OLVIDO DIVINO

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Con la partida de sus recientes visitantes, la tranquilidad regresó al templo olvidado. Sin embargo, esta vez, Teodoro no pudo encontrar la paz habitual en la monotonía de su vida cotidiana. En cambio, su mente estaba llena de pensamientos sobre el mundo exterior, un lugar del que solo había escuchado historias y rumores.


Mientras observaba las sombras danzar en las paredes del antiguo templo, Teodoro se sumergió en profundas reflexiones sobre su eventual viaje fuera de aquellos muros oscuros. Se preguntaba cómo sería explorar tierras desconocidas, interactuar con extraños y descubrir los misterios que yacían más allá de su hogar. La curiosidad lo consumía, alimentando una chispa de intriga que ardió dentro de él.


En medio de la oscuridad, Teodoro imaginaba los paisajes que encontraría, las personas que conocería y las experiencias que viviría. Se preguntaba cómo sería sentir el sol en su piel, el viento en su cabello y la tierra bajo sus pies. Cada pensamiento lo llevaba más lejos de su mundo familiar, hacia un territorio desconocido pero emocionante.


A medida que la noche avanzaba y las estrellas brillaban en el cielo oscuro, Teodoro continuaba perdido en sus pensamientos, visualizando un futuro lleno de posibilidades y aventuras. Con cada respiración, se acercaba un poco más al momento en que finalmente emprendería su viaje al mundo exterior, listo para enfrentar lo que el destino le tenía reservado.


En lo más profundo del templo olvidado, Teodoro continuaba con sus reflexiones sobre el mundo exterior, ajeno al hecho de que los dioses ya no lo observaban. Durante mucho tiempo, su presencia había sido motivo de intriga para los dioses del Olimpo, quienes se preguntaban sobre su naturaleza y sus propósitos. Sin embargo, al ver que Teodoro permanecía dentro del templo y no se aventuraba más allá de sus muros oscuros, perdieron rápidamente interés en él.


La indiferencia divina hacia Teodoro resultó ser una bendición disfrazada. Sin el escrutinio constante de los dioses, Teodoro se volvió prácticamente invisible para ellos, oculto en las sombras de su morada ancestral. Esta falta de atención divina le otorgó una libertad que de otro modo no habría tenido, permitiéndole moverse sin restricciones y seguir sus propios deseos sin la influencia de los caprichos divinos.


Sin embargo, Teodoro no estaba al tanto de esta nueva realidad. Para él, los dioses siempre habían sido una presencia distante e inalcanzable, y no se percató de su creciente indiferencia hacia él. En cambio, se concentraba en sus propios sueños y aspiraciones, determinado a descubrir lo que el mundo tenía reservado para él, sin importar quién lo observara o quién lo ignorara.


Mientras tanto, en el Olimpo, los dioses continuaban con sus propios asuntos, sin percatarse de la figura solitaria que se movía en las sombras del templo olvidado. Sin embargo, incluso en su indiferencia, nunca podrían haber imaginado el papel crucial que Teodoro desempeñaría en los eventos por venir, y cómo su destino se entrelazaría con el de los mortales y los dioses en un futuro incierto.


Entre todos los dioses del Olimpo, había uno cuya atención aún se dirigía hacia el templo olvidado y sus habitantes. Atenea, la diosa de la sabiduría y la guerra justa, mantenía un interés especial en el destino de Medusa y su hijo Teodoro. Para ella, Teodoro no era más que otro de los muchos hijos nacidos de las indiscreciones de los dioses olímpicos, un ser cuyo destino estaba marcado por su sangre divina pero cuya vida mortal estaba sujeta a las mismas limitaciones y desafíos que cualquier otro humano.


Atenea observaba en silencio desde el Olimpo, vigilando el cumplimiento del mandato que había impuesto a Medusa. Como guardiana de la justicia divina, era su responsabilidad asegurarse de que aquellos que habían sido castigados cumplieran con sus penitencias, y Medusa no era una excepción. Aunque había sido transformada en un ser temido y había sido condenada a proteger un templo olvidado, Atenea estaba atenta, asegurándose de que Medusa cumpliera su deber sin desviarse de su camino.


Sin embargo, incluso para Atenea, el destino de Teodoro seguía siendo incierto. Aunque lo veía como otro bastardo nacido de las indiscreciones de los dioses, también reconocía el potencial dentro de él. Como hijo de Medusa y, presumiblemente, de Poseidón, Teodoro llevaba consigo una mezcla única de sangre divina y mortal, una combinación que podía llevarlo a grandes alturas o sumergirlo en las profundidades más oscuras.


Mientras tanto, en el templo olvidado, Teodoro continuaba con su preparación para abandonar su hogar y explorar el mundo exterior. Ajeno a la mirada de Atenea y a su interés en su destino, se embarcaba en una aventura que lo llevaría más allá de lo que había conocido hasta ahora, desafiando el destino que los dioses habían trazado para él y forjando su propio camino en un mundo lleno de posibilidades y peligros.

EL HIJO DE MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora