Capítulo 3

37 8 3
                                    

Jan.

Dormía plácidamente, arropado por una manta con estampados de dinosaurios, cuando alguien agitó mi pequeño cuerpo despertándome.

—Jan, escóndete. ¡Rápido! —me exigió con urgencia. Mi habitación se encontraba a oscuras, pero fui capaz de divisar sus ojos brillantes y azules a la perfección, y distinguir su voz. Era mi padre.

Sin esperar respuesta por mi parte, se marchó, dejándonos a solas a mí y a la oscuridad otra vez. Yo obedecí al instante, saqué mis piernecillas de la cama y di un pequeño salto, aún ni siquiera rozaban el suelo los dedos de mis pies.

Busqué algo entre las sábanas y, cuando encontré mi tiranosaurio Rex de peluche, corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron y me escondí en mi armario empotrado; luego me senté, sintiéndome más pequeño de lo que ya era.

Todo mi cuerpo temblaba, aunque no sabía lo que estaba pasando, y mis dientes rechinaban debido al miedo que recorría mi cuerpo. Abracé mi peluche para sentirme más seguro.

«He sido bueno. Lo juro, Krampus. No le hagas daño a mi mamá y a mi papá», recé para mis adentros.

Mi padre siempre me contaba la historia de Krampus antes de dormir, una criatura mitológica con grandes cuernos y orejas de elfo que se llevaba a los niños malos al inframundo, donde serían maltratados todos los días; siempre había creído en esa leyenda y por eso me aterraba la idea de que, lo que estaba pasando, pudiese ser obra de Krampus.

Un grito agudo me sobresaltó.

«¿Mamá?».

Salí corriendo de mi escondite, pensando en que estaban atacando a mi madre.

Subí las escaleras —dormía en el sótano— y cuando iba por el último escalón un fuerte olor metálico me guió hasta la sala de estar.

Me quedé paralizado y Gunther —mi dinosaurio de juguete— cayó al suelo.

Mamá me daba la espalda y no podía ver su cara, pero tenía la misma postura implacable de siempre. Limpiaba como si nada la moqueta, roja por la sangre, en la que yacían los cuerpos de dos hombres de complexión atlética.

Mamá pareció notar mi presencia y se giró, clavando sus ojos marrones en mí. Su boca se curvó en una sonrisa cálida que me estremeció.

—Hola, cariño. Vuelve a la cama, nadie te hará daño.

Seguía sin poder moverme, así que ella llamó a mi padre sin perder su sonrisa.

Papá pronto estaba a mi lado. Me cargó en sus fuertes brazos y se agachó para recoger a Gunther. Me acarició la espalda con cariño mientras me llevaba de vuelta a mi cuarto.

—Kalle. —La voz de mi madre hizo que se parara en seco—. Prepara las maletas. Mañana nos vamos.

Sentí como mi padre asentía.

—¿Sabes? Yo puse la misma cara que tú al principio. —Fingió una risa para suavizar la situación aunque sus ojos lo delataron porque la felicidad no los alcanzó—. Pero me acostumbré. Tú también lo harás... No nos queda otra, ¿no crees, pequeñajo? —Me arropó y dejó mi peluche entre mis brazos. Luego se dejó caer sobre la butaca que había al lado de la cama... Creo que ninguno de los dos fuimos capaces de dormir esa noche.

***

Me despierto sobresaltado, con el pelo revuelto y sudado —a pesar de que las temperaturas aquí son gélidas—.

Amar tiene un precio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora