Esta vez son ellos quienes comienzan el saque, no tardo mucho en hacerme con el puck e iniciar una nueva jugada.
Siento cómo mis patines cortan la superficie congelada mientras acelero hacia la zona de ataque. Levanto la cabeza para ver quién me acompaña en el ataque, solo un compañero; con una finta engaño al defensa que me marca y hago un amague hacia la izquierda, mi trampa surge efecto y el portero se mueve hacia esa dirección. Con una velocidad y una precisión asombrosa, cambio de dirección y disparo el puck hacia la esquina superior derecha de la portería.
—¡Vamos, joder! ¡Eso ha sido un golazo! —grito para mí mismo.
Miro hacia las gradas, donde algunos vitorean mientras que otros reclaman una falta inexistente —el hockey es así, hay mucho mal perder tanto dentro como fuera del rink—. Me fijo en Astrid: salta y aplaude, desborda felicidad; en un momento dado abraza a Jan sin querer y se separa de él inmediatamente con incomodidad, el beso de Klara y él le ha afectado más de lo que pensaba.
Mis compañeros de equipo patinan rápidamente hacia mi posición para celebrar. Mi mirada se desplaza hasta el banquillo, el entrenador asiente orgulloso y me hace un gesto para que me tranquilice; lo he hecho bien, solo tengo que mantener el ritmo.
El equipo rival se reagrupa para el faceoff en el centro del hielo. Isak agarra la cabeza de un miembro de su equipo y estrella su casco contra el de él mientras le espeta algo indescifrable.
El árbitro lanza el puck al hielo y, con una velocidad que no sabía ni que tenía, consigo hacerme con él, enviándolo directamente, y sin pensar, a un compañero que se encuentra en la defensa. Sin perder tiempo, cuando ya estoy en movimiento hacia la zona de ataque, me devuelve el puck.
Esquivo a dos defensores rivales ágilmente. Con cada movimiento siento cómo mi confianza crece más y más.
Will —un compañero de equipo con el que conecto de una manera increíble— se posiciona estratégicamente cerca de la portería, listo para cualquier pase o rebote. Veo perfectamente la jugada y le envío el puck.
El portero intenta reaccionar, pero Will hace un amague, enviándome el puck de vuelta.
Estoy cara a cara con el portero. Ni siquiera sé si respiro o no, pero levanto mi stick y hago un disparo potente. El puck vuela en el aire unos segundos que me parecen interminables y encuentra su camino al fondo de la red, justo en la esquina inferior izquierda.
***
Estamos en el tercer período, a escasos minutos de terminar, y ganamos con una clara ventaja, 5-0. Isak está hecho una furia, el segundo gol desmoralizó a su equipo y jugaron fatal: no consiguieron planear ninguna jugada, se descoordinaron; Isak empezó a despotricar contra cada miembro de su equipo, a pesar de ser él quien peor estaba jugando...
Yo, por el contrario, reboso de felicidad, ¡es el mejor partido de mi vida!
A estas alturas es prácticamente imposible perder, pero quiero que quedemos seis cero —como dijo Lars— porque eso sería humillarlos a lo grande como ellos lo hicieron con mi yo de ocho años y, además, ¿qué ojeador no va a ofrecerle una beca al chaval que mete seis goles en una final contra el equipo favorito de todos? Sinceramente, y me da igual sonar egocéntrico, quien no me ofrezca una beca después de esto es tonto de remate.
Me preparo de nuevo para el faceoff, marcamos el quinto gol hace unos segundos, por lo que el equipo contrario ha de estar como Isak: enfurecido y con ganas de guantearnos a todos.
Ellos ganan el faceoff, pero Will intercepta un pase erróneo haciéndose con el puck y, con una rápida maniobra, esquiva a varios defensores y avanza hacia la portería. Yo lo sigo de cerca, listo para cualquier oportunidad de apoyo.

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Amar tiene un precio.
RomanceEn un pequeño pueblo de Suecia, donde los estereotipos definen a las personas, Astrid se ha perdido a sí misma. Tras romper con su novio, conoce a Jan, un chico alemán de intercambio que despierta en ella sentimientos inesperados. Sin embargo, Jan n...