Astrid.
Lo admito, desde el primer momento me extrañó que Jan fuese tan perfecto, pero aun así me dejé llevar por la posibilidad de que fuese distinto y mírame ahora, en medio de la nada con un tío de apariencia imponente agarrándome el brazo.
¡Joder! Mira que me lo han dicho y lo he experimentado un montón de veces, pero no me entra en la cabeza: todos son iguales, ¡hasta los alemanes! Voy a dejar de confiar en los hombres, a lo mejor hasta me hago lesbiana... Si salgo viva de esto, claro, pero voy a ser sincera: ni de coña sobrevivo a esto.
Ahora que pienso mejor en todo lo que ha pasado... ¿En qué puto momento se me ocurrió que seguir a un chico que apenas conozco a través de un bosque era buena idea? ¡Debí haberle pateado la entrepierna nada más ver que se salía de la acera! Vale, para no ser tan mala conmigo misma voy a decir que era mi compañero de clases... Pero, mierda, ¡esa excusa no me vale, he visto la huérfana! Podría ser un viejo pederasta de sesenta años con la apariencia de un joven buenorro de metro ochenta, ¡hasta puede que no sea alemán!
Por si fuera poco, la cobertura no llega a este punto del bosque, así que el móvil solo podría utilizarlo como arma, y no sé cómo podría salir del bosque sin que me coma un oso.
—Deja que te lo explique. —Su agarre se afloja, aunque no lo suficiente como para permitirme escapar.
Abro la boca para contestar un no rotundo, pero vuelvo a cerrarla inmediatamente. Mi mirada se eleva desde sus grandes y venosas manos hasta sus profundos ojos azul oscuro. No parece tener sesenta años, pero algo en su mirada me provoca escalofríos.
—No sé qué crees que soy —continúa, sin quitarme un ojo de encima— y tampoco puedo contarte mucho sobre mí, por lo que entenderé que no confíes en mí, pero no soy una mala persona. Y no puedo dejar que llames a la policía... Al menos, no ahora.
—¿Por qué me has traído aquí? —me atrevo a preguntar. Total, de perdidos al río, ¿no? No pierdo nada por intentarlo.
—Vivo aquí. Sí, lo sé, ¿por qué me creerías? Es una basura de casa y está llena de mierda, no hay electricidad, ni agua... Pero, ¿sabes? Tiene techo y suelo, por ahora me es suficiente para sobrevivir. —Al terminar de pronunciar las últimas palabras, suelta mi brazo para que crea en él—. Puedes irte, puedes llamar a la policía si quieres, pero dame unas horas. Solo te pido eso, por favor.
Observo con detenimiento sus gestos y expresiones. Parece realmente preocupado y decepcionado, como si haber confiado en mí hubiese sido su peor error. Me maldigo por lo que voy a hacer en vez de salir corriendo.
—¿Y por qué vives aquí? —Adquiero una distancia prudencial entre nosotros por si acaso, pero no me voy.
Sorprendido, abre tanto los ojos que casi siento como se le salen de las órbitas y se apresura a responder:
—No te lo puedo decir... —Mis cejas se elevan, insinuando que si no lo hace me iré de aquí directa a llamar a la policía sin esperar ni una hora siquiera—. Mira, sé que quieres respuestas, pero no te las voy a dar. No puedo hacerlo. A lo mejor si nos conociésemos de más tiempo... Pero no confío en ti, Astrid; al menos, no lo suficiente para confesarte mi gran secreto. Ahora mismo solo puedo contarte que me he escapado de casa y que lo tenía todo planeado: casa en condiciones, dinero de sobra, escuela... Pero no aquí, no en este pueblo.
—¿Entonces, dónde? ¿Dónde deberías estar ahora? —Si quiere que crea que no es un asesino en serie voy a necesitar muchos más detalles que deshagan mis sospechas de que me está engañando.
—A Rusia —responde sin titubeos. Después duda un momento, pero termina contándome más—: Mi familia paterna es alemana, pero mi tío se crió en un internado ruso... Siempre estuvo metido en muchas cosas bastante turbias, era un problemático; mi padre, por el contrario, era el hijo perfecto, el primogénito, el elegido para continuar con el legado familiar. Así que sus padres creyeron que sería buena idea que pasara más tiempo con su hermano para que le enseñase unos cuantos valores y lo mandaron a vivir con él... Acababa de cumplir los veinte y casi dos años después nací yo.

ESTÁS LEYENDO
Amar tiene un precio.
RomanceEn un pequeño pueblo de Suecia, donde los estereotipos definen a las personas, Astrid se ha perdido a sí misma. Tras romper con su novio, conoce a Jan, un chico alemán de intercambio que despierta en ella sentimientos inesperados. Sin embargo, Jan n...