Capítulo 9 (parte 1)

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Axel.

—Mamá. —Está tan embobada con su telenovela turca que tengo que situarme frente al televisor para captar su atención, lo que a su vez provoca que me tire una palomita.

—¡Quítate, niño! Adem está  a puntito de declararle su amor a su jefe Suleiman, y no quiero perdérmelo, ¡llevo ocho temporadas esperando este momento!

Ocho temporadas para un besito, madre mía. 

—Voy al chino, ¿quieres algo? 

—Mira que eres tonto. Es domingo, está todo cerrado. —Se inclina hacia un lado para intentar ver la televisión, yo hago lo mismo para volver a taparle la visión, y me dedica una mirada que si pudiese me mandaría al infierno.

—Si algo he aprendido de esos tacaños es que nunca cierran, ni aunque se les inunde el negocio. 

—¡Axel! Yo no te he criado para que seas tan racista. Los estereotipos hacen mucho daño a la gente, ¿me oyes? No todos los chinos son tacaños.

—Pero todos te dicen ¿quiele bolsa? 

Contengo la risa al ver la expresión airada de mi madre que, si pudiese, me daría en adopción ahora mismo y sin pensárselo dos veces.

—Venga, tira. ¡Y tráeme un macetero!

—¿Otro más? ¡Pero si ya casi no cabemos en esta casa con tantas plantas!

—¡Es mi dinero y hago con él lo que me da la gana! ¡Ahora vete, que estás tardando! —Estoy saliendo de la casa cuando la oigo gritar—: ¡Ten cuidado mi niño precioso que te quiero un montón y no podría permitirme que te pasara nada malo! Y no tardes, ¡ya te echo de menos!

Qué bipolar. 

Os preguntaréis cuál es la razón por la que decido salir de casa un domingo cuando me acaban de dar el alta y tengo una pierna rota en vez de tirarme en la cama y aprovechar mi situación de minusválido para que mi madre me traiga todos los zumitos que quiera, pero siento deciros que no os lo puedo contar porque es un secreto... Bueno, si insistís tanto os lo contaré: el otro día descubrí un extraño enlace de una noticia en el historial de mi ordenador de clases, yo no busqué eso —nunca vería las noticias ni aunque me pagasen—, así que el único que pudo hacerlo fue Jan y, además, la noticia va sobre un tal Kalle Wecker —mismo apellido que Jan— que desapareció hace nada más ni nada menos que diecisiete años —misma edad que Jan—, y era alemán —misma nacionalidad que Jan—, demasiada casualidad para ser solo eso, ¿no creéis? Por si fuera poco, Jan es un tipo muy raro —y mirad que yo no soy de juzgar mucho a la gente—, ayer me llamó preguntándome cómo saber si le gusta alguien y ¿quién no sabe eso? Y luego sugirió que yo le gustaba a Lars, cuando él es el tío más heterosexual que ha pisado la Tierra —que no esté hablando todo el rato de chicas y cosas más subiditas de tono no le hacen menos hetero—; así que he supuesto que Jan no tiene ni puñetera idea acerca de la vida real y por eso los puntos que escribió Astrid en su lista eran tan raros —¿aprender a hacer las tareas de la casa?, ¿probar chocolate caliente?, ¿jugar a juegos de mesa? ¿Qué persona en su sano juicio no solo no ha hecho estas tres cosas sino que no ha hecho ninguna de las tres? Perdón por la ofensa, pero no es normal, hacéroslo mirar si es vuestro caso—. Por no hablar de que, aunque no lo vi, le dio una paliza al equipo de hockey más violento de la isla, y eso no lo podrían hacer ni Daniel LaRusso ni Johnny Lawrence juntos. Vale, creo que me he ido un poco por las ramas, ¿qué tiene que ver esto con el chino? Pues que he decidido llevar a cabo una rigurosa investigación para descubrir la verdad de este caso y para eso voy a necesitar una tablón de corcho y muchos post-its de distintos colores —lo vi en una serie de asesinatos y me pareció guay, así que voy a hacer lo mismo—. 

Amar tiene un precio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora