Capítulo 4 (parte 3).

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—Antes me dijiste que querías descubrir el significado de tu vida, ¿no? Para qué naciste o cuál es tu papel en este mundo. —Asiente, así que continúo—: Pues para eso tienes que empezar a vivir. No sabrás si el hockey es lo tuyo si nunca lo pruebas, quién sabe si después de ver un partido descubras que quieres ser jugador profesional de la NHL. —Sonrío, pero mi alegría se desvanece al darme cuenta de algo: todos los puntos de esta lista están relacionados con Axel. Juega al hockey, esquía y hace snowboard profesionalmente. Ganó Sveriges Yngsta Mästerkock, el MasterChef Junior de Suecia, con la edad mínima; es un experto en gastronomía sueca y en bebidas calientes. Él y Lars fueron las primeras personas con las que jugué en la nieve y con las que probé el chocolate caliente, hecho por Axel, y fueron las únicas con las que he podido jugar a juegos de mesa en toda mi vida. Soy una egoísta. Esta lista no es para Jan, es para recordar mi vida cuando era buena. Le paso una cera porque, de verdad, quiero que la lista sea para él—: Ahora te toca a ti escribir qué quieres hacer y lo haremos.

Jan se queda mirando la cera fijamente mientras me levanto del sofá. Como ya son casi las seis, decido que es hora de cenar y voy a la cocina.

Agarro cuatro rebanadas de pan que hay dentro de un paquete tirado sobre la encimera y luego, abro la nevera para coger unas lonchas de salmón ahumado.

Cuando estoy cruzando el pasillo para volver al salón miro, instintivamente, la puerta cerrada del fondo. Si Jan va a vivir aquí, hay que poner reglas.

Sigue como le dejé: mirando la cera verde que, por lo que se ve, es la cosa más interesante del mundo.

Le tiendo uno de los bocadillos express que he hecho y lo acepta, sin ponerme pegas, agradecido. Debe estar muerto de hambre.

—Muchas gracias.

Tomo asiento a su lado y observo la lista. No ha escrito nada. El último punto sigue siendo el mismo "ir a ver un partido de hockey sobre hielo".

—¿No se te ocurre nada que te mueras de ganas por hacer?

Ladea la cabeza a ambos lados.

—Nunca lo había pensado. Mi vida consistía en escapar y, hasta hace unos momentos, en sobrevivir. —Le da un bocado a su bocata, y en sus ojos veo que disfruta del sabor.

Me encojo de hombros. Yo tampoco sé qué más poner.

Arranco la hoja de la libreta y se la doy.

—Piénsalo, tal vez se te ocurra algo cuando menos te lo esperes. —Sonrío, pero luego vuelvo a mi expresión serena—. Por cierto, Jan, tenemos que establecer unas reglas.

—Claro, las que quieras —responde con la boca llena.

—Bueno, yo he pensado en estas y no son discutibles: tienes prohibido entrar a mi cuarto y al del fondo del pasillo, no puedes gastar mucha comida y no puedes tardar más de quince minutos en ducharte. ¿Entendido?

—Me parece bien.

—Ah, y tienes que ayudar con las tareas de la casa. —Ahora sí, sus cejas se elevan.

—¿Qué tareas? —Luce confundido, como si no supiese de lo que le hablo.

—Fregar, barrer, quitar el polvo, hacer tu cama, limpiar tu cuarto... —enumero una pequeña lista.

—Esto... —Se rasca la cabeza con incomodidad—. Es que yo no sé hacer esas cosas, las solían hacer mis padres.

Ahora es mi mandíbula la que se cae debido a la sorpresa.

—¡¿Diecisiete años y tus padres siguen haciéndote la cama?! —se me escapa. ¡Yo llevo haciendo mi cama desde que tengo uso de razón!

Carraspea mientras su piel palidece.

Amar tiene un precio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora