Jan.
En el dojo improvisado en el salón de mi casa, mi madre y yo nos movíamos en círculo; ella avanzando con precisión, yo retrocediendo con nerviosismo.
Tenía cinco años, me sentía pequeño y torpe frente a ella.
—¡Defiéndete! —insistió, lanzando un golpe hacia mi hombro.
Lo esquivé por puro reflejo, pero no contraataqué. Mi madre frunció el ceño, sin dejar de moverse. Esta vez, su ataque fue una barrida rápida a mis pies. Me encontré en el suelo antes de poder procesar lo que había pasado.
—¿Por qué no te defiendes, Jan? —preguntó, tendiéndome una mano para ayudarme a levantarme.
—No quiero hacerte daño —respondí, con los ojos llenos de lágrimas debido a la frustración que sentía.
Ella se agachó a mi nivel, sus ojos buscaban los míos.
—Eres igual que tu padre. Ambos sois demasiado buenos para este mundo, pero yo no estaré siempre para defenderos, por eso necesito que aprendas a defenderte, Jan. —Alzó el dedo índice y señaló el lugar de mi pecho donde estaría mi corazón, le dio varios golpes—. Sé que has heredado algo de mí. Está ahí, en lo más profundo, y lo descubrirás cuando veas que dañan a los que más quieres, así funcionan las cosas en este mundo.
Me limpié las lágrimas con la manga y asentí, más decidido. Adopté una postura defensiva, a lo que ella sonrió, satisfecha.
Me lanzó otro golpe, esta vez lo bloqueé con mi antebrazo y, aunque con torpeza, lancé un contraataque que ella esquivó perfectamente, haciéndolo parecer fácil.
Continuamos practicando hasta que mi pequeño cuerpo se derrumbó por el cansancio, pero seguía queriendo luchar, cada caída me enseñaba algo nuevo.
***
Nunca había entendido esa extraña manía de mi madre de aprender artes marciales desde que era pequeño, nunca creí que me servirían para algo y, aún menos, que acabaría utilizándolas para darle una paliza a un equipo de hockey.
Pude soportar que amenazaran a Astrid, pero cuando le retorcieron la pierna a Axel hasta que no pudo más, entendí lo que me había dicho mi madre hace unos diez años (sé que has heredado algo de mí. Está ahí, en lo más profundo, y lo descubrirás cuando veas que dañan a los que más quieres). Algo en mi interior se rompió al ser testigo del dolor de Axel. Tal vez lo que se haya roto haya sido la barrera que impedía que se liberase la misma ola de furia ciega que siento ahora.
Todo lo que he aprendido, todo el odio y todo el miedo que se ha liberado incontrolablemente hacen que me lance hacia Isak con una agresividad que ni si quiera sabía que tenía.
Mis puños se estrellan contra la cara de Isak, escucho el crujido de su nariz rompiéndose bajo mi golpe. Un sonido que nunca olvidaré, un sonido que me hace querer más. Cae al suelo, pero no me detengo; mi pie se estrella contra su brazo, otro grito de agonía.
Los otros jugadores se acercan a mí, intentando detenerme, pero son lentos y torpes como mi yo de cinco años. El siguiente que intenta golpearme, recibe un golpe en el estómago; lo siento contra mis nudillos, escucho el aire escapándose de sus pulmones en un jadeo ahogado. Giro con rapidez y le doy un codazo en la cara a otro, siento el impacto en mi codo seguido del chasquido de sus huesos, el placer que siento al oír sus huesos rompiéndose es indescriptible.
Cada golpe que propino alivia la ira que me consume. Si alguien me lo hubiese dicho hace unas horas no me lo hubiese creído, pero no siento miedo; al contrario, siento esa necesidad que sienten los luchadores de boxeo, esa necesidad de seguir peleando hasta que no quede nadie en pie.
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Amar tiene un precio.
RomanceEn un pequeño pueblo de Suecia, donde los estereotipos definen a las personas, Astrid se ha perdido a sí misma. Tras romper con su novio, conoce a Jan, un chico alemán de intercambio que despierta en ella sentimientos inesperados. Sin embargo, Jan n...