UNA VISITA INESPERADA

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La paz del templo persistía, pero su serenidad fue fragmentada cuando la ninfa menor, curiosa exploradora de las aguas, regresó. Entre destellos de gotas de agua en sus cabellos, entabló una conversación con Medusa, compartiendo las maravillas y desafíos del mundo exterior. Las paredes antiguas, que escucharon el murmullo de dioses, resonaron ahora con la risa y la frescura de las palabras de la ninfa.


Medusa, con una mezcla de nostalgia y admiración, escuchó las historias de la ninfa, reconociendo en ellas los ecos de un mundo que una vez fue suyo. Entre susurros de hojas y risas de agua, la conexión entre la antigua sacerdotisa y la ninfa se tejía.


Teodoro, se unió a la conversación. La ninfa, con ojos brillantes, relató los encantos de la naturaleza y los misterios que había descubierto más allá de las fronteras del templo. Teodoro, con una calma serpentina, confirmó las historias contadas por el aventurero legendario.


La charla entre Teodoro y la ninfa se extendió, trascendiendo el tiempo como si las palabras fueran hilos que conectaban pasados y presentes. Teodoro, intrigado por las experiencias de la ninfa, sintió una chispa de curiosidad. Las historias del mundo exterior, antes distantes, se volvían palpables en las narraciones vivaces de la exploradora de las aguas.


Un destello de deseo asomó en los ojos de Teodoro, una curiosidad que titilaba como una llama recién encendida. La idea de contemplar el exterior, más allá de los confines del templo, germinó en su mente. La ninfa, al percibir esa chispa, sonrió con complicidad, como si intuyera que las brisas de cambio acariciaban el destino del guardián y del templo olvidado.


Medusa, luego de participar en la conversación efímera, se retiró a repetir las acciones que una vez realizaron las sacerdotisas. Siguió los rituales olvidados con la destreza de quien había dedicado siglos a la devoción. Las piedras antiguas parecían recordar su presencia, reconociendo la esencia que aún perduraba en la Gorgona.


La ninfa, sin embargo, lanzo una invitación a Teodoro. Con ojos centelleantes y risueños, le preguntó por qué no la acompañaba a explorar el mundo exterior. Teodoro, con la mirada fija en horizontes invisibles, admitió que, aunque la curiosidad le acariciaba el alma, la idea de abandonar el templo no lo atraía de la misma manera.


—"Soy el guardián de este santuario", explicó Teodoro con serenidad, "mi propósito reside en proteger los secretos y las memorias que aquí yacen. El exterior, aunque intrigante, no despierta en mí la misma fascinación".


La ninfa, respetuosa pero persistente, sonrió y asintió. Sin embargo, sus ojos sugerían que la chispa de curiosidad en Teodoro no había pasado desapercibida. En el santuario olvidado, las sombras del pasado se entrelazaban con las posibilidades del futuro, y la ninfa, guardiana de nuevas experiencias, aguardaba, sabiendo que el destino del templo aún estaba por escribirse.

EL HIJO DE MEDUSADonde viven las historias. Descúbrelo ahora