cojo el stick más pesado que tengo.
—No vayas. —En su voz queda reflejado ese miedo que nunca ha logrado superar.
No es justo. Sven tiene que saber que Astrid no está sola, que yo estaré ahí para defenderla siempre que lo necesite y que no voy a dejar que le vuelva a poner una mano encima, para que ella pueda volver a ser como antes y vivir sin miedo.
—Tengo que hacer esto, Astrid. Te lo debo.
No le doy tiempo para que responda y salgo de casa. Ella se rinde al poco tiempo y deja de seguirme.
No podría estarme quieto sabiendo lo que le hizo. Sven tampoco es que me preocupe, ese idiota nunca podría hacerme más daño que Astrid confesándome lo que le pasó con la voz rota y saber que creí que me había engañado; siempre la culpé de nuestro fin, pero en realidad fue mi culpa por no escucharla.
La casa de Sven está a unos dos minutos de la mía. Toco el timbre y espero a ver quien abre, no me gustaría pegarle a sus padres o a su hermano pequeño, ellos no tienen la culpa.
Llevo jugando a hockey desde que tengo uso de razón por eso, cuando me aseguro de que es Sven el que abre la puerta, sé la fuerza y la velocidad con la que tengo que golpearle para romperle la nariz.
—¿¡Qué cojones haces, pedazo de subnormal!? —Se aprieta el puente de la nariz, tratando de que la sangre deje de brotar. Tengo que contener la risa, sé perfectamente que eso es inútil; me he criado en el rink, viendo narices rotas cada tres minutos.
Miro mi reloj de pulsera, fingiendo preocupación.
—Ostia, tío, perdón. Es que estoy borracho, no sé lo que hago —ironizo—. Por cierto, ¿sabes que puedes morir por la rotura de tu nariz? Puede deberse a una hemorragia severa, a una infección o, tal vez... —Sonrío—, seas tan afortunado de sufrir un hematoma septal. La sangre se te acumula dentro del tabique de la nariz sin encontrar salida y, dentro de poco, el dolor se extenderá por toda tu cara. La mejor parte será cuando el hematoma comprima los vasos sanguíneos cercanos a tu tabique, cortando el flujo de oxígeno y nutrientes a los tejidos nasales y te impida seguir respirando. Dicen que, la descomposición de los tejidos, es súper dolorosa. Qué guay, ¿no? Siempre quise presenciar una muerte de este tipo. Serás consciente de todo, de cómo nadie va a venir a ayudarte y tu cuerpo, poco a poco, se irá rindiendo hasta que te veas en un ataúd. —Aparto la mano con la que se aprieta la nariz y le retuerzo el tabique para hacerle más daño. Él me mira con una mueca angustiada mientras yo observo cómo la sangre se cuela debajo de mis uñas—. Deberías ir al hospital, ¿eh? Tiene mala pinta.
—¿¡Has perdido la cabeza, Axel?! ¡Estás como una puta cabra! —Intenta volver a casa, pero lo agarro por su sudadera y le estrello contra la nieve.
—¿Quieres volver a casa a pedir ayuda? —Ladeo la cabeza a ambos lados—. Lo siento mucho, pero ya te he dicho antes que vas a ser consciente de cómo nadie va a venir a ayudarte mientras tú agonizas. Vas a tener que arreglártelas tú solo contra alguien mucho más fuerte que tú. No puedes hacer nada contra mí, ¿no?
—No, no. No puedo hacer nada contra ti —reconoce, temblando debido al miedo.
—Buen chico. —Le acaricio la cabeza—. Estás muy asustado, ¿no?
—Sí.
—Bien, ¡así sentirás lo mismo que Astrid! —grito, clavándole el stick en su abdomen y haciendo suficiente presión para que le cueste aún más respirar—. Abusaste de ella, ¿no? —Es una pregunta retórica. No me hace falta respuesta porque, esta vez, decido creer en Astrid.
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Amar tiene un precio.
RomanceEn un pequeño pueblo de Suecia, donde los estereotipos definen a las personas, Astrid se ha perdido a sí misma. Tras romper con su novio, conoce a Jan, un chico alemán de intercambio que despierta en ella sentimientos inesperados. Sin embargo, Jan n...