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Un ruido hace que me despierte a las seis de la mañana.
Armada con un bolígrafo —quién sabe si seré la próxima John Wick— salgo de la habitación y me dirijo hacia donde proviene el ruido.
Está todo a oscuras, no enciendo la luz porque eso revelaría mi posición y soy tan buena espía que nunca lo haría.
Me quedo parada frente a la habitación de invitados y, antes de girar el pomo, respiro profundamente. No voy a permitir que me roben, ¡ni de broma!
—¡Allá voy, ladrón! —chillo, empujando la puerta.
Estoy apunto de utilizar mi buena puntería para lanzar el bolígrafo —con la punta sacada, cuidado conmigo— cuando recuerdo algo.
Jan está aquí, y... ¿¡en calzoncillos!?
—¿Qué haces, pedazo de inútil? ¡Es invierno! —Trato de no darle un repaso, pero la tentación es tan grande que acabo haciéndolo y, aunque mi mirada no baja más allá de los límites permitidos, su tableta perfectamente marcada hace que se me seque la garganta.
—Hace calor —responde, frotándose los párpados.
—¿¡Calor!? —Definitivamente, este tío está desequilibrado... y también está muy bueno, por si no lo había dejado claro.
—Astrid —dice, bostezando—. He sobrevivido a una casa sin ventanas ni mantas, claro que aquí tengo calor. Hay ventanas cerradas y un edredón muy cálido.
Bueno, como iba diciendo: está realmente desequilibrado.
—¿Y se puede saber qué haces despierto a las seis de la mañana? Faltan dos horas para que empiecen las clases y, al ser chico, lo más seguro es que solo necesites cinco minutos para echarte un poco de agua por el pelo y ponerte unos pantalones que llevas cuatro meses sin lavar.
—Soy muy puntual. —Otro bostezo. Casi pierde el equilibrio tratando de salir de la habitación. Pongo una mano en su pecho para detenerlo.
—No puedes ni mantenerte en pie, Jan. Vuelve a la cama, te despierto en una hora y te juro que te despertarás más temprano que nadie.
—No.
—Sí. —Empujo su espalda desnuda, guiándolo de vuelta a la cama. No rechista más y se tumba.
Le paso una manta por encima porque no confío en que él vaya a taparse y, al final, acabará enfermando.
Cuando estoy saliendo de la habitación, él ya está roncando. Como nadie me ve no tengo que morderme los labios para contener la sonrisa que tira de ellos.
Yo también me duermo al instante y, una hora después, es el despertador quien me despierta.
Cumplo mi promesa y, aunque me gustaría dejarlo descansar media hora más porque parece estar muy cansado, le despierto con delicadeza.
Lo dejo sentado en el borde de la cama, estirazándose, y voy al cuarto de baño, donde cojo las planchas para alisarme el pelo. Segundos después, veo su reflejo detrás mía, sigue en ropa interior.
Apoya una mano a mi izquierda y la otra a la derecha, dejándome rodeada por sus musculosos brazos, para echarse agua en el cepillo de dientes. Se me corta la respiración y en el espejo percibo cómo mis músculos se tensan inmediatamente.
—¿No te has preguntado aún porque te llamé kleine Locken el día que te conocí? —me pregunta. Cuando se echa para atrás y deja de rodearme siento que mis pulmones vuelven a funcionar.
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Amar tiene un precio.
RomanceEn un pequeño pueblo de Suecia, donde los estereotipos definen a las personas, Astrid se ha perdido a sí misma. Tras romper con su novio, conoce a Jan, un chico alemán de intercambio que despierta en ella sentimientos inesperados. Sin embargo, Jan n...